JAMES
No esperaba que ese día terminara como lo hizo. Cuando llegué a la universidad por la mañana, mis planes estaban claros: dar mis clases, revisar unos exámenes y evitar pensar en Adara. Sabía que ella estaba lidiando con sus propios sentimientos, y no quería meterme en medio de sus decisiones. Pero al parecer, el destino tenía otros planes para mi.
Después de mi última clase, me dirigí a la cafetería del campus. Estaba terminando un café, repasando mentalmente los temas de la próxima semana, cuando vi entrar a un hombre alto, vestido con un traje impecable. Reconocí su rostro de inmediato, aunque nunca lo hubiera visto en persona. Era Travis, el esposo de Adara.
Mi estómago se tensó y sentí una ola de adrenalina recorrerme. No estaba seguro de si me había visto, pero él se acercó directamente hacia mí, su mirada fría y determinada. Me puse de pie al verlo llegar a mi lado, aunque no sabía exactamente qué decir o hacer.
—James, ¿verdad? —
—Si. ¿Tú eres?—respondí, tratando de mantener la calma. Señaló con la cabeza hacia la mesa vacía donde me encontraba sentado anteriormente, una invitación silenciosa para sentarme con él.
—Soy Travis, esposo de Adara, ¿Podemos hablar? —Mi instinto me decía que evitara esa conversación, pero algo en mí sentía que tenía que enfrentar esto.
Asentí y lo seguí hasta la mesa. Nos sentamos uno frente al otro, en un silencio tenso. Travis me observó por un momento, sus ojos evaluadores. Sabía que tenía que ser honesto y directo, pero también que debía manejar la situación con cuidado.
—Sé quién eres, James —dijo finalmente, su voz contenida pero afilada—. Y sé que estás involucrado con mi esposa. —Tragué saliva, pero no desvié la mirada. Me tomé un segundo antes de responder.
—Travis, no sé exactamente qué te ha dicho Adara, pero… —Me interrumpió, levantando una mano.
—Adara no me ha dicho nada —respondió, tajante—. Pero conozco a mi esposa. He notado su distancia, su frialdad. Y puedo ver que está confundida… y tú eres la razón de esa confusión.
Quise responder, pero sentí que debía dejarlo hablar primero. Había algo en su tono, en su forma de decir las cosas, que revelaba más de lo que pretendía. Travis estaba dolido, eso era evidente. Y, en el fondo, también estaba asustado.
—Escucha, Travis… —empecé, tratando de mantener el control de la conversación—, no planeé nada de esto. No busqué que las cosas fueran de esta manera. Pero lo que siento por Adara es algo que no puedo negar. —Sus ojos se endurecieron, y apretaron los labios.
—¿De verdad? ¿Crees que eso me importa? Ella es mi esposa, James. Tenemos una vida juntos. Una historia. Tú no tienes idea de lo que eso significa.
—Sé que tienen un pasado —admití, intentando ser lo más respetuoso posible—. Y sé que no soy nadie para decirte cómo deben ser las cosas. Pero también sé que Adara merece ser feliz, y ahora mismo… no creo que lo sea. —Travis me miró como si acabara de recibir una bofetada.
Era un golpe bajo, lo sabía, pero también era cierto. Él bajó la mirada un momento y luego sacudió la cabeza, como si tratara de ordenar sus pensamientos.
—¿Sabes, James? No siempre fue así. Adara y yo tuvimos momentos buenos, momentos felices. Pero a veces, el amor se transforma, cambia… —Su voz se quebró un poco, y luego se aclaró la garganta, volviendo a su tono controlado—. Pero eso no significa que deba desaparecer.
Me sentí dividido. Podía ver el dolor en sus palabras, en su postura rígida, pero también sentía que era injusto para ella mantenerse en un matrimonio en el que ya no era feliz.
—Travis, entendiendo que no quieres perderla, pero a veces aferrarse solo hace más daño. A veces, la mejor manera de amar a alguien es dejándolo libre. —Mi respuesta lo hizo tensarse, y vi cómo apretaba los puños sobre la mesa.
—¿De verdad crees que eso es lo mejor para ella? ¿O lo dices porque es lo que tú quieres? —Él tenía razón en una cosa: una parte de mí deseaba tenerla para mí. Pero también sabía que mi sentimiento por ella no era egoísta; era auténtico, y no quería verla atrapada en una vida que la asfixiaba.
—Lo digo porque quiero que Adara sea feliz, Travis. Y si eso significa que decide estar contigo, lo aceptaré. Pero si decide que su felicidad está en otro lado… también deberías estar dispuesto a aceptarlo. —Un largo silencio cayó entre nosotros.
Travis parecía luchar contra sus pensamientos, con la mandíbula apretada, como si mis palabras lo enfrentarán a algo que no quería reconocer. Al final, suspiró y se reclinó en la silla.
—Y ¿cómo sabes que ella es feliz contigo? ¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó en voz baja, su tono vulnerable por primera vez. —Lo miré directamente a los ojos.
—Porque con ella me siento diferente. Siento que hay algo entre nosotros que no se encuentra todos los días. Y creo que ella lo siente también, aunque no se atreva a admitirlo. —Travis bajó la mirada, por un instante, vi a un hombre que también estaba tratando de entender cómo había llegado a este punto, cómo había permitido que algo tan importante se rompiera sin remedio.
—Tú no entiendes lo que es verla a los ojos todos los días y sentir que algo cambió, que algo se rompió —murmuró—. No sabes lo que es saber que, aunque sigas intentándolo, puede que nada vuelva a ser como antes. —No respondí, porque de cierto modo, él tenía razón. Yo no había estado en su lugar, ni podía entender todo lo que significaba para él. Solo sabía que había hecho lo mejor que podía para hacerla feliz, aunque eso significara perderla.