Las Sombras Ocultas De La Familia Suzuki

Capitulo 22: Consecuencias Inmediatas

El pasillo del segundo piso estaba bañado por la luz pálida de la mañana que se colaba por la gran ventana al final del corredor. Me detuve un instante, viendo mi silueta borrosa reflejada en el cristal. Algo estaba mal.

No era solo el cansancio acumulado ni el insomnio. Era la forma en que la luz me atravesaba, como si mi cuerpo no terminara de estar del todo aquí. Me acerqué más al cristal, casi tocándolo con la nariz. La fría transparencia no hacía nada para calmar la incomodidad.

Levanté una mano y la apoyé sobre mi pecho, justo encima de la tela de la camisa. El frío. No era el frío del cristal ni el del aire de la mañana. Era el frío interno, el que me llevaba quitando el calor desde ayer.

Un ligero temblor recorrió mis dedos. Bajé la mano rápidamente, metiéndola en el bolsillo de mis pantalones. Recordé la quemazón en el brazo al tocar a Keila, su reacción, el vacío oscuro al desmayarme... y las palabras de la criatura.

"Te estaré observando..."

Sacudí la cabeza, intentando alejar el pensamiento. No podía ser real. Era solo el cansancio, el estrés de todo. Tenía que actuar normal. Si aparentaba estar bien, quizás empezaría a sentirme bien. Era lógico, ¿no?

Respiré hondo, alisando mi playera con manos que aún temblaban ligeramente.

"Normal", me repetí. Bajé la vista, evitando mi propio reflejo, y comencé a descender las escaleras, cada paso deliberadamente lento para ocultar la rigidez que sentía en mis músculos.

El olor a pan tostado y café se volvió más fuerte a medida que me acercaba a la cocina, una calidez que no sentía en mi propio cuerpo. Al entrar, lo primero que noté fue a Rose, que estaba de espaldas mientras movía un batidor metálico en un tazón, el sonido rítmico llenaba el aire. Yunna, sentada en una de las sillas de madera oscura, tenía una taza blanca humeante entre las manos, las yemas de los dedos apretando la cerámica caliente. Conversaba con Rose en voz baja, un murmullo tranquilo que hacía que la cocina pareciera, por un momento, un lugar extrañamente normal, como si los sueños malos y el frío no existieran.

Cuando me vieron en la entrada del comedor, ambas se detuvieron un momento. Rose dejó de batir y se giró, con una pequeña sonrisa en el rostro que no llegó del todo a sus ojos.

—Buenos días, Davinder —saludó, su voz suave como siempre.

Yunna apenas inclinó la cabeza, un movimiento pequeño. Su expresión era neutral, la máscara de siempre, pero sus ojos, esos ojos grises, sí se detuvieron en mí, recorriéndome rápidamente, como si estuviera evaluando algo que yo no sabía.

—¿Qué haces por aquí tan temprano? —preguntó Rose, retomando el batido, el sonido del metal resonando de nuevo—. Siempre eres de los últimos en bajar. Pensábamos que estarías roncando todavía —añadió con un ligero tono de broma.

Me detuve, el pie suspendido sobre la alfombra. ¿Roncar? ¿Hacía eso? Parpadeé. Nunca me había dado cuenta de a qué hora bajaba yo, o a qué hora los demás pensaban que debería hacerlo. Tal vez era cierto. Me sentí un poco tonto.

—Me… me desperté más temprano de lo usual —respondí al final, el pulgar rascando nerviosamente la palma de mi mano.

Era verdad, técnicamente. Solo que no mencioné que llevaba despierto desde que el cielo estaba completamente negro, antes de que cantaran los pájaros, dando vueltas entre las sábanas, sintiendo un sudor frío pegado a la piel y sin poder borrar la sensación de que algo me había estado observando desde el rincón más oscuro de mi cuarto.

Me senté en una de las sillas, justo en la esquina de la mesa, donde la luz pálida del sol no pegaba tan directo. El aire en la cocina era cálido y olía rico, acogedor incluso. Pero dentro de mí, todavía sentía ese frío extraño, profundo y punzante, instalado en lo más hondo del pecho que me helaba la sangre. Literalmente.

Rose siguió cocinando, el olor a huevos revueltos con algo de cebolla se mezclaba con el del pan tostado. Apoyé el codo sobre la mesa y me toqué la frente un momento. Estaba fría y pegajosa. El olor del desayuno flotaba en el aire: huevos con especias, pan crujiente, el amargo del café... y aun así, el aroma me revolvía el estómago. Tenía hambre, un hueco en la panza, pero solo pensar en tragar algo sólido me producía una arcada que tuve que disimular bajando la cabeza y mirando mis rodillas.

Los pasos suaves sobre el suelo de madera del pasillo me hicieron alzar la mirada. Sabrina y Keila entraban al comedor. Sabrina saludó con una sonrisa adormilada, el cabello blanco un poco despeinado, y se dejó caer en una silla, suspirando suavemente. Keila caminaba detrás de ella, con paso lento pero constante. Su piel seguía pálida, como papel viejo, y aunque ya no temblaba como ayer, había algo en sus ojos —una sombra, una opacidad— y una rigidez en sus movimientos que me hizo apretar los dientes sin darme cuenta.

Casi al mismo tiempo, Lance apareció desde el pasillo, su figura alta llenando el marco de la puerta de la cocina, ya vestido con camisa planchada y una corbata floja que parecía puesta a la prisa. Rose le entregó unos tuppers de plástico transparente con manos rápidas, mientras él murmuraba algo sobre que se le había hecho tarde para el trabajo, su voz demasiado animada para ser tan temprano.

—No olvides comer, ¿sí? —le dijo Rose al entregarle la última bolsa de papel con los tuppers dentro.

—Por supuesto, mi querida Rose —respondió Lance, guiñándole un ojo con una sonrisa amplia.

Luego giró hacia nosotros y nos deseó un buen día con un gesto amplio de la mano, demasiado teatral, antes de salir por la puerta principal con pasos rápidos.

El silencio volvió brevemente, roto solo por el tintinear de platos y el sonido del grifo del agua. Rose empezó a servir las porciones con su eficiencia habitual. Los platos humeantes fueron colocados uno a uno frente a nosotros.

Tomé mi cuchara sin entusiasmo y probé el primer bocado de los huevos revueltos.




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