Lazarus

De cómo los hermanos por vez primera no llegan a un entendimiento

El día de hoy, mi hermano regresa a la casa de la ciudad; no es un acontecimiento que normalmente apuntaría en las hojas de mi día a día, no obstante, espero por fin poder hablar seriamente con él al respecto de mis deseos.  

Siendo honesta conmigo misma, me causa un poco de recelo pensar en su reacción cuando sepa mi resolución al respecto de buscar un matrimonio, aunque, a sabiendas de su amabilidad y su mente abierta, espero que sepa comprenderme. Sobre todo, siendo que él también está preocupado por nuestro querido amigo en común, quien es más que un amigo, diría que es parte importante de nuestra familia, y a la familia no se le abandona.  

Hablando de Lazarus, últimamente lo he notado más decaído, cosa que me ha puesto a pensar que debería apresurarme; es culpa mía, de todos modos, por alargar el hecho de juntar mi valentía como persona, no como una mujer, y poder expresar lo que quiero, sin temor a nada. Porque, siendo lo que soy, como todo ser humano la flaqueza a veces viene a mí, incitándome a permanecer en la dulce negligencia de mi situación actual a pesar de que, de alguna manera, no puedo permanecer así.  

Si las cosas tienen que cambiar, la providencia así lo quiera, al menos deseo que el cambio sea uno que pueda elegir y ayudarme en mis aspiraciones.  

No sé si me tomará un año, o diez, pero estoy decidida; cuando veo los ojos grises y sin brillo de Lazarus, mi corazón me urge a moverme, y con esa fuerza motriz, estoy segura, nada me detendrá, ni siquiera mi propia incapacidad. Trabajaré duro así mis ojos se resequen por las lecturas académicas y la investigación que requiera. Y confío en el buen dios que mi hermano y Lazarus me acompañen en el viaje, siendo ellos los pilares que me han apoyado desde que papá no está. Siendo ellos mi única y querida familia.  

 

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La letra de Elizabeth era pulcra y limpia, aunque uno no esperaría que sus letras tan simples fuesen las de una mujer; como todas las noches, ella escribía en su diario de vida sus aspiraciones y lo que meditaba en las horas previas al descanso cotidiano, pensando en sus planes e imaginándose situaciones que podrían ocurrir al respecto. 

Como una joven de dieciséis años, soñadora e inteligente, todavía existía esa confianza inquebrantable en quienes había depositado sus esperanzas. Lazarus, Hugh, no era mentira que ambos eran los cimientos en los que normalmente ella se apoyaba para llevar a cabo sus deseos y caprichos; ya sea un libro nuevo, ya sea un tutor de esgrima, siempre apoyaban sus locuras incluso si ello implicaba reforzar sus comportamientos masculinos y salvajes. Y en ese ritual común de la interacción entre lo que ella consideraba su núcleo familiar, para ella era natural que las cosas, a pesar de la oposición esperada que al principio siempre había, al final resultara triunfante.  

Tal vez fue por ello que, cuando Johanna llamó a la puerta de su habitación con la noticia de la llegada de Hugh, Elizabeth corrió escaleras abajo sin pensarlo; su ropa común de descanso en tonos verdes y azules danzó con el movimiento presto de sus pies, como si fuesen unas alas de hada translúcidas.  

Abajo en el recibidor, su tía Marie y Hugh ya habían intercambiado saludos, y aunque la anciana la miró con sus ojos empañados en reproche debido a que Elizabeth no se había tomado la decencia de ponerse algo un poco más modesto sobre su ropa de dormir, el hecho de eran familia le permitía tomarse libertades en cuanto a su vestimenta y modales.  

Sin prestar mucha atención a su tía, Elizabeth se abalanzó sobre su hermano mayor; entre ambos, la diferencia de altura era demasiada incluso a pesar de que la joven todavía era considerada alta para su edad. La imagen de los dos hermanos saludándose efusivamente fue escandalosa pero llena de un amor familiar que ciertamente Marie envidiaba un poco.  

—Bueno... Soy demasiado vieja para desvelarme, así que los dejo a solas. Entiendo que tienen mucho de qué hablar, ambos. —Aclarándose la garganta, la anciana interrumpió la dramática bienvenida. Los hermanos la observaron, todavía sonrientes, aunque la perteneciente a Hugh se eclipsó en cuanto escuchó a su tía, a sabiendas que lo que seguía podría ser uno de los tragos más amargos en la relación que tenía con Elizabeth. —Entonces... me retiro. —La mano arrugada de Marie tocó el hombro de su sobrino, apoyada en una mirada que estaba entre la misericordia y la obligación. Esa mano que le dejó un sabor amargo en la boca mientras dejaba a Elizabeth aterrizar en el piso tapizado de la entrada.  

—¡Buenas noches, tía Marie! —Escuchó a Elizabeth despedirse, mientras que él apenas logró hilvanar su voz para hacer lo propio. La joven de ojos verdes, su pequeña y adorable hermana, entonces, lo miró todavía con la alegría en su rostro por volverlo a ver luego de poco más de un mes de ausencia.  

Más tranquilo, pero con la zozobra de su deber a cuestas, Hugh tomó valor y miró esos ojos verdes e inocentes todavía.  

—Vamos, Beth... —Le dijo, preocupado. —Creo que... tenemos que hablar tú y yo de cosas un tanto incómodas, pero necesarias.  

Ella asintió, con su corazón vacilante y el miedo a flor de piel, pero también con la confianza que le daba el saber que su hermano siempre había sido bueno y comprensivo con ella, siendo su segundo padre desde que éste había muerto, queriéndola y tratando de entenderla incluso cuando había diferencias entre ambos. Incluso si las palabras que debían cruzar no serían cómodas y quizá hasta polémicas, ella sabía que tarde o temprano él la entendería, además de que el tiempo apremiaba. Sí, ella no podía posponerlo así lo quisiera; no si ella ya había tomado la decisión de presentar el examen el año siguiente.  




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