El aire en la habitación se hizo denso, pesado en mis pulmones. La sombra en la esquina se estiró, alargándose como un brazo negro y huesudo, y se arrastró hacia el techo. Intenté moverme, gritar, cerrar los ojos. Nada. Mi cuerpo entero era una piedra, inmovil, congelado por el frío que venía de dentro.
Entonces llegó el susurro.
No eran palabras. No al principio.
Ese susurro rasposo llenó mi cabeza, una voz que no decía nada y lo decía todo, haciéndome sentir que mi cerebro se volvía agua, gelatina. La poca luz que entraba por mi ventana desapareció, consumida por las sombras, dejando mi vista en una oscuridad que no era solo no ver, sino algo más profundo, algo que parecía querer comerme entero.
No veía nada, pero lo sentía.
Alguien —algo— estaba en la habitación conmigo. No en la esquina. No al fondo. Estaba justo detrás. Demasiado cerca.
Mi oído, tan fuerte por el miedo, captó un roce suave, como uñas rasgando la pared, seguido por una exhalación caliente que me acarició la nuca. No me moví. No podía. El temblor era por dentro, en mis huesos, imposible de detener.
Y entonces, una voz, o la idea de una voz, se escuchó al lado de mi oreja:
—¿Me ves ahora…?
En un segundo más, sentí la presión de una mano helada, fría como la muerte, cerrándose alrededor de mi cuello. Mi bufanda, mi única protección, era la única barrera entre esa cosa y mi piel. No era real. No podía serlo. Y sin embargo, la sentí. Sus dedos eran largos. Demasiado largos. Como ramas secas.
Quise llorar. Lo supe en ese momento. No por miedo. Sino por la certeza fría y pesada de que algo estaba en mi habitación. Algo que no debía existir.
Y entonces, como si alguien hubiera apagado un interruptor, todo se detuvo.
El silencio volvió de golpe y las luces regresaron de repente, quemándome los ojos por un segundo. El frío en mi pecho se relajó un poco, pero dejó un hormigueo molesto, como pequeñas espinas, miles de ellas bajo mi piel.
Al abrir mis ojos de nuevo, vi cómo la oscuridad en la esquina se hizo pequeña, volviendo a ser solo una sombra normal, aburrida, de la estantería.
Me quedé en la cama, con la espalda pegada a la pared. Mi ropa se sentía rara, húmeda y pegajosa por el sudor frío.
Ya se había ido, pero no quise seguir ahí ni un segundo más.
Mi habitación, ese espacio que antes se sentía seguro, cerrado, mío, ahora me parecía una trampa. Por fin me logré mover y salí de la cama despacio, conteniendo la respiración por si algo me esperaba al otro lado de la puerta.
Nada. Solo el pasillo. Vacío.
Pero incluso el silencio afuera se sentía raro, como si la casa estuviera escuchando, conteniendo el aliento junto conmigo.
Avancé despacio, un paso, luego otro, intentando convencerme de que había sido un mal sueño, una alucinación de mi cabeza cansada. Tal vez aún estaba soñando. Tal vez—
Un crujido. Escuché pasos.
Alguien subía las escaleras. El sonido era rápido, apurado. Me detuve en seco, con la piel todavía pegajosa y la respiración rápida y desordenada.
Mi cabeza empezó a pensar en cosas malas. Posibilidades. Ninguna buena.
Pero solo era Sabrina. Tenía el rostro algo enrojecido, como si hubiera corrido mucho. Al verme, se detuvo de golpe.
—¿Davinder… estás bien? —sus ojos bajaron a mi ropa empapada, y su cara mostró preocupación—. ¿Estás sudando?
Me obligué a tragar el temblor en la garganta y le ofrecí una mueca, algo que intentaba parecerse a una sonrisa.
—Sí, solo... lo que Yunna me puso a hacer —mentí—.Me cansé más de lo que creí.
Sabrina asintió, pero no parecía creerme del todo. Sus ojos me estudiaron un segundo más, buscando algo, como si supiera que algo no encajaba, pero decidió no preguntar.
—Hmm… bueno —dijo al fin—. Yo ya me había ido, pero olvidé mi bolso. Solo vine a buscarlo y ya me voy otra vez con Lance.
Antes de que pudiera responder algo más, se metió en su habitación, y con la misma velocidad que había llegado, salió, su bolso ya en el hombro, y bajó las escaleras.
Me quedé un rato en el pasillo, sin saber qué hacer. No quería volver a mi cuarto. Se sentía peligroso. Tampoco quería bajar a la cocina. No quería ver a Yunna ahora mismo.
Finalmente, me arrastré hasta la sala de estar. No encendí la televisión. Solo me acurruqué en el sillón más cercano, abrazando mis rodillas, intentando que el frío en mi pecho no aumentará.
La comida y cena fueron raras. Todo parecía normal para ellos, pero para mí no lo era. Ahora que sabía que la criatura era real y Yunna lo sabía, el ambiente entre nosotros dos era... diferente. A veces la veía mirándome fijamente, lo que me ponía muy incómodo, y mi mente regresaba al recuerdo de la criatura, de las sombras.
Me fui a la cama sin decir adiós. Me metí bajo las sábanas, tapándome hasta la cabeza, pero no pude dormir bien. Cada sonido de la casa, cada crujido de la madera, cada soplo de viento contra la ventana… todo sonaba a pasos, a susurros, a esa voz rasposa. Cerraba los ojos, pero solo veía la oscuridad mala que había estado en mi cuarto, y sentía la mano fría en mi cuello.
Y así, el tiempo pasó. No sé cuándo me quedé dormido, ni cuándo me desperté.
Pero no quería levantarme.
El techo parecía muy lejos, más alto de lo normal, como si la distancia entre él y yo se hubiera estirado mientras dormía. Me quedé acostado, envuelto en las sábanas como si fueran una pared contra todo lo que me esperaba fuera de esta habitación.
No tenía ganas de ver a nadie. No tenía ganas de hablar. Mucho menos de ayudar a Yunna a buscar esa cosa fea.
¿Por qué yo?
La pregunta me había estado picando en la cabeza desde ayer, como un mosquito molestl que no se iba.
Incluso cuando Yunna me lo había explicado, seguida sin saber que se suponía que podía hacer yo. Solo soy un niño. Solamente estaría estorbando. Ni siquiera había logrado moverme ninguna de las tres veces que estuvo frente a mí. Me congelé. Me sentí debil.
#1300 en Fantasía
#545 en Thriller
#237 en Misterio
sobrenatural drama, adopcion amiga familia casa prima, mama sirvienta fantasia misterio dpasado
Editado: 28.05.2025