Lecciones del Corazón.

5.

ADARA

La semana transcurrió con un aire de confusión que me envolvía como una densa neblina. Cada día en la universidad, cada vez que cruzaba miradas con James, me recordaba la tensión que había comenzado a construir entre nosotros. Sin embargo, el retorno a casa cada noche me traía de vuelta a la realidad: la vida con Travis.

Al llegar a casa el viernes, el silencio me recibió como un viejo conocido. Travis solía estar en la cocina, pero aquel día solo había un olor a comida recalentada y el sonido de la televisión encendida en la sala.

La sensación de soledad me invadió. No había ninguna señal de que algo estuviera cambiando entre nosotros, aunque por dentro yo sentía que mi mundo se tambaleaba.

—Hola, amor —saludé, intentando sonar alegre mientras me acercaba al sofá.

Travis levantó la vista de la pantalla sin mirarme realmente, y una sonrisa forzada apareció en su rostro. Era esa sonrisa que había aprendido a imitar en momentos como este.

—Hola, Adara. ¿Cómo fue tu día? —preguntó, volviendo a concentrarse en la televisión.

—Bien, interesante. Tuvimos un seminario sobre las implicaciones históricas de las decisiones políticas —comenté, sintiendo que el tema no le interesaba en lo más mínimo.

—Eso suena… útil —murmuró con desdén, mientras pasaba el canal—. Creo que eso es importante para los estudiantes, ¿no?

Su tono me irritó. La verdad era que me estaba cansando de la falta de interés en mi trabajo, en mis pasiones. Era como si cada día me alejara un poco más de la persona que solía ser.

—¿Te gustaría cenar juntos? —pregunté, intentando romper el hielo, aunque en el fondo sabía que no había mucho de qué hablar.

—Claro, solo estoy terminando de ver esto —indicó con la cabeza hacia la pantalla.

Decidí que no iba a dejar que su apatía me afectara. Me levanté y fui a la cocina a calentar la cena. Mientras esperaba, mi mente volvió a James y la conversación que habíamos tenido. La conexión que estaba creciendo entre nosotros se sentía como una tormenta inminente, y cada día que pasaba, más difícil se hacía ignorarla.

Cuando volví con la comida, me senté frente a él, intentando mantener una conversación.

—¿Qué tal tu semana en el trabajo? —pregunté, mientras colocaba el plato frente a mí.

—Lo mismo de siempre. Más informes que hacer y menos tiempo para descansar. Pero no te preocupes, ya sabes cómo es esto —se encogió de hombros restándole importancia a todo.

Era un ciclo interminable. No estaba segura de por qué me molestaba tanto, pero cada palabra que salía de su boca parecía una justificación para su indiferencia.

—Sí, lo sé. A veces siento que estamos en piloto automático —fuí incapaz de evitar la franqueza.

—¿De qué hablas? —levantó la mirada con curiosidad, posándola por primera vez en la noche en mi—. La vida es así. Trabajamos, cenamos, y luego a dormir. No es tan complicado.

Su respuesta me hizo sentir como si estuviera hablando con una pared. Era frustrante que no entendiera mi necesidad de más, de algo que nos hiciera sentir vivos.

—Pero no debería ser solo eso, ¿no crees? Deberíamos disfrutar más de la vida, hacer cosas juntos, hablar sobre lo que nos importa —traté por todos los medios de no sonar demasiado intensa.

Travis suspiró, como si estuviera cansado de la conversación.

—Adara, no entiendo por qué de repente todo te parece tan complicado. Las cosas son simples. Quizás deberías relajarte un poco —volvió su atención a la televisión ignorándome por completo.

El desdén en su voz fue un golpe directo en mi pecho. Mis sentimientos por él, que alguna vez fueron claros y simples, empezaban a enredarse con mis pensamientos sobre James.

—¿Así que no crees que debamos esforzarnos un poco más? —cuestioné, sintiéndome herida.

—No sé qué quieres que te diga. Cada uno tiene su forma de llevar la vida. Lo importante es que estemos juntos.

¿Estar juntos? Esa idea había perdido su brillo. Me preguntaba si realmente estábamos juntos o solo compartíamos un espacio. La conversación se desvió y, de nuevo, me sentí atrapada.

—Solo pienso que necesitamos hacer algo diferente —insistí, sintiendo que tenía que expresar mis pensamientos—. Quizás un viaje, un fin de semana lejos, algo que nos ayude a reconectar. —Su respuesta fue una mirada escéptica.

—No tenemos tiempo ni dinero para eso. Además, ¿no crees que un fin de semana a solas sería incómodo? No sé, siento que no tenemos tanto que decirnos. —Su falta de emoción fue como un jarro de agua fría.

Mis palabras cayeron en un vacío, y con eso, la realidad de mi vida con Travis se hizo más clara. Sentía que cada día me alejaba más de la persona que solía ser, la persona que soñaba con aventuras y pasiones.

Esa noche, mientras me preparaba para dormir, mi mente seguía divagando entre las imágenes de James y la frialdad de Travis. La calidez en la voz de James y su manera de mirarme me hacían cuestionar si había tomado las decisiones correctas.

No podía negar que mi vida había perdido su rumbo. Me sentía dividida entre dos mundos, el de la seguridad y el conformismo que ofrecía Travis; y, el de la incertidumbre pero también la emoción que representaba James.




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