Las voces que nos conectan

Los protagonistas

“Discúlpame por interrumpirte,” dijo la joven mujer con determinación. “Quisiera compartir mis ideas antes de que se esfumen.” Y sin darme tiempo a responder, comenzó su apasionada exposición: Las personas son como libros llenos de historias, cada una única y especial. Sus características van desde los talentos y habilidades tales como la creatividad y el liderazgo, hasta aspectos como la personalidad, los valores, y las experiencias que moldean quiénes son. Algunos destacan por su audacia y valentía, otros por su bondad y empatía. ¡Y hay quienes iluminan el mundo con su humor y energía positiva!

La diversidad también radica en cómo las personas perciben la vida: algunos son soñadores, viviendo con la cabeza en las estrellas, mientras otros son pragmáticos, con los pies firmemente en la tierra. Existe también aquel que vive ajeno e indiferente a lo que sucede a su alrededor, inmutable y pasivo, proyectando una apariencia de calma, como si nada pudiera afectarlo. Relajado en su aparente ignorancia del entorno cambiante, se enfoca exclusivamente en sus propias ideas, metas, deseos y planes, ignorando por completo aquello que escapa a su interés. Su reacción —o más bien, su falta de reacción— resulta ofensiva y dolorosa para quienes anhelan humanidad y acción frente a las situaciones que los impactan, ya sean positivas o negativas. Son ellos quienes soportan, con paciencia y fortaleza, el peso y las consecuencias de actos que no consienten: las acciones indiferentes de aquellos seres insensibles que permanecen impasibles ante un mundo en constante transformación.

¿Acaso importa cómo se vive? Una persona llega a comprender y aceptar que la vida es un regalo otorgado por amor, con el único propósito de brindar felicidad a quien la recibe. Al aceptar esta verdad, también entiende que la manera en que vive importa mucho. Al igual que un trabajador que debe rendir cuentas por el uso de los materiales y el tiempo de labor, la vida conlleva la responsabilidad de darle un buen uso. Como un regalo preciado, su valor se refleja en el cuidado y el aprecio que se le otorga.

La forma de vivir, además, impacta inevitablemente tanto a la persona como a quienes la rodean. No se trata simplemente de existir, sino de aprender a vivir con propósito. Saber vivir añade un profundo significado a la existencia, haciéndola más placentera, gratificante y motivadora. Sin embargo, lo contrario también es cierto: ignorar la responsabilidad que implica recibir el don de la vida provoca dolor, frustración y vacío. Esto lleva consigo un sentimiento de pérdida y desgano, acompañado de sinsabores innecesarios que se suman a la insatisfacción inherente al ser humano: una satisfacción mezquina marcada por la no complacencia y la eterna espera de algo mejor.

Cada vez se vuelve más habitual para el ser humano encontrarse, en su día a día, con personas abatidas o emocionalmente heridas. Forman parte de una sociedad cambiante, pero no progresista en el ámbito emocional; una sociedad que derrumba esperanzas y deja como principal legado espíritus devastados y corazones apagados, desprovistos del entusiasmo por aquello que alguna vez fue fuente de placer y disfrute. Las causas de esta apatía no radican en simples cambios de gustos o preferencias, sino en condiciones externas que dificultan la expresión de emociones positivas.

Para muchos, la lucha se convierte en un desafío arduo, enfrentándose a fuerzas implacables y diversas. En un intento por protegerse de daños irreparables, algunos recurren a expertos que han desarrollado técnicas efectivas de prevención y defensa. Otros, por su parte, deciden analizar las situaciones por sí mismos y, basándose en sus conocimientos, criterios y experiencias personales, diseñan y aplican las estrategias que consideran su mejor defensa.

Otro grupo particular en este escenario es aquel conformado por quienes predican paz entre sus compañeros, pero albergan maldad en su corazón. Engañan con palabras falsas y disfrazan sus acciones como lobos con piel de oveja. Son la encarnación perfecta del mimo: farsantes dañinos, máscaras teatrales que aparentan cualidades y sentimientos que no poseen. Estas actitudes obligan a las personas a vivir en un constante ejercicio de discernir gestos, actos y expresiones para determinar si están frente a alguien genuino o engañoso.

Ante tal duplicidad, las personas sinceras encuentran fácil caer en la indignación y la desconfianza hacia cualquier individuo. En su búsqueda de protección, algunos desarrollan un rechazo generalizado hacia quienes se presentan como amigos o incluso hacia allegados y familiares. Esta estrategia, aunque comprensible, ha resultado para muchos en una incapacidad para reconocer la sinceridad auténtica, llevándolos a perder la oportunidad de forjar amistades verdaderas. Los resultados presentados resaltan la importancia de afrontar a las personas y situaciones de este tipo con sensatez y equilibrio. Para proteger el espíritu humano de los daños que pueden ocasionar las acciones de individuos engañosos, es esencial actuar con prudencia, evaluar cuidadosamente antes de confiar y evitar una confianza inmediata y sin fundamentos. No obstante, esta cautela debe mantenerse en un justo término; es fundamental no caer en un exceso de desconfianza que nos aísle del amor y la camaradería de personas genuinas y sinceras que enriquecen nuestras vidas.

El arduo trabajo de discernir quién es quién acompaña inevitablemente a la vida, y otorgarle la debida importancia garantiza, en buena medida, que los tropiezos sean menores y, en consecuencia, también las tristezas y decepciones. Aunque la perfección está lejos de alcanzarse en los setenta u ochenta años de existencia de cada ser, es posible reducir los sinsabores que inevitablemente la acompañan. Lo ideal es que cada persona modere sus expectativas, tanto hacia los demás como hacia sí misma. A fin de cuentas, todos fallamos, tropezamos y, en algún momento, herimos.



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En el texto hay: historia, narrativa, biografía

Editado: 12.04.2025

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