El sol de la mañana iluminaba el tranquilo pueblo de Eldenfall, donde el tiempo parecía fluir más lento. Los habitantes iban y venían entre los mercados y talleres, un equilibrio perfecto entre elfos y humanos que compartían un estilo de vida simple pero armónico. Entre ellos estaba Lethia Silver, corriendo torpemente por las calles empedradas mientras sujetaba una cesta llena de hierbas medicinales que acababa de recoger.
-¡Lethia! ¡Cuidado! -gritó una voz femenina desde un puesto cercano.
Lethia apenas alcanzó a esquivar una carreta de madera antes de chocar con un elfo de rostro serio que llevaba un manojo de libros.
-¡Lo siento mucho! -exclamó, inclinándose rápidamente para recoger los libros que habían caído al suelo.
-Tal vez deberías mirar por dónde vas -respondió el elfo, sin ocultar el desdén en su voz.
Con las mejillas encendidas por la vergüenza, Lethia continuó su camino, entrando al bullicioso salón donde trabajaba su mejor amiga, Meryl. La pelirroja de ojos hazel llevaba un delantal manchado de harina mientras atendía a un grupo de clientes, pero al verla entrar, alzó una ceja con una sonrisa burlona.
-¿Otra vez corriendo como si te persiguiera un dragón?
Lethia dejó la cesta sobre la mesa y suspiró.
-Si supieras lo difícil que es moverse rápido sin chocar con alguien...
-Cariño, eres la persona más torpe que conozco. -Meryl se acercó para echar un vistazo al contenido de la cesta-. ¿Qué es esto? ¿Hierbas para la sopa?
-No. Son para papá. Quiere intentar un nuevo remedio para sus migrañas.
Meryl chasqueó la lengua y cruzó los brazos.
-Ese hombre debería descansar más y trabajar menos.
Antes de que Lethia pudiera responder, un redoble de tambores resonó en la plaza central. Las conversaciones cesaron, y todos se giraron hacia el origen del sonido. Desde lo alto de un estrado improvisado, un heraldo con una capa carmesí se aclaró la garganta antes de hablar.
-Habitantes de Eldenfall, he venido en nombre de la Academia Imperial de Magia para anunciar a los elegidos de este ciclo.
Un murmullo recorrió a la multitud. Lethia sintió un escalofrío en la espalda. La Academia Imperial era un lugar del que siempre había oído hablar, pero nunca imaginó que podría estar relacionada con ella.
El heraldo desplegó un pergamino y comenzó a leer los nombres. Uno tras otro, los nombres resonaron en el aire, cada uno acompañado de gritos y aplausos de las familias orgullosas. Pero fue el último nombre el que dejó a todos en silencio.
-Lethia Silver.
El mundo pareció detenerse. Lethia sintió que las piernas le temblaban mientras todas las miradas se volvían hacia ella. Meryl fue la primera en reaccionar.
-¡Por los dioses! ¡Lethia, te han elegido!
-Debe ser un error -susurró Lethia, más para sí misma que para los demás.
-¡Error, mis botas! -Meryl la tomó del brazo y la empujó hacia adelante-. ¡Es tu momento de brillar, chica!
El heraldo levantó una mano, indicándole que se acercara al estrado. Con el corazón latiendo con fuerza, Lethia avanzó lentamente, sintiendo las miradas inquisitivas de sus vecinos. Al subir al estrado, el heraldo le entregó un emblema dorado con el símbolo de la Academia: un par de alas cruzadas sobre un círculo de estrellas.
-Prepárate para partir en dos días, señorita Silver. La Academia Imperial te espera.
Lethia asintió con torpeza, apretando el emblema entre sus dedos. Mientras descendía del estrado, no podía evitar preguntarse si realmente estaba lista para lo que estaba por venir.
...
Lethia caminaba por las calles de Eldenfall como si estuviera en un sueño. La cesta de hierbas ahora colgaba de su brazo como un simple adorno, olvidada en medio de los pensamientos que se arremolinaban en su mente. Había escuchado historias sobre la Academia Imperial toda su vida, pero jamás había imaginado que terminaría siendo elegida.
Cuando llegó a la pequeña casa de piedra que compartía con su padre, lo encontró sentado junto al fuego, reparando una vieja silla con herramientas que parecían tan gastadas como él. Gregor Silver era un hombre robusto, con cabello entrecano y manos ásperas de tanto trabajar la madera, pero cuando levantó la vista y vio el emblema en las manos de su hija, se quedó inmóvil.
-¿Es eso lo que creo que es? -preguntó con voz grave.
Lethia asintió lentamente y dejó el emblema sobre la mesa.
-Me han elegido para la Academia Imperial.
Gregor dejó las herramientas a un lado y se frotó las manos, como si intentara decidir qué decir.
-Eso es... un gran honor. Pero también una gran responsabilidad.
-¿Por qué a mí, papá? Hay tantas personas en Eldenfall que son mejores que yo, más talentosas...
Su padre se levantó y puso las manos sobre sus hombros, obligándola a mirarlo a los ojos.
-No sé por qué te eligieron, Lethia, pero estoy seguro de que hay una razón. Tienes una luz dentro de ti, algo que el mundo necesita.
Las palabras de Gregor deberían haberla reconfortado, pero solo aumentaron su ansiedad.
Esa noche, mientras preparaban una cena sencilla de pan y estofado, la conversación giró en torno a los preparativos para su partida. Meryl se unió más tarde, trayendo consigo una bolsa de tela llena de dulces caseros como regalo de despedida.
-No puedo creer que te vayas -dijo Meryl, apoyando los codos en la mesa de madera mientras mordisqueaba un pedazo de pastel de manzana-. Sin ti, este pueblo será un aburrimiento total.
-No es como si estuviera yéndome para siempre -replicó Lethia, aunque la idea de dejar Eldenfall comenzaba a pesarle.
-Pero estarás en la Academia Imperial, aprendiendo magia con los mejores de todo el continente. ¿Sabes lo increíble que suena eso?
Lethia suspiró.
-Lo increíble es lo aterrador que suena. ¿Y si no encajo? ¿Y si no soy lo suficientemente buena?
Meryl golpeó la mesa con la palma de la mano, haciendo que los platos tintinearan.