Era sábado. Sofía había salido temprano a estudiar con amigas y no volvería hasta la noche.
Miguel y Noelia se quedaron solos en la casa.
No habían planeado nada.
Pero tampoco necesitaban hacerlo.
Desayunaron en pijama.
Compartieron pan con manteca, risas con mermelada.
Noelia tenía el pelo revuelto y la cara sin maquillaje, y a Miguel le pareció la mujer más hermosa del planeta.
Después lavaron los platos juntos, como si llevaran años compartiendo mañanas.
Se mojaron sin querer. Se mojaron a propósito.
Hubo salpicones de agua, carcajadas, una trampa entre sus brazos. Un beso largo apoyados contra la mesada, con olor a jabón y a ganas.
Salieron a caminar por la plaza del barrio.
No tomados de la mano, aunque querían.
Cerca, pero no tanto. A veces las miradas decían lo que los gestos no podían.
Se sentaron en un banco a tomar helado.
Hablaron de películas, de viajes, de cosas pequeñas.
Miguel la escuchaba como si fuera música.
Noelia lo miraba como si le estuviera robando un pedazo de vida prestado.
Volvieron a casa y cocinaron juntos.
Pusieron música, bailaron entre cucharas de madera y hornallas encendidas.
Se besaron con las manos sucias de salsa.
Él la alzó y la sentó sobre la mesada, y por un momento, todo pareció posible. Todo pareció fácil.
La miró con devoción.
Con la mezcla exacta de ternura y deseo.
Sus manos recorrieron sus piernas con calma, con respeto, con hambre de lo que ya sentía suyo hace tiempo.
Noelia lo besó como si se le fuera la vida en ello.
Y tal vez un poco se le iba. De miedo, de ganas, de vértigo.
Miguel se acercó más. Su cuerpo pegado al de ella.
Se buscaron sin apuro, pero con necesidad.
Él la sostuvo como si fuera frágil, pero también fuego.
Y ella se abrió como si supiera, por fin, que ahí no había juicio, solo amor.
La ropa fue cayendo entre suspiros.
Las manos, los besos, los murmullos.
Hicieron el amor en la cocina, entre olores a salsa y a deseo contenido.
Fue lento, fue intenso, fue inevitable.
Después se quedaron abrazados, todavía sobre la mesada, respirando el mismo aire, con los corazones en un mismo ritmo.
No decían nada.
Porque todo ya estaba dicho en el cuerpo.
Después de comer, se acostaron en el sillón.
Miguel la abrazó por detrás, la cara escondida en su cuello.
Noelia cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió en casa.
No por las paredes. Por él.
—¿Y si fuera así todos los días? —preguntó ella, en voz baja.
—¿Así cómo?
—Esto. Vos y yo. Una vida tranquila. Sin esconderse.
Miguel no respondió de inmediato.
Le acarició la mano. Besó su hombro.
—Entonces sería feliz —dijo por fin—. Como nunca antes.
Noelia giró un poco para mirarlo.
—¿Y por qué se siente tan lejos?
—Porque todavía no podemos gritarlo —dijo él—. Porque seguimos en el medio de algo que no terminamos de resolver.
—Porque hay personas que queremos —susurró ella—. Y que podríamos lastimar.
El silencio volvió. Pesado. Incómodo.
Entonces sonó la puerta.
Sofía.
Ambos se levantaron como si algo los quemara.
Ella se peinó rápido, se cambió el buzo.
Él se acomodó el cuello de la remera, se sentó en el otro sillón.
Limpiaron las huellas del día con urgencia.
Cuando Sofía entró, los saludó como siempre.
Y ellos respondieron como si nada.
Como si no se hubieran amado hace apenas un rato.
Como si el mundo que habían creado durante el día se hubiera esfumado en el aire.
Miguel la miró de reojo.
Noelia también lo hizo.
Pero esta vez no se sonrieron.
El día perfecto había terminado.
Y la realidad les recordaba que lo que vivían…
todavía no era libre.
✦ NOELIA ✦
El silencio de la casa la envolvía como una manta suave. Apenas se escuchaban ruidos, pero en su interior todo vibraba. Aún sentía su piel caliente, el corazón latiendo con ese ritmo que solo él sabía despertar.
Estaba recostada en la cama de Sofi, abrazando una almohada con una sonrisa escondida entre los labios.
Miguel.
Él había sido ternura y deseo, refugio y vértigo.
Habían cruzado un límite. Uno hermoso. Uno que, en el fondo, llevaba años esperándolos.
Noelia no podía dejar de revivir ese instante en que la alzó suavemente y la sentó sobre la mesada, mirándola como si fuese lo más preciado del mundo. La forma en que sus manos acariciaron con cuidado, como si cada parte de ella mereciera ser celebrada. Como si su cuerpo fuera casa. Como si su alma también.
Y lo fue. Un hogar al que habían vuelto sin palabras, solo con miradas, respiraciones entrecortadas y besos largos.
Y por primera vez en mucho tiempo, no sentía culpa. Ni miedo.
Solo una calidez profunda, como si el amor la abrazara desde adentro.
Sí, el mundo seguía siendo complicado, pero en ese rincón robado, algo se había encendido. Algo que no quería soltar.
Miguel había sido su primer amor. Y ahora, tal vez... también podía ser el último.
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✦ MIGUEL ✦
Miguel no dormía. Pero no era por inquietud.
Era porque no quería que terminara el día más hermoso que había vivido en años.
La casa estaba en penumbras, pero en su pecho todo brillaba. La imagen de Noelia en sus brazos, sus ojos cerrados, su voz susurrando su nombre entre caricias. El modo en que se entregaron, sin reservas, sin excusas. Solo ellos. Por fin.
Había sido real. Dulce. Fuerte.
Ella tenía sabor a verano y nostalgia, pero también a presente. A eso que siempre estuvo y que ahora, después de tanto, se animaban a mirar de frente.
Y en ese instante, Miguel supo que no se trataba solo de un reencuentro. Era una nueva historia. Una promesa sin necesidad de palabras.
La había amado en el pasado, sí. Pero ahora... ahora la amaba desde otro lugar. Desde la certeza. Desde la madurez que solo el tiempo y las heridas pueden dar.