LA SANGRE EXIGE SANGRE
"La muerte es un castigo, para muchos un regalo y para otros un favor."
Palabra de Mordekaiser.
El decimoséptimo señor de toda la legión era conocido por muchos nombres a lo largo y ancho de todo Noxus. Las tierras que su legión dejaba liberados a su paso lo llamaban el Ungido, el Decimoséptimo o, con más elegancia, el Sempiterno.
Para los señores de Noxus era simplemente Astorath, el nombre que le pusieron en su tierra natal, Cartage, durante los años de conflicto que precedieron a la llegada de los tres señores de Noxus.
Sin embargo, al igual que muchos Señores y regidores, tenía un título informal, un término respetuoso utilizado a menudo por las dieciocho legiones y por la legión trifanaria. Astorath era conocido como Maleador el Sigilita, un nombre sacado de unos textos casi olvidados de un mito antiguo, que precedía a la era en la que el Rey Brujo caminaba sobre la tierra.
Ni uno solo de los cien mil guerreros allí reunidos pronunció ninguno de aquellos nombres. La legión de los Portadores de la Verdad se encontraba allí al completo, y aquella increíble fuerza de combate se mantenía ordenada en filas perfectas mientras todos y cada uno de sus hijos pronunciaba su nombre con murmullos sibilantes, como si recitaran una invocación.
«Astorath el sempiterno», musitaron todos al mismo tiempo: Astorath el glorioso, Astorath el Dorado. Así era como llamaban sus hijos elegidos.
El decimoséptimo señor de la legión volvió la mirada hacia el mar de guerreros de armadura gris que habían sido creados para cumplir sus órdenes. Dio la impresión de que se detenía unos momentos ante la inmensidad de lo que estaba contemplando. Los que se encontraban más cerca de él vieron el fuego que le iluminó la mirada.
—Hijos míos —les dijo, acompañando las palabras con una sonrisa impregnada de pena—. Me llena de ánimo veros a todos juntos.
Contemplar el rostro de Astorath era sumergirse en la visión de la perfección. Los sentidos humanos, incluso las capacidades sensoriales creadas por el mundo, tuvieron que esforzarse por procesar completamente lo que veían en ese instante.
—La sangre exige sangre —dijo Astorath a los guerreros reunidos en la tumba llena de cráteres en la que se había convertido Cartage—. La sangre exige sangre.
Como siempre hacía cuando se encontraba en presencia de sus ancestros, Vhadin se esforzó por fijarse en los pequeños detalles individuales para evitar ver por completo la presencia de su padre y señor.
Astorath tenía los ojos del mismo color gris que el cielo invernal de Cartage, y los llevaba rodeados de kohl, lo que hacía que destacaran más contra la piel del señor de los legionarios, una piel que parecía completamente blanca, como la nieve.
—Y a esto hemos llegado —dijo el señor de los Portadores de la Verdad sin alzar en ningún momento la voz más allá de un susurro, ya que no le hacía falta. Sus palabras llegaban hasta los oídos de sus hijos más cercanos.—Y a esto hemos llegado —repitió Astorath—, y a pesar de eso, nos hacen esperar las respuestas que nos merecemos.
Ningún orador o filósofo sería capaz de transmitir la confianza feroz y apasionada que exudaban las palabras de Astorath. Sus labios finos estaban curvados en una sonrisa a medias propia de un poeta vehemente y apasionado, a pesar de encontrarse en la tumba de su mayor logro. Tenía los guanteletes de la armadura cerrados, en puños, y aquellos puños parecían reticentes en alzar el arma que aferraban un martillo enorme y gigante, otros noxianos usaban hachas, alabardas, pero el arma representativa de los Portadores de la Verdad era el martillo.
Illuminarum era el único detalle de grandiosidad que se permitía al señor de la legion un poder y un estatus nunca antes vistos. El mango del arma era del marfil de mayor calidad, que a su vez estaba reforzado por una empuñadura de hierro negro. La cabeza del martillo era una obra increíble de adamantio de superficie oscura debido al trabajo del maestro forjador y decorada con runas de plata.
A pesar del trabajo soberbio que había supuesto su forja, el martillo de Astorath era ostentoso y carente de toda belleza. Su portador había hecho arder islas enteras, y cada uno de los capellanes de la Legión de los Portadores de la Verdad empuñaba un arma equivalente, aunque de menor valía.
Todos los hijos de Astorath, incluso aquellos que habían pasado años lejos de él, captaron de inmediato la inquietud que embargaba a su padre. El Señor de la Legión miró una y otra vez hacia los legionarios pertenecientes a la trifarix, posados en la tierra que lo vio nacer, y también observo a la Mano de Noxus.
Alrededor de su sonrisa de poeta se adivinaba una leve sombra de barba sin afeitar, algo que Vadhin nunca había visto en su señor, siempre tan pulcro.
—Mano de Noxus, mi rey, mi señor; compatriota de sangre pero no de corazón, quiero que respondas por esta locura.
La legión oyó el último susurro de su señor cuando la legión trifanaria apareció por fin, y junto a ellos ya hacia un rey guerrero, una leyenda viviente.
—Portadores de la Verdad, estad preparados y atentos a cualquier signo de traición —dijo, y murmuró aquel aviso con la misma suavidad que una serpiente se deslizaría sobre una tela de seda.
Eran tan sólo cien guerreros los que se encontraban frente a los cien mil portadores de la verdad. Una única compañía de legionarios pertenecientes a Darius había llegado a Cartage. En la isla junto a su señor, y se enfrentaba a aquel océano de armaduras grises. A pesar de la gravedad del momento,; Vhadin no tuvo muy claro si debía sentirse perplejo ante aquel gesto o simplemente insultado. Decidió dejarse llevar por ambos sentimientos, que se vieron acompañados por una creciente irritación.
—La Legión trifanaria—le informó Corvus, mientras daba unos pasos hacia adelante, muy cerca de Vhadin—. Es curioso.
Vadhin contempló a los guerreros que acompañaban a Darius, e intentó adivinar el motivo por el que era esa compañía la que acompañaba a la Mano de Noxus, sus guerreros no parecían la gran cosa, pero según sus informes la Legión Trifanaria había hecho que ejércitos enteros se arrodillaran frente a ellos. La compañía de Darius, era muy conocida por muchas legiones y tenía una gran reputación en los círculos más íntimos de Noxus.
De la humareda surgió otra figura, esta llevaba un cuervo al lado del hombro izquierdo, había algo oscuro en aquel personaje, algo incómodo, su rostro era la firmeza encarada, era el rostro de un hombre que había ganado centenares de guerras, y que con la mirada podía hacer de tus peores pesadillas se hicieran realidad. Vhadin lo miro y abrió los ojos con fijeza.
—No —musitó el capitán, y el asombro lo dejó sin respiración.
—Por la sangre del Dios de Noxus—murmuró.
Astorath, que se encontraba delante de ellos, sonrió con un gesto agrio.
—El poder de Noxus; “El poder de Noxus” esta aquí. Esto es malo, esto es muy malo.
Junto a Swain, caminaba otra figura vestida con una sencilla túnica de tela negra que parecía contrastar con el ambiente muerto que era Cartage, el individuo tenia el rostro cubierto, incluso las manos estaban cubiertas, aquel tercer personaje era totalmente un misterio, pero también era miembro de la Trifarix, los tres reyes de noxus
—¿Qué clase de locura es ésta? —gruñó Nemmeton, padre de Astorath y consejero personal del circulo interno de la legión, su voz estaba cargada deuna furia sin parangon
—Tranquilo, —murmuró Astorath, aunque no apartó la mirada de la fila de guerreros que tenía delante—. No tardaremos en tener las respuestas que buscamos. ¡Capitanes, un paso adelante!
Al oír la orden, cien capitanes avanzaron con los martillos y las espadas en las manos, y un centenar de capellanes, con los rebordes negruzcos y los crozius que indicaban su rango, se mantuvieron un paso por detrás de ellos. A la espalda de los capellanes se alineaban cien mil portadores de la verdad que formaban en posición de firmes a pesar de lo desigual que era el terreno oscuro que pisaban.
Vhadin apartó la mirada de Swain. Era tan difícil contemplar impasible el rostro del Poder de Noxus, hacía que te sintieras como una porquería. Lo más duro era mirarlo a los ojos. En ellos no había duda, cálculo o curiosidad, nada que indicase una emoción humana. Aquella cara parecía esculpida directamente en una piedra oscurecida por el sol. Era la dignidad y el poder de Noxus encarnado.
El capitán contuvo un estremecimiento y se volvió hacia la figura oculta entre la sombras. Era demasiado humano como para tenerle miedo, pero también demasiado influyente como para hacer caso omiso de su presencia. Era el tercer señor de Noxus o quizás señora, la figura parecía femenina, y parecía estar detrás de Swain.
Y estaba allí.
Allí, y al parecer, en una actitud que apoyaba la destrucción llevada a cabo por la Legion Trifanaria. Vhadin aferró con más fuerza la empuñadura del martillo de guerra.
—Poder de Noxus —lo saludó Astorath, y lo hizo con una voz aparentemente tranquila que casi ocultaba por completo el temblor provocado por la angustia que sus hijos sabían que recorría todo su ser—. Mis reyes. Bienvenidos a Cartage, ciudad devastada.
Nada más decir aquellas últimas palabras, señaló con un barrido del brazo la devastación que los rodeaba, y en su rostro apareció una expresión mezcla de burla y asco.
—Astorath.
La voz de Swain retumbó como un trueno lejano, pero no dijo nada más aparte del nombre del Señor de la Legión.
Vhadin entrecerró los ojos al notar la absoluta neutralidad del tono de voz de Swain, carente de todo atisbo de emoción
— Astorath—dijo Darius al mismo tiempo que le hacía una leve reverencia a modo de saludo—. A todos nos apena reunirnos en estas circunstancias.