Las Sombras Ocultas De La Familia Suzuki

Capitulo 19: El Segundo Encuentro

La nada me envolvía. No había luz, ni sombras, ni sonido. Solo un vacío absoluto en el que flotaba sin rumbo, sin un punto de referencia que me indicara dónde estaba o cuánto tiempo había pasado. No sentía mi cuerpo. No podía moverme. Era como si me hubieran despojado de toda forma física y ahora fuera solo un pensamiento atrapado en una inmensidad infinita.

Intenté hablar, pero mi voz no existía. Intenté respirar, pero no había aire. El tiempo dejó de tener sentido; un segundo, un minuto o una eternidad, todo se mezclaba en un estado de inercia inquebrantable. Tal vez estaba soñando. Tal vez estaba atrapado en algún lugar más allá de la consciencia. O tal vez… simplemente ya no estaba

Pero entonces, como un eco surgido de las profundidades, algo vibró. No era sonido, ni tacto, sino una perturbación en aquel vacío que rompía el silencio. Primero fue un latido lejano, un pulso que no pertenecía a aquel lugar sin tiempo. Después, una presión difusa, como si la nada comenzara a contraerse alrededor de lo que alguna vez fue mi cuerpo.

El entumecimiento se rompió de golpe cuando, por fin, sentí algo. No era agradable. Mi cuerpo se arrastraba contra una superficie fría y húmeda, resbalando con torpeza sobre algo que se pegaba a mi piel. Un escalofrío me recorrió la espalda al darme cuenta de que podía moverme de nuevo, aunque mis extremidades se sentían pesadas, torpes. Demasiado.

Parpadeé varias veces, forzándome a abrir los ojos, pero lo único que encontré fue oscuridad.

Al principio, pensé que seguía en el mismo vacío insondable, pero al mirar hacia abajo, noté una diferencia: el suelo. Apenas distinguible, una superficie negra se extendía bajo mis pies, con un brillo opaco que parecía reflejar una luz inexistente.

Mi respiración se aceleró.

Conocía este lugar. Era el mismo en el que me encontré con aquella criatura la última vez.

Me puse de pie lentamente, cada movimiento acompañado de una sensación extraña de no estar del todo aquí. Todo estaba en completo silencio, un vacío sonoro que hacía que mi propia respiración pareciera ensordecedora.

Entonces, lo sentí.

Me estaba observando. No lo veía, no lo escuchaba, pero lo sentía.

La misma sensación sofocante de la última vez. Mi cuerpo entero se tensó, mi piel erizándose ante la idea de que no estaba solo en este lugar.

¿Era real? ¿Era otro sueño?

Apenas di un paso hacia atrás, mi espalda chocó contra algo duro y puntiagudo. La sensación era áspera, similar a una superficie hecha de espinas o garras. El miedo se apoderó de mí antes de que mi mente pudiera reaccionar.

Me giré de golpe, el corazón martilleando contra mi pecho… y ahí estaba.

La criatura.

Apenas la luz inexistente de este lugar me permitió distinguir su forma, pero era suficiente. Su silueta alargada y retorcida parecía fundirse con la oscuridad, sus extremidades largas y deformes se extendían como sombras vivas. Pero lo peor eran sus ojos, esas cuencas profundas y vacías que parecían tragarse todo lo que miraban.

Mi respiración se cortó. Retrocedí bruscamente, tropezando con mis propios pies.

Caí de espaldas con un golpe seco, pero el dolor apenas me importó.

La criatura no se movió. Solo me observaba.

Desde su garganta surgió un sonido ahogado y rasposo. El ruido se arrastró en el aire denso, vibrando en mi cabeza de una forma que me erizó la piel.

Mi respiración se volvió errática mientras intentaba alejarme, pero cada vez que parpadeaba o apartaba la vista por un instante, la criatura parecía estar más cerca.

Mis piernas temblaban, mi garganta estaba seca. Había muchas cosas que quería preguntar, muchas cosas que quería gritar, pero cada intento de hablar moría antes de salir de mi boca.

Finalmente, con un esfuerzo que me hizo sentir que rompí una barrera invisible, logré forzar las palabras:

—¿Q-quién eres…?

El sonido ahogado y rasposo que la criatura emitía se detuvo de inmediato.

El silencio que siguió fue peor.

El espacio negro a nuestro alrededor se sintió más grande y vacío, pero al mismo tiempo, la presencia de la criatura se volvió aún más abrumadora. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda cuando el aire pareció volverse más denso.

Y entonces, la voz de la criatura rompió la quietud.

—No tengo nombre. No necesito uno. Solo soy.

Su voz no era como la de un humano. No era profunda ni susurrante, pero tenía un eco imposible hablando desde múltiples direcciones a la vez. No supe si estaba en mi cabeza o si el sonido venía del aire mismo.

—Eso no es lo importante.

El tono de su voz —si es que podía llamarse así— era extraño. Parecía divertirle mi pregunta y, al mismo tiempo, la consideraba irrelevante.

—Lo que importa es que no deberías estar aquí.

Hubo una pausa, lo suficientemente larga como para que sintiera que mi pecho se apretaba aún más.

—Y, sin embargo… aquí estás.

No entendí qué quería decir con eso, pero algo en sus palabras hizo que mi piel se erizara. Mi cuerpo entero me gritaba que saliera de ahí, pero ¿cómo? ¿Era eso siquiera posible?

El nudo en mi garganta se hizo más fuerte, pero aun así reuní el coraje suficiente para hablar nuevamente.

—¿A qué te refieres con que no debería estar aquí…? —mi voz sonó apenas por encima de un susurro, quebradiza y tensa—. ¿Qué es este lugar…?

La criatura permaneció inmóvil por un momento, sus ojos —o lo que fuera que tenía en su rostro— brillando con una intensidad que me hacía sentir aún más vulnerable. Entonces, dejó escapar un sonido bajo, algo entre un susurro distorsionado y un eco lejano.

—Qué chico más curioso… —su voz resonó en mi mente, arrastrando cada sílaba con un tono que no supe si era burla o simple desinterés—. Pero esa curiosidad no te llevará a nada.




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