El bullicio de la estación de autobuses se entremezclaba con el aroma a café y la cacofonía de voces. Ricardo, un joven de cabello oscuro y mirada curiosa, aguardaba con expectativa. A pocos metros, Miranda, una chica de aspecto vivaz y ojos brillantes, mantenía la esperanza en cada rostro que pasaba frente a ella.
La luz del sol se filtraba entre los andenes, creando sombras danzantes que pintaban un paisaje efímero sobre el pavimento. La estación, un crisol de historias entrelazadas, resonaba con susurros y risas, mientras los relojes avanzaban sin piedad.
Ricardo observaba su reloj con ansiedad. Daniela, su cita, aún no llegaba. Por otro lado, Miranda aguardaba a Marco, con la emoción a flor de piel y los latidos del corazón marcando el paso de los minutos.
El reloj avanzaba implacablemente. Los minutos se convertían en horas, y sus respectivas citas brillaban por su ausencia. La desilusión se asentaba en sus rostros, una mezcla de esperanza desvanecida y resignación.
En medio del desencanto, sus miradas se encontraron. Un instante efímero que pareció detener el tiempo por un segundo. En esos ojos ajenos, encontraron una chispa de reconocimiento, una similitud en la desilusión compartida.
Ricardo, con un leve titubeo, se aproximó a Miranda, quien estaba recostada en un banco, observando el ir y venir de los viajeros con una expresión pensativa.
"¿Estás bien?", preguntó Ricardo, rompiendo el silencio con su voz suave.
El tono amable de Ricardo sorprendió a Miranda. Levantó la mirada, una mezcla de sorpresa y alivio dibujada en su rostro. "Sí, solo una cita que no apareció", confesó con una sonrisa forzada.
La conversación inició con cautela, compartiendo anécdotas y decepciones. Poco a poco, la charla se tornó más profunda, explorando gustos, anhelos y sueños. Ricardo habló sobre su fascinación por la fotografía, mientras Miranda revelaba su amor por la literatura y los viajes.
El aire vibraba con una curiosidad creciente, una conexión que nacía entre ellos en medio de la desilusión compartida. A pesar de ser dos extraños, encontraron una complicidad instantánea, como si el azar hubiera conspirado para unir sus caminos en ese instante.