MARATÓN 1 de 4
A continuación del capítulo final:
Dios:
Observo a Saaam alejarse de mí, uniéndose al resto del grupo que lo ha acogido como a uno más de la familia ignorando las viejas rencillas. Debo decir que estoy muy orgullosa de todos. Sigo sin poder ver qué les depara el destino, pero ahora que conozco sus historias, que sé por todo lo que han pasado, me alegro de que hayan sobrevivido y que tengan la oportunidad de ser felices.
Se lo merecen.
Sin poder decidir, se vieron envueltos en mi guerra; una que nunca debió existir. No me arrepiento de haber creado a los humanos, pero sí de no haber notado cómo las cosas se me iban de las manos. Debí haber parado a Lucifer cuando tuve oportunidad; desde la primera vez que me enfrentó, pero tenía una debilidad con él; no era capaz de hacerle daño y cuando las cosas se pusieron feas, cuando tenía que haberlo matado de una vez, solo lo expulsé del Cielo.
Cayó; se convirtió en el Diablo y todo por mi culpa.
Respiro profundo.
Supongo que es momento de contarles mi historia, ¿verdad?
No les voy a pedir que me comprendan; ni siquiera que no me juzguen, pues están en todo su derecho de hacerlo. Sé que cometí errores, muchos errores y, lo peor es que no quise verlos para poder remediarlos. Honestamente, a veces siento que debería ser castigada por ellos; aunque, supongo que toda esta lucha ha sido mi condena, eso sí, espero a partir de ahora, poder ser feliz… Que todos lo seamos.
Y, para eso, creo que lo mejor es empezar contándoles todo; dejando, de una vez, el pasado atrás para construir un futuro.
Aquí vamos, espero no aburrirlos…
No sé cuándo nací o surgí, pues no tengo padres… Solo sé que, desde que puedo recordar, he existido en soledad, en un vacío agobiante y eterno, del que era imposible escapar.
Al inicio me daba igual; me limitaba a vivir como lo que soy, una especie de masa de energía luminiscente con brazos, piernas y cabeza, aunque sin una silueta demasiado definida; solo luz. Sin embargo, en algún momento, eso dejó de funcionar para mí.
No sabría decir exactamente cuándo comencé a hartarme del silencio y la soledad, pues, al no existir el tiempo tal y como lo conoce hoy la humanidad, es difícil establecer un momento específico. Lo que sí sé es que, desde que comprendí que ese estado de estambay, de quietud en medio de lo que terminé bautizando como Nada, no me llenaba, hice todo lo posible para cambiarlo, empezando por traer un poco de luz.
En ese entonces no comprendía la magnitud de mis poderes porque nunca me había visto en la necesidad de usarlos, por eso me asusté tanto cuando, de pie en mi aburrido mundo, extendí mis brazos hacia los lados y dejé que toda mi energía fluctuara a través de mí. Fue abrumador, sentí que me ahogaba y no parecía que la sensación fuera a desaparecer pronto, al contrario, solo aumentaba más y más. Por un momento temí que fuera a explotar y dejar de existir, sin embargo, toda esa energía, todo ese poder, salió disparado hacia arriba y me sentí desfallecer.
El malestar fue rápido; no tardé en recuperar todos mis sentidos y, si en ese entonces hubiese tenido un cuerpo humano, mi sonrisa habría sido digna de admirar cuando mi mirada se posó en el nuevo mundo. Como es lógico, en ese momento no entendí mucho, pero no tenía dudas de que pronto descubriría cada misterio de lo que hoy es conocido como Universo.
Estaba flotando o volando como le quieran llamar, aunque yo prefiero el primer término, pues a diferencia de las primeras criaturas que creé, yo no tengo alas; pero no nos adelantemos.
Como decía, estaba flotando en medio de… en ese entonces no sabía de qué. Solo sabía que, si miraba hacia abajo, veía lo que, posteriormente, denominé agua y hacia arriba estaba el Cielo; solo me bastó un vistazo para llamarlo así, la palabra vino a mi mente sola. Era un manto azul claro, hermoso, cubierto de motas blancas que le daban un aspecto de ensueño, el lugar perfecto que se convertiría en mi nuevo hogar.
Estaba feliz. No había oscuridad, solo luz y cuando ascendí un poco más pude ver la causa. Una enorme esfera gravitaba en el espacio con una luz cegadora desprendiendo un calor infernal. También había otra, era blanca y no me gustó para nada, fundamentalmente, porque no sabía para qué servía. En fin, a una la nombré Sol y a la otra Luna.
Sin saber cómo llamar o en qué emplear eso que había bajo el Cielo, decidí dejarlo para luego y me concentré en crear mi nuevo hogar entre las nubes.
Ya tenía luz, adiós oscuridad, solo me quedaba despedirme de la soledad.
Creé a los ángeles, mis compañeros de vida y los agrupé en nueve coros celestiales: Serafines, Querubines y Tronos, que pertenecían a la Jerarquía Superior; las Denominaciones, Virtudes y Potestades, que conformaban la Jerarquía Media y los Principados, Arcángeles y Ángeles que formaban la Jerarquía Inferior.
Denominé Serafines a los ángeles más hermosos, los más poderosos; esos que se encargarían de mi trono y me cantarían continuamente sus alabanzas.
No me miren raro, ¿vale? Había vivido en absoluta soledad, claro que quería a alguien que me alabara constantemente…
Sí, sí, ya sé que eso no habla muy bien de mí, pero era lo que había.