Deslicé los dedos sobre mi piel, esperando sentir el latido de mi corazón con normalidad, pero en su lugar, lo único que noté fue un frío anormal que me recorrió el cuerpo. Un escalofrío subió por mi espalda, helando cada parte de mí.
Alcé la otra mano y probé en otra zona, presionando mi palma sobre el estómago. También estaba frío, aunque no tanto como el pecho.
¿Qué me estaba pasando?
Mi mente, aún nublada por los ecos de aquel vacío, intentó racionalizar lo imposible: ¿Era el amuleto? ¿La criatura? ¿O algo peor? Las palabras "sangre de tu sangre pagará" resonaron en mi memoria, y por primera vez, no pude ignorar la verdad. Algo andaba mal.
Antes de que pudiera seguir explorando mi propio cuerpo, la puerta de mi habitación se abrió de golpe.
—¡Misión cumplida! —anunció Sarah mientras entraba con una sonrisa satisfecha.
Me sobresalté y, con torpeza, bajé la camisa rápidamente para ocultar lo que estaba haciendo. Sarah no pareció notar nada, demasiado ocupada con su propio reporte.
—Ya puse la caja en el armario. Todo está exactamente como antes de que lo tocáramos. Bueno, más o menos —añadió con una risita.
Apenas le presté atención. Aún sentía la piel helada bajo mi camisa y, aunque mi expresión se mantuvo neutral, debí de haberme delatado de alguna manera, porque Sarah entrecerró los ojos al mirarme.
—Ey… —se inclinó un poco más, observándome con sospecha—. Te ves raro.
—Estoy bien.
—Eso es justo lo que diría alguien que no está bien —replicó sin perder el ritmo.
—Sarah…
—¿Estás enfermo? —preguntó rápidamente—. ¿Te duele algo? ¿Tienes fiebre? No, espera, ¿tienes frío? ¿Te mareaste? ¿Se te subió el muerto? ¡Porque si es eso, sé cómo—!
—Estoy bien —insistí con más firmeza, cubriéndome el pecho con la mano.
—Mentiroso. —Señaló mi pecho—. Te lo estás tocando. ¿Te duele? ¿Tienes una herida secreta? ¡Déjame ver!
Cruzó los brazos y me miró con el ceño fruncido. Su insistencia me habría parecido divertida en cualquier otro momento, pero ahora mismo, simplemente no sabía cómo lidiar con ella.
—Si no me dices qué te pasa, me quedaré aquí hasta que lo hagas —declaró con determinación.
No respondí. Parte de mí sabía que, si se lo decía, no me dejaría en paz. Y la otra parte… simplemente no quería admitir que algo andaba mal.
Justo cuando Sarah parecía lista para quedarse todo el día en mi habitación, la puerta se abrió de nuevo.
Ambos nos giramos al mismo tiempo.
Yunna estaba en el umbral.
La luz del atardecer entraba por la ventana, proyectando sombras alargadas que se retorcían en las paredes como dedos huesudos. Por un momento, juré ver una figura alta y delgada tras Yunna… pero cuando parpadeé, ya no estaba.
El efecto fue inmediato. Sarah se enderezó de golpe y su expresión pasó de insistente a nerviosa en menos de un segundo.
—Eh... H-Hola, señorita Yunna —tartamudeó con una sonrisa temblorosa—. Estábamos... ¡jugando! Sí. Un juego... ¡súper divertido! ¿Verdad, Davi?
Asentí tan rápido que casi me dolió el cuello. Yunna no movió un músculo. Sus ojos oscuros parecían mirar justo donde mi mano aún cubría el pecho frío.
Sarah se rascó el cuello nerviosamente y dio un paso atrás, acercándose a la puerta mientras evitaba siquiera mirar a Yunna.
—Oh, ya es tarde, ¿verdad? —soltó rápidamente, con una risa forzada—. Guau, qué rápido pasó el tiempo. Tengo muchas cosas que hacer en casa, así que… me voy, ¡nos vemos, Davinder!
Antes de que pudiera responder, Sarah salió disparada de la habitación como si su vida dependiera de ello.
Me quedé en silencio, parpadeando un par de veces.
Yunna la observó irse sin cambiar su expresión, luego volvió su mirada hacia mí.
—Rose me dijo que te desmayaste mientras no estábamos —su voz me sacó de mis pensamientos, haciéndome saltar un poco—. Vine a ver si estás bien.
No supe qué me asustó más: el hecho de que Rose le hubiera dicho algo o el que Yunna estuviera ahí, mirándome con esos ojos afilados que parecían diseccionarlo todo.
Me forcé a mantener la compostura, aunque mi mente iba a toda velocidad. Rose había mencionado lo del desmayo, pero… ¿había dicho algo más? ¿Le había contado sobre el amuleto?
Observé el rostro de Yunna en busca de cualquier señal, cualquier indicio de sospecha. Me miraba como si supiera algo. ¿Esperaba que confesara? ¿O que me disculpara?
—Ah, sí... estoy bien —mentí finalmente, clavando las uñas en las palmas para no desviar la mirada.
No estaba seguro de si me creyó, pero no insistió.
Solo asintió con la cabeza y, antes de irse, dejó una última indicación:
—La comida estará lista más tarde. Puedes quedarte en tu cuarto hasta entonces.
Dicho eso, salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.
Me quedé en silencio por un momento, esperando a que mis músculos dejaran de estar tensos. Intenté relajarme un poco, sintiendo un ligero alivio al darme cuenta de que, al menos por ahora, no parecía cuestionar nada más.
Me envolví en las mantas, cubriéndome hasta la cabeza, pero no importaba cuánto intentara entrar en calor, la sensación seguía ahí. Mi piel estaba entumecida, con un hormigueo molesto recorriendo mis brazos y piernas. Jalé de mi bufanda, como si eso fuera a quitar el malestar.
No era nada. No podía ser nada.
Pero cuando traté de incorporarme, sentí un tirón desagradable en los músculos y mis piernas temblaron al levantarme. No lo suficiente para caer, pero sí para hacerme estremecer ligeramente.
A paso lento, me acerqué al espejo. El reflejo que me devolvió no me gustó. Mi piel estaba más pálida de lo normal, con un color apagado que acentuaba las pequeñas ojeras bajo mis ojos. Me froté el rostro con las manos, tratando de darle algo de color a mis mejillas, de verme… normal.
#4296 en Fantasía
#2108 en Thriller
#996 en Misterio
sobrenatural drama, adopcion amiga familia casa prima, mama sirvienta fantasia misterio dpasado
Editado: 16.06.2025