ADARA
A la mañana siguiente, el cielo seguía gris, y una niebla densa cubría el campus. El aire tenía ese aroma a humedad y tierra mojada que solía ser agradable, pero ese día solo me generaba una extraña ansiedad. Caminé hacia la sala de reuniones, repasando mentalmente los puntos que quería tratar, aunque en el fondo, algo más ocupaba mis pensamientos.
James.
No había dormido bien. La conversación de ayer resonaba en mi cabeza, y había repasado cada palabra, cada mirada, cada pausa entre nosotros. ¿Qué me pasaba? No podía recordar la última vez que alguien me había hecho sentir así, tan expuesta y, a la vez, tan… viva. Me reproché el pensamiento, sacudiendo la cabeza, y entré a la sala de reuniones intentando lucir tranquila.
—¡Adara! ¡Por aquí! —me llamó Helen, una de mis colegas y amiga de años, mientras me hacía una seña para sentarme a su lado.
Le dediqué una sonrisa y me acerqué. Helen siempre había sido una observadora aguda, y eso me ponía nerviosa hoy.
—¿Estás bien? —me preguntó en cuanto me senté—. Tienes una cara de circunstancia que no se puede disimular.
Solté una risa breve, intentando restarle importancia.
—Nada, no dormí bien. Cosas de la vida —murmuré.
Sin embargo, su mirada parecía decir que no le convencía para nada mi respuesta. Justo en ese momento, la puerta se abrió y James entró, saludando al grupo con una sonrisa despreocupada. Mis ojos se encontraron con los suyos solo por un segundo, pero fue suficiente para hacer que el corazón se me acelerara.
«Tranquila, Adara. Es solo un colega», me repetí internamente, aunque una parte de mí sabía que era inútil intentar convencerse.
El decano, un hombre de voz grave y porte firme, comenzó la reunión con su tono habitual de seriedad. Expuso algunos puntos sobre los próximos eventos académicos y actividades estudiantiles. Sin embargo, apenas podía concentrarme; mi mente volvió a la conversación con James y a cómo se había tomado la libertad de tocar temas personales con tanta facilidad. De cierto modo, le envidiaba esa resolución.
—Profesora Swits, ¿tiene algo que comentar sobre la propuesta de unir algunos temas de historia y matemáticas para un seminario interdisciplinario? —preguntó el decano, sacándome de mis pensamientos.
Me aclaré la garganta y forcé una sonrisa, buscando entre mis notas.
—Eh, sí, claro. Creo que podría ser interesante mostrar cómo las matemáticas han influido en la historia de las civilizaciones y viceversa, como en las antiguas culturas de Egipto o Mesopotamia.
—Exacto. Las matemáticas y la historia son más afines de lo que muchos piensan —dijo James, mirándome desde el otro extremo de la mesa—. Podríamos hacer algo innovador, ¿no te parece, Adara?
La forma en que pronunció mi nombre me hizo estremecer. No era normal que los profesores se llamaran por su primer nombre en reuniones formales, pero la facilidad con que lo hizo lo hacía sonar casi natural. Sentí las miradas de los demás en nosotros y asentí, algo nervioso.
—Sí, sí. Podría funcionar muy bien —respondí, intentando que mi voz sonara estable—. Creo que, si organizamos unas clases conjuntas, los alumnos se beneficiarán mucho.
—Perfecto. James y tú pueden encargarse de organizar los detalles, entonces —sentenció el decano.
Apenas terminé de asimilar sus palabras, sentí una enorme mezcla de emociones. Me esperaba un proyecto junto a él, horas de planificación, y quién sabía qué más. Intenté ocultar la oleada de nervios que sentí en ese momento. James, por su parte, solo sonrió, como si hubiera anticipado esa resolución.
Al terminar la reunión, la mayoría de los profesores se dispersaron, pero James y yo nos quedamos organizando algunas notas. Helen, quien no perdió detalle, se acercó.
—Veo que te ha tocado trabajar con el famoso profesor Demons —soltó con una sonrisa cargada de insinuación—. ¿No te pone un poco nerviosa?— movió las cejas de forma sugerente.
—¿Por qué debería? —repliqué, casi con demasiada rapidez, mientras me ajustaba los papeles en la carpeta—. Es un trabajo en solitario, cada quien hace lo suyo y ya.
—Claro, claro. Trabajo en solitario —respondió con un tono juguetón—. Pero cuídate, que me han dicho que tiene fama de… encantador, por decirlo de alguna manera.
No pude evitar que una risa suave escapara de mis labios, yo no era caperucita y él el lobo feroz.
—Tranquila, Helen, sé cómo cuidar de mí misma —murmuré intentando sonar confiada.
Después de que Helen se despidiera, me di cuenta de que James seguía a mi lado, observándome con esa media sonrisa que parecía no abandonar nunca su rostro.
—Entonces, ¿por dónde empezamos? —preguntó, sin dejar de mirarme.
—Podemos dividir los temas en bloques y ver cómo los vinculamos entre historia y matemáticas. Quizás podríamos hacer una lluvia de ideas ahora, si tienes tiempo —sugerí, intentando que mi tono sonara puramente profesional y saliendo de la sala de juntas adelante.
Asintiendo con la cabeza me siguió hasta una pequeña sala de estudio vacía. Nos sentamos frente a frente, y durante los primeros minutos, hablamos sobre fechas y temas que podríamos integrar. A medida que avanzábamos, su actitud relajada y su enfoque en el proyecto me empezaron a desarmar.