ADARA
Los días comenzaron a pasar con una velocidad inquietante. La rutina en la universidad se convirtió en un torbellino de seminarios, clases y reuniones. Cada día, James se volvía más presente en mi vida. Aquella mezcla de emociones que había intentado evitar seguía creciendo, como una sombra que se negaba a desvanecerse.
Desde nuestra última conversación en su oficina, había sido incapaz de sacarlo de mi mente. Lo que había comenzado como un proyecto académico se transformó en algo más complicado, algo que no podía ni debía explorar. Pero no podía evitarlo. La forma en que me miraba, cómo cada palabra que decía parecía penetrar en lo más profundo de mi ser, me hacía cuestionar lo que había estado aceptando sin cuestionar.
Mientras me preparaba para salir a dar mi clase de historia, decidí vestirme de una manera que me hiciera sentir bien, como si esa pequeña elección pudiera darme la confianza que necesitaba. Opté por una blusa azul que hacía resaltar mis ojos y una falda que me hacía sentir elegante, aunque un poco fuera de lugar en el ambiente académico. No sabía si James estaría en la clase, pero la mera idea de verlo me provocaba una mezcla de emoción y ansiedad.
Llegué al aula y, para mi sorpresa, James ya estaba allí, revisando unas notas. Su presencia iluminó la habitación de una manera que me hizo sentir un nudo en el estómago. Al entrar, nuestros ojos se encontraron, y él sonrió, lo que me hizo sentir como si el aire se volviera más ligero.
—Hola, Adara —saludo con voz suave y despreocupada—. ¿Lista para enseñar?
—Hola, James —correspondí su saludo, intentando que mi voz no temblara—. Sí, estoy lista. ¿Y tú? ¿Preparado para el seminario?
—Siempre —una sonrisa confiada se mostró en su rostro—. Aunque tengo que admitir que me gusta más escuchar lo que tú tienes que decir.
Me sonrojé, y traté de no dejar que su cumplido me afectara demasiado.
La clase transcurrió sin problemas, y al final, los estudiantes parecían interesados, lo que siempre era un alivio. Mientras empacaba mis cosas, James se acercó.
—Tienes un talento natural para captar la atención de los estudiantes. A veces me pregunto si lo haces a propósito —bromeó, mientras guardaba su material.
—¿Te imaginas? —respondí, riendo—. Sería una excelente estrategia de ventas.
Me reí, pero sentí una punzada de nerviosismo al ver la forma en que me miraba. Era un juego peligroso, y me estaba empezando a gustar más de lo que debería.
—¿Te gustaría tomar un café después? —me preguntó, mientras sus ojos se mantenían firmes en los míos.
La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Un café? Era algo tan simple, pero al mismo tiempo significaba mucho más. Tenía que ser cautelosa. En mi mente, una voz insistía en recordarme que estaba casada, que no podía dejarme llevar por esta atracción tan intensa.
—No sé, James… —empecé a decir, pero él me interrumpió.
—Solo es un café, Adara. Para discutir el seminario, de verdad. —Sus ojos brillaban con un destello de desafío que me desarmaba—. Y si no te parece bien, puedo entenderlo. —Su sinceridad me hizo reconsiderar.
Sabía que debía rechazarlo, pero había algo en su voz, una calidez que hacía que me sintiera como si estuviera hablando con un amigo, no con un colega.
—Está bien. Un café suena bien —accedí finalmente, sintiendo que mi corazón daba un vuelco en mi pecho.
Después de la clase, caminamos juntos hacia la cafetería del campus en un silencio agradable. La conversación fluyó con naturalidad, y a medida que hablábamos, me di cuenta de que no solo disfrutaba de su compañía, sino que también anhelaba conocerlo más profundamente.
—¿Cómo decidiste ser profesor de matemáticas? —cuestioné, intentando descubrir más sobre su vida.
—Siempre me gustaron los números. Pero hay algo más: me gusta ayudar a los estudiantes a ver que las matemáticas pueden ser hermosas —su voz estaba cargada de pasión—. Muchos piensan que es solo una serie de reglas, pero hay creatividad en los patrones, en la forma en que se conectan las ideas.
—Nunca lo había visto de esa manera —admití, sorprendida por su perspectiva—. Es inspirador. —sonrió, y me sentí un poco más cerca de él, como si los muros que había levantado empezarán a desmoronarse.
—¿Y tú? ¿Por qué elegiste la historia?
—La historia es el hilo que conecta todo. Me fascina cómo cada evento ha moldeado el presente. Es como un gran rompecabezas, y me encanta desentrañarlo —respondí, sintiendo que hablaba con pasión, algo que hacía tiempo no experimentaba.
—Tienes razón. La historia tiene sus propias matemáticas —su mirada se hizo más intensa—. Cada evento, cada decisión, es una ecuación que nos lleva a donde estamos.
Me perdí en sus ojos, y de repente, todo lo demás se desvaneció. Era como si el mundo a nuestro alrededor se hubiera detenido, y solo existiéramos nosotros dos.
El momento se rompió cuando el sonido de un mensaje de texto interrumpió la atmósfera. Me saqué el teléfono del bolso y vi que era un mensaje de mi esposo, Travis.
—¿Qué pasa? —preguntó al notar mi cambio de expresión.