Lazarus

De cómo la preocupación de un hermano, pesa en la balanza

Mi muy estimado Hugh C. Claire:  

 

He culminado con la tarea de la que habíamos hablado antes de tu partida súbita al condado, por lo que espero que, a tu llegada a la ciudad, me honres con tu agradable y esperada presencia, amigo mío.  

Si bien, fue algo que no requirió de grandes esfuerzos, espero que lo poco que he conseguido investigar del tema disipe tus dudas y complemente el conocimiento que ya tenías al respecto, con el entendimiento de que el emprender en nuevos negocios a veces es riesgoso y, mucho más, cuando se trata de algo que yace bajo la tierra.  

También, por lo que tu preciada hermana me ha contado, entiendo que tu regreso no sea expedito, por lo que, a sabiendas que allá afuera la vida es más complicada de lo que aparenta, y preocupado por el bienestar de mis buenos y únicos amigos como lo son los Claire, envío junto a esta misiva al ingeniero Winston Wright y su equipo de hombres conocedores, esperando que sus conocimientos sean de ayuda; y sin tratar de sonar pretencioso, querido Hugh, cuento con que trates al señor Winston como tratarías a este viejo amigo tuyo, ya que su cerebro, pese a las apariencias, es invaluable para mí y mis negocios ferroviarios.  

Sin más que decir salvo enviar mis más buenos y sinceros deseos, me despido, no sin antes recordarte que siempre que lo necesites, estaré ahí para apoyarte como tú y tu familia lo han hecho hacia mi persona.  

Lazarus.  

 

**************** 

 

Hugh dejó la hoja gruesa de papel con tales letras en el escritorio de su despacho en la mansión del condado; tal como su hermana menor, el hombre de diecinueve años de edad, casi veinte, tenía el cabello claro como los trigales de otoño. Y aunque sus ojos verdes con tintes azulados un poco más oscuros que los de Elizabeth eran fríos de por sí, tanto que la gente pensaba que la dureza de su expresión era natural en él, se tornaron cálidos cuando pensó en el remitente de la carta que acababa de leer.  

A diferencia de su hermana, Hugh se parecía demasiado al anterior conde Claire, quien había heredado el color de cabello a sus hijos, pero sólo la hosquedad y el rostro severo a su heredero. Quizá era por eso, que cuando niño, a Hugh se le dificultaba un poco entablar amistad con otros niños de su edad, o tal vez por su obsesión con sus sueños en el futuro. Al final, felizmente para Hugh más que para Lazarus, ellos se habían vuelto amigos, más que amigos de hecho, los unía una hermandad en la que la sangre no era necesaria para enlazarlos.  

Siendo un año mayor que Lazarus, y siendo de un rango social menor que él, ambos se conocieron simplemente por un mero acto de amabilidad entre familias. Las tierras del ducado de los Hastings no estaban cerca de las de los Claire, ni tampoco es que llevaran negocios en común. Simplemente, fue una tertulia social en la casa de los Hastings que tenían en la ciudad, hecha para recibir al tercer hijo de los duques, donde sus destinos se encontraron por vez primera. 

Recordó entonces cómo es que Lazarus, cuando era un niño que apenas empezaba a contar los números con las dos manos, se acercó a él, o, mejor dicho, cómo es que ambos se encontraron en una casualidad que, ahora creía, había sido destinada por el cielo.  

Hugh desde siempre ha sido un monstruo alto y fornido, de atlética composición, así que era natural desde muy pequeño soñar que sería un militar, y, por ende, informaba a todos y cada uno de aquellos con los que tenía contacto de sus aspiraciones, mostrándoles el trabajo nacido de sus días de esfuerzo en la equitación, el disparo y la estrategia.  

Sí, a él no le gustaba aceptarlo mucho, pero cuando era un niño, era un presumido que se jactaba de sus conocimientos en el ajedrez, el juego de estrategia que, según su abuelo, forjaba grandes mentes militares, y que a sus seis años dominaba de una manera en la que podría darles una pelea campal a los adultos.  

Encontrando aburrido a Lazarus, quien, a sus cinco años, aunque la enfermedad no había minado su salud todavía, se veía indefenso y simple, jugando en solitario el ajedrez, Hugh pensó en desafiarlo.  

Según las normas nobles no escritas, cualquier otro niño esperaría a que Lazarus mismo fuese quien lo notara, para luego alabarlo hasta que la fiesta culminara y todos se fueran a casa, con un amigo falso más en el bolsillo para el bien de su futuro; no obstante, a Hugh no le importaba el rango social de Lazarus, en primer lugar porque apuntaba a subir en la milicia y creía fielmente que no necesitaba lamer botas para ello, y en segundo lugar, porque eran niños y a los niños se les podría permitir ciertos deslices a esa edad.  

No cabe decir que Hugh fue derrotado completamente, más de siete veces, aunque, según lo recordaba, a veces parecía poder ganarle al pequeño de rostro aburrido que era Lazarus a esa edad.  

La competencia, en el ámbito noble, era muy instigada, por lo que esa noche, cuando regresó a casa, Hugh pensó y pensó en cómo vencer al niño tranquilo que había sido su contrincante. Y así, la siguiente vez que coincidieron, ellos jugaron, llamando la atención de los adultos, con fiereza, en medio de una plática banal e infantil donde hablaban de lo que querían ser de adultos.  

No reconocería nunca, ni siquiera en esa época, que fue una sorpresa grata saber que Lazarus también buscaba la carrera militar, aunque estaba más interesado en las ingenierías.  

Y pronto, esos dos niños que jugaban al ajedrez juntos, empezaron a frecuentarse con sus anhelos comunes y sus talentos tan similares, porque Lazarus era excelente en el tiro al blanco, a pesar de ser un año menor que Hugh, aunque su capacidad atlética era inferior como era de esperarse.  

Tristemente, un par de años más tarde, la tragedia golpeó a Lazarus.  




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