JAMES
Observé la lluvia desde la ventana de mi oficina, sintiendo una calma inusual. La vida en la universidad había sido monótona desde que llegué, hasta hace unos días. Algo había cambiado, y tenía claro el motivo: Adara Swits.
Adara era todo lo contrario a las mujeres que había conocido en los últimos años. Reservada, inteligente y con una elegancia que parecía más un escudo que una cualidad. Cuando me asignaron trabajar junto a ella, no esperaba gran cosa. De hecho, pensé que sería un proyecto tedioso, uno más que simplemente añadiría a mi currículum. Pero en el primer momento que hablé con ella, esa impresión cambió.
Había algo en su mirada, una mezcla de tristeza y de fuerza contenida que me resultaba intrigante. Era como si llevara una armadura que intentaba desesperadamente sostener, pero que, con el paso de los días, mostraba pequeñas grietas.
La reunión había terminado hacía un buen rato, pero no podía concentrarme en mis propios asuntos. La conversación que tuvimos en la sala de estudio me rondaba en la cabeza. Me preguntaba qué pasaba en su vida, qué le hacía sentir que estaba atrapada en algo que no podía controlar. Unos golpes suaves en la puerta me sacaron de mis pensamientos.
—¿Puedo pasar? —preguntó Adara, asomando la cabeza por la puerta.
—Claro, adelante —respondí, sorprendiéndome al verla.
Entró con esa serenidad característica suya, aunque sus ojos delataban algo de inquietud. Llevaba en las manos una carpeta, la misma que habíamos estado revisando la tarde anterior.
—Solo quería ver algunos detalles sobre el cronograma del seminario —dijo, abriendo la carpeta y mostrándome los apuntes—. Sonreí, intentando romper el hielo.
—¿Cronogramas? Vamos, Adara, no me digas que vienes solo por eso. —Me lanzó una mirada, entre sorprendida y divertida.
—¿Qué otra razón tendría? —replicó con una sonrisa leve.
—No lo sé, tal vez para una conversación interesante —comenté, sintiendo que estaba jugando con fuego, pero algo en su presencia me hacía querer retarla, hacerla salir de su zona de confort.
Adara soltó una breve risa, casi inaudible.
—Conversaciones interesantes… James, eres un personaje, ¿lo sabías?
—Lo tomo como un cumplido —me encogí de hombros, sin apartar la mirada.
Sentí un impulso por saber más de ella, por entender de dónde venía esa tristeza que intentaba ocultar. Lo que menos me esperaba era que yo pudiera estar tan intrigado por alguien como ella. Había tenido relaciones antes, muchas, de hecho, pero Adara era diferente. Había algo que me atraía y que, al mismo tiempo, me hacía querer cuidarla.
—¿Te gusta la historia? —pregunté, cambiando de tema en un intento de conocer más sobre ella.
—Es mi vocación. La historia me hace sentir que todo tiene una razón, una secuencia —contestó entusiasmada, con un brillo en los ojos que hasta el momento no había visto en ella—. Me gusta pensar que todos dejamos una huella, aunque sea pequeña. —No pude evitar sonreír con su analogía.
—Interesante. Supongo que, con las matemáticas, es diferente. Nos ocupamos más de lo que es lógico, preciso… Aunque, a veces, ni yo logro encajar bien en esa lógica. —Me miró con curiosidad, como si viera algo nuevo en mí.
—¿Por qué elegiste matemáticas entonces? —preguntó, genuinamente interesada.
Me quedé en silencio, buscando una respuesta que, aunque simple, llevaba mucho de mí.
—Tal vez porque las matemáticas no me exigían ser… emocional. Todo estaba en blanco y negro, y no tenía que lidiar con emociones —admití, y luego me reí con ironía—. Tal vez sonaba fácil. Pero descubrí que ni las matemáticas pueden evitar que uno sienta. —asintió con la cabeza, y por un segundo, sentí que me entendía de un modo que pocos lo habían hecho.
—Parece que hay cosas que no podemos evitar —murmuró en voz baja.
Ambos caímos en un silencio pesado. La miré y sentí ese impulso, esa necesidad de romper las barreras que había entre nosotros. Sin embargo, sabía que ella era diferente. No podía lanzarme sin más.
—Adara… —comencé, intentando elegir mis palabras con cuidado—. No sé qué hay en tu vida que te haga sentir atrapada, pero… yo sé cómo es. Sé cómo es vivir bajo el peso de las expectativas de otros. —Me miró sorprendida, y pude notar que mis palabras la habían tocado. Sus labios formaron una línea tensa, y bajó la mirada a los papeles en su mano.
—No es fácil —admitió, con un tono de voz que apenas fue audible—. Hay cosas que nos atan, cosas que no siempre podemos cambiar.
—¿Y si pudieras cambiarlo? —pregunté, sin pensar en lo que decía. Solo quería saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Ella levantó la vista, sus ojos buscaron los míos.
—¿A qué te refieres?
—A que a veces nos aferramos a lo que creemos que es nuestro destino, pero… —me detuve, intentando encontrar la forma de decirlo sin sonar imprudente—. Pero tal vez no siempre tiene que ser así. Tal vez puedes elegir.
Se quedó en silencio, y por un momento, tuve la sensación de que se abriría conmigo, que me contaría todo aquello que la tenía tan atrapada. Pero entonces, dio un paso atrás y respiró hondo.