Lucy abrió la puerta de la floristería de un empujón y sintió un aroma familiar. Respiró hondo y sintió una paz perdida hacía mucho tiempo, como la de un viejo amigo oculto hacía tiempo, que la abrazaba en silencio. Pero esa agitación interior, como un monstruo oculto en las sombras, seguía rastreándola. Levantó la vista hacia los lirios del enrejado y las yemas de sus dedos se deslizaron sobre el ramillete de pétalos blancos. Se mecían suavemente a la luz, como si escupieran en silencio su prolongado cúmulo de irritación.
Caminó hacia el caballete de Amy. El chico siempre estaba encerrado en su habitación, sin hacer otra cosa que dibujar. Bajó la vista y abrió su cuaderno de bocetos, y todo lo que pudo ver fueron tonos oscuros y líneas desordenadas, como si cada trazo estuviera gritando «¡Ayuda!». Se le apretó el corazón y sintió que el cuaderno de dibujo que tenía en la mano pesaba más que antes.
──Amy, ¿qué has dibujado hoy? preguntó Lucy en voz baja, con un deje de ansiedad en la voz. Tal vez ni siquiera se diera cuenta de lo urgente que sonaba.
Amy bajó la mirada, sus ojos parpadeaban como si se le hubiera escapado algo que no quería decir. Lucy suspiró, colocó el cuaderno de dibujo suavemente sobre la mesa y le acarició el pelo.
──«Está bien, tómate tu tiempo y dímelo, mamá estará aquí».
Amy se limitó a asentir y volvió a su rebanada en blanco del mundo, con los ojos todavía empañados, como si ya no tuviera nada que ver con la habitación, ni siquiera con el mundo. Lucy la observó y sintió que le clavaban un cuchillo en el corazón. Sabía que Amy se dirigía al abismo de la soledad y, por mucho que lo intentara, no podía hacerla retroceder.
Mientras tanto, Carter intentaba desesperadamente contener la presión. Los recursos mediáticos de Victoria estaban siendo utilizados por James Custer para atacar a su empresa, dejándole sin aliento. La opinión pública empezaba a cuestionar sus decisiones, y algunos incluso sospechaban que había hecho tratos poco honorables en varios proyectos. Estas tormentas empezaron a sacudir los cimientos de su imperio empresarial. Aunque siempre había mantenido la calma, ahora estas cosas le hacían sentir que su mundo podía estar a punto de derrumbarse.
Por la noche, las luces seguían encendidas en la oficina. Carter estaba sentado en su silla, mirando la pantalla del ordenador con el ceño fruncido.
──«¿Qué estará tramando Victoria?». Susurró para sí, con un tono frío pero incapaz de ocultar su fastidio. No se le daba bien lidiar con este tipo de tormentas mediáticas, y mucho menos encontrar el equilibrio en cuestiones emocionales.
Sacó su teléfono móvil y marcó el número de Lucy. Justo cuando la llamada se conectó, se detuvo de nuevo. La relación entre los dos ya no era tan sencilla como antes. La ira, la decepción, como un muro invisible, bloqueaban toda comunicación entre ellos.
──«¿Lucy?» La voz de Lucy al otro lado del teléfono era tranquila y grave, «La situación de Amy está empeorando, necesito tu ayuda».
Carter frunció el ceño, su voz baja con algo de cansancio.
──«Lo sé, lo haré».
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea antes de que Lucy finalmente hablara.
──«Tenemos que llevar a Amy a un psiquiatra, es más de lo que podemos manejar».
Carter cerró los ojos, repitiendo la pregunta innumerables veces en su mente: ¿cuándo voy a hacer lo correcto? La soledad de Amy crecía y él, él mismo, no lograba estar ahí. Lucy tenía razón, no podía seguir fingiendo que no pasaba nada. Guardó silencio por un momento y simplemente respondió.
──«Lo arreglaré».
Colgando el teléfono, Carter se reclinó en su silla, con los ojos entrecerrados. Le vinieron a la mente los ojos de Amy, cada vez menos lustrosos. Sabía que si seguía ignorándolos, Amy podría desaparecer en esta solitaria oscuridad, y él también la perdería para siempre.
Lucy colgó el teléfono y miró la noche por la ventana. Había querido contar con Carter, pero ahora tenía que soportarlo todo sola. No discutió más porque sabía que el peso que Carter cargaba en ese momento estaba más allá de su comprensión. Sin embargo, todavía estaba llena de ansiedad. No sabía si esto podría pasar y si su familia podría volver a ser como antes. Amy, Carter, ella misma, todo pendía de una cuerda, tambaleándose.
Pero en el largo silencio, Lucy tuvo la vaga sensación de que entre Carter y ella parecía haber un sutil entendimiento: que por el bien de Amy, por el bien de la niña antaño despreocupada, tenían que dejar de lado todas sus discusiones y afrontar juntos los retos del futuro.
──«Tenemos que trabajar juntos». susurró Lucy para sí misma, como dándose una inyección de ánimo. Por muchos baches que hubiera en el camino, ella tenía que luchar por un futuro mejor para Amy.
A medida que avanzaba la noche, el silencio al otro lado del teléfono se entrelazaba con la determinación que iba creciendo silenciosamente en ambos corazones, y tal vez, esa fuera la fuerza que les permitiría enfrentarse a todo.