Lecciones del Corazón.

8.

TRAVIS

La semana había pasado volando, llena de reuniones y proyectos que apenas me dejaban tiempo para pensar. Pero había un peso en mi pecho que no me podía quitar. A cada momento que pasaba, la distancia entre Adara y yo se hacía más evidente. Era como si estuviéramos en un barco a la deriva, cada uno en su propio rincón, sin un rumbo claro.

La mañana del sábado, decidí que era momento de tomar las riendas. Había pasado demasiado tiempo ignorando las señales. Con un café en la mano, me senté en la mesa de la cocina y escribí un mensaje.

“Adara, creo que deberíamos hablar. ¿Te parece bien si nos vemos más tarde?” Esperaba que ella sintiera lo mismo, pero también temía que no fuera así.

Mientras esperaba su respuesta, recordé los momentos que habíamos compartido, esas pequeñas aventuras que solían iluminar nuestros días. Pero ahora, esosagradables recuerdos parecían lejanos, casi irreales. La vida diaria nos había arrastrado a una rutina que parecía interminable.

Finalmente, mi teléfono vibró. “Claro, ¿a qué hora?” Su respuesta fue breve pero me brindo una ligera esperanza.

Te espero a las cinco en el café de siempre.

A medida que se acercaba la hora, mis nervios comenzaron a aumentar. La tarde llegó, y me vestí con un poco más de cuidado de lo habitual. Opté por una camisa que a ella le gustaba mientras pensaba muchas cosas.

¿Era eso lo que había faltado?
¿Una chispa de atención hacia ella?

Cuando llegué al café, vi a Adara sentada en una mesa junto a la ventana. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, y por un momento, me sentí abrumado por la belleza que siempre había encontrado en ella. Pero, al acercarme, noté que su sonrisa era menos brillante que de costumbre.

—Hola —saludé, tomando asiento frente a ella. —Gracias por venir.

—Hola, Travis. Igual nos veríamos en casa, pero es agradable hacer esto. ¿Qué tal tu día? —preguntó, aunque su tono carecía de la calidez que solía tener.

—No muy bien, la verdad. Siento que estamos perdiéndonos, Adara —admití, la honestidad era la única salida. Ella inclinó la cabeza, como si estuviera procesando mis palabras.

—Yo también lo he sentido. Pero no sabía cómo decírtelo.

—Es difícil, ¿no? —dije, buscando su mirada. —El trabajo, las responsabilidades... parece que todo nos aleja en lugar de unirnos.

Adara suspiró, y por un momento, vi la lucha en su rostro. —Sí, a veces me siento como si estuviera en un túnel oscuro y no veo la salida. —Su voz temblaba un poco, y la honestidad en sus ojos me hizo sentir un poco más esperanzado.

—¿Qué crees que podemos hacer para cambiar eso? —pregunté, sintiendo que había una oportunidad de reconectar.

—No lo sé, Travis. He estado tan ocupada con la universidad y mis clases. A veces siento que todo lo que hacemos es simplemente funcionar en lugar de vivir —soltó con tono melancólico.

—Quizás necesitamos un cambio de aires. Me dijiste que viajar nos podía ayudar, ¿Te gustaría hacer un viaje? Algo simple, solo tú y yo —propuse, sintiendo que la idea podría reavivar algo que había estado apagado. Ella se quedó en silencio, pensativa.

—No sé, ahora mismo no lo sé... Tal vez. Pero, ¿realmente eso resolvería lo que sentimos?

—No lo sé, pero estoy dispuesto a intentarlo. Necesitamos recordar por qué nos elegimos —busque su mano sobre la mesa para darle un ligero apretón.

Adara miró nuestras manos por un momento, como si la simple acción le trajera recuerdos. Luego, finalmente, miró a mis ojos. —Travis, la verdad es que no estoy completamente segura de esto, tengo miedo de seguir igual, que la rutina termine apagando mi vida por completo, que nos perdamos mas en el camino.

—Yo también tengo miedo, pero me aterra más la idea de no intentarlo. Estar aquí, así, con esta distancia entre nosotros... eso me duele más —respondí, mis palabras brotaban desde lo más profundo de mi ser. —Ella asintió con la cabeza, y en su mirada vi un destello de comprensión.

—Quizás deberíamos empezar por lo más simple. Tal vez una cena esta semana, solo nosotros. Sin distracciones.

—Me parece perfecto. ¿Qué tal el miércoles? —pregunté, sintiéndome optimista por primera vez en días.

—Sí, eso suena bien. —Su sonrisa, aunque tímida, iluminó su rostro, y me di cuenta de que tal vez había un poco de esperanza.

Hablamos un poco más, de cosas simples y banales. Recordamos anécdotas de la universidad, los momentos en los que nos conocimos. La conversación fluía con más naturalidad, y aunque había una sombra de tristeza entre nosotros, también había un hilo de conexión que comenzaba a restablecerse.

Finalmente, después de un par de horas, decidimos volver a casa. Mientras caminábamos hacia el auto, tomé su mano. Ella no se opuso. En cambio, entrelazo sus dedos con los míos, y esa pequeña acción llenó el vacío que había sentido durante tanto tiempo.

—Gracias por abrirte hoy, Travis. Necesitaba esto —su voz era un susurro.

—Gracias a ti por estar dispuesta a hablar. Lo que sea que necesitemos, lo resolveremos juntos —le prometí, sintiendo que, tal vez, todavía había tiempo para nosotros.




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