El sonido de la cuchara contra el borde del tazón era lo único que rompía el silencio. Cada golpe metálico retumbaba en mis oídos, demasiado agudo, demasiado presente en la habitación apagada. Me obligué a concentrarme en la tarea: meter la cuchara, recoger un poco de sopa, llevarla a su boca. Repetir. No debía pensar en lo pálida y delgada que se veía Keila, ni en el hormigueo helado que me recorría los brazos, esa sensación rara que empezó después de tocar el amuleto. La sopa parecía enfriarse demasiado rápido, o tal vez eran mis manos las que estaban perdiendo el calor.
Ella tragó con dificultad, un ruido pequeño en su garganta, y luego dejó caer la cabeza contra el respaldo de la silla. Su respiración era pesada, como si le costara trabajo meter aire en los pulmones. Quise decir algo, algo para que no estuviera tan callada, pero no se me ocurrió qué. Las palabras no salían. Era raro. ¿Qué se supone que dices cuando alguien se ve así? Nada iba a cambiar que ambos nos sentíamos… mal.
"Davinder..."
Su voz era un susurro tan bajo que casi no la oí. Mi agarre sobre la cuchara se tensó. ¿Iba a decir algo malo? Forcé mi cara a no moverse mientras la miraba.
“¿Tú crees… que me voy a curar?” Lo preguntó mirando al techo, no a mí.
El aire se sintió espeso. Quería saber la verdad. Pero yo no la tenía. ¿Cómo iba a saberlo? Yo no era doctor. Nadie sabía qué tenía.
—Por supuesto que sí —respondí antes de darme cuenta, la mentira escapando de mis labios con una facilidad alarmante.— E-Es solo… algo que se quita. Temporal.
Ella parpadeó lentamente, sus pestañas apenas se movieron. No parecía creerme, pero tampoco dijo "mentiroso". Solo dejó escapar un suspiro que sonó como si se le acabara el aire.
—He tenido sueños… —murmuró, apartando la mirada hacia la ventana—. Anoche soñé con papá. Estaba en el bosque. Pero no era como lo recuerdo. No me hablaba. Solo... me miraba. Y había algo detrás de él, una cosa oscura.
Mi estómago se apretó. La imagen de mi propio sueño malo volvió: la criatura alta sin ojos, el pecho apretado, el lugar negro. Eso se parecía mucho. Demasiado.
Quise decirle que los sueños no son reales. Que solo son cosas que piensa tu cabeza cuando duermes. Que no significaban nada. Pero no pude. Porque yo también había visto cosas. Las sombras. Y el frío que sentía ahora mismo en el pecho no era un sueño.
En su lugar, me quedé sentado ahí, observando a Keila. Estaba muy quieta. El malestar en mi cuerpo no se iba. La misma pregunta daba vueltas: ¿Le digo lo de la criatura? ¿Y si ella ya lo sabe? ¿Y si hablar de eso lo hace peor? No sabía qué hacer.
Mis pensamientos se cortaron cuando vi que sus ojos miraban algo fijo. Seguí su mirada hasta una cosa plateada y brillante, una envoltura cerrada en la charola. ¿Qué era eso? No lo había visto antes. Pero Keila no le quitaba los ojos de encima, como si fuera lo más interesante del mundo.
Sin decir nada, la tomé y se la pasé.
En cuanto sus dedos rozaron la envoltura, una corriente de dolor agudo recorrió mi brazo como un latigazo de fuego. Al mismo tiempo, Keila se estremeció bruscamente y soltó un grito raro, ahogado. Su cuerpo se arqueó como si la hubieran electrocutado, los músculos tensos, el rostro desencajado por el dolor. La envoltura cayó al suelo con un sonido sordo.
Yo no supe qué hacer. Me quedé helado, con la mano todavía extendida hacia ella, mientras la veía encogerse sobre sí misma, temblando violentamente. Sus uñas se clavaban en sus muslos y sus labios murmuraban algo que no pude entender, entrecortado, como si luchara por mantenerse despierta.
Quise moverme, tocarla, decir algo. Pero todo en mí se congeló. Mis pensamientos eran un remolino de alarma, miedo e incredulidad, incapaces de articular una sola acción coherente. Apenas podía respirar. Sentía el ardor en mi brazo como si aún me estuviera quemando, pero la mayor parte de mí estaba clavada en su reacción, en su dolor.
La mire fijamente; su mirada estaba vidriosa, errante, cargada de un terror que jamás le había visto. Y en ese instante supe, con una certeza amarga, que lo que nos estaba pasando no era coincidencia.
Permaneció así durante unos segundos que se sintieron eternos. Luego, poco a poco, el temblor en su cuerpo comenzó a cesar. Sus músculos se relajaron con lentitud, como si le hubieran drenado toda la fuerza. El jadeo desesperado dio paso a una respiración entrecortada, irregular, pero al menos ya no parecía estar atrapada en ese espasmo de dolor.
Tenía la frente mojada y las mejillas rojas. Sus manos, que antes apretaban la manta, ahora estaban sueltas, aunque todavía temblaban un poco. La vi tragar saliva y luego tosió de manera corta y seca.
—No fue… la mejor idea —murmuró, con la voz rasposa.
Yo apenas pude soltar aire, que había estado aguantando sin darme cuenta. Asentí con la cabeza, bajando la mano que aún me ardía.
—Sí… no lo fue —dije, mi voz también sonaba rara.
Me levanté rápido. Necesitaba hacer algo. Si me quedaba ahí, me sentiría peor.
—Voy... Voy a buscar a Rose —dije, intentando sonar normal, como si supiera qué hacer—. S-Solo para ver si estás bien.
No esperé su respuesta. Abrí la puerta con más fuerza de la necesaria y salí al pasillo como si escapara de algo. Bajé las escaleras sin hacer mucho ruido, aún con el zumbido del dolor latiendo en mi antebrazo. Tenía la cabeza nublada y los pensamientos desordenados, pero lo único claro era que necesitaba encontrar a Rose. Keila no podía quedarse así.
Al llegar al final del pasillo, oí voces apagadas provenientes de la sala. Me asomé con cautela, reconociendo la risa baja de Lance mezclada con el tono pausado y suave de Rose. Me acerqué un poco más, sin ser visto, y me quedé quieto unos pasos antes de entrar por completo.
Lance estaba tirado en el sillón, demasiado reclinado, mientras sostenía una cuchara en una mano. El postre en su otra mano —un budín de chocolate oscuro y brillante que olía dulce incluso desde aquí— estaba casi intacto. Sonreía de lado, tranquila pero que a mí me hacía sentir que sabía algo que yo no. Rose, en cambio, estaba sentada en el sillón más pequeño, muy derecha, con las piernas juntas y las manos apretadas sobre las rodillas. Su postura era recta, como si le hubieran dicho que no se moviera, pero sus hombros estaban rígidos, levantados un poquito, como cuando uno tiene frío o está nervioso.
—Tan delicioso como siempre, Rose —comentó Lance, sumergiendo la cuchara en el vaso y llevándosela a la boca con lentitud, sin dejar de mirarla—. ¿Cuándo me enseñarás el secreto de este budín? Hasta en París pagarían fortunas por tu receta.
—No es necesario halagarme tanto, Lance —respondió Rose, con una sonrisa que sonaba amable, aunque noté que evitaba mirarlo directamente a los ojos —.No hay secreto. Solo seguir las instrucciones
Lance se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. Su camisa se abrió un poco, mostrando una cadena de plata que brilló bajo la luz.
—Ah, pero es que tus manos tienen magia —dijo, señalando sus dedos con la cuchara—. Hasta lo más simple lo convierten en… especial. No se que haríamos sin ti en esta casa.
Rose se giró bruscamente hacia la ventana, cruzando una pierna con un movimiento rápido. Se quedó mirando hacia afuera, como si de repente hubiera visto algo muy interesante. Era raro que no le contestase. Ni siquiera dijo "gracias". ¿Quizá solo estaba cansada?
Sentí que tenía que decir algo ya, recordarles que Keila necesitaba ayuda. Me aclaré la garganta, un sonido pequeño que pareció enorme en el silencio. Ambos se giraron hacia mí al mismo tiempo. Lance me sonrió con normalidad, y dejó su vaso en la mesita frente a él.
—Ah, Davinder, justo iba a preguntar por ti. ¿Cómo sigue todo?
Rose me miró con atención, notando enseguida que algo no andaba bien.
—Pensé que te habías retirado a tu cuarto, ¿pasa algo?
Dudé por un momento. Mi brazo todavía ardía un poco. La imagen de Keila temblando no se iba.
—Keila... está rara. Q-Quiero decir, no está bien. Le pasó algo. Creo que deberías verla.
Rose se levantó de inmediato, tan rápido que el sillón hizo un ruido suave. Dejó el vaso sobre la mesita sin siquiera mirarlo.
—Claro, gracias por avisarme. Voy ahora mismo.
Pasó a mi lado sin mirar a Lance, dirigiéndose directamente hacia las escaleras. Pero él la siguió con la mirada por unos segundos, la sonrisa aún pegada en el rostro. Algo en su expresión me resultó extraño. No era malo… solo demasiado tranquilo. Como esas máscaras sonrientes que a veces dan más miedo que una cara enojada. Tal vez era mi imaginación. Últimamente, todo me parecía raro.
—¿A qué te refieres con que Keila está "rara", Davinder? —preguntó Lance tras un rato, dejando la cuchara flotando sobre el postre, sin llevársela a la boca esta vez. Su tono era curioso y sus ojos se fijaron en mí.
—Se veía pálida y un poco débil, hasta tuve que ayudarle a comer... Tal vez algo le cayó mal —mentí en lo ultimo, más por instinto que por otra cosa.
Lance asintió lentamente, su mirada aún clavada en la televisión apagada, buscando algo en el reflejo. El silencio se alargó y se sintió raro.
—Por cierto —dijo de repente, con tono casual—. ¿Cómo va todo con Yunna? ¿Se han entendido mejor últimamente?
Parpadeé, un poco sorprendido por la pregunta. No sonaba a chisme, ni tampoco a simple curiosidad.
——Supongo. A veces es difícil hablar con ella —respondí encogiéndome de hombros, mirando mis pies.
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Editado: 16.06.2025