¿Sacrificio? ¿En serio?
¿Uno de los dos debe morir?
¿Pero qué mierda es esa?
¿Se supone que debemos aceptar esa porquería simplemente porque lo dice una profecía?
Paso mis manos por mi rostro, ofuscado. Es que esto solo empeora cada vez más. ¿No podemos tener un maldito respiro? ¿Algo bueno para variar?
La imagen de la Criaturita rozando sus labios con los míos se cuela en mi mente y, mi ya no tan muerto corazón, vuelve a acelerarse.
¡Oh, demonios, me ha arruinado! Me cago en la madre que la parió, si es que la Madre tiene madre.
Aprieto mis manos con fuerza pues la poca paciencia de la que gozo, se me está acabando demasiado rápido y obligo al maldito recuerdo a desaparecer de mi mente y dejarme en paz. Me concentro en la conversación que la partida de viejas chismosas que me acompañan en este viaje sostienen fuera del auto, luego de mover el árbol del centro de la carretera.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Sacarías—. ¿Seguimos nuestro recorrido inicial o le hacemos caso a los gemelos malvados?
Buena pregunta.
—No confío en ellos. —Aporta Nick.
—Yo tampoco. —Concuerda Lucio—. O sea, ¿por qué querían ayudarnos?
El silencio se extiende entre ellos mientras cada uno lo piensa. Si fuera por mí, seguiríamos con el plan original, pero me siento demasiado perezoso y enojado como para dar mi opinión.
—¿Y si nos dividimos? —pregunta Adams—. Es decir, tienen un punto cuando dicen que no les afecta en nada si nos comunicamos con Alex y Jaz; además, no podemos ignorar que Cristopher fue el último, al menos que sepamos, que estuvo en contacto con el brujo. Tal vez sí decidió mantenerlo en un lugar seguro por si lo necesitaba de nuevo.
Otro silencio se extiende entre ellos y a lo mejor Adams tiene razón.
—Ustedes pueden seguir el plan original, yo y Sam podemos ir a la dirección que nos dieron y comprobarlo.
—No sé si sea buena idea, Adams —dice Lucio.
El chirriante sonido de un móvil dentro del auto, hace que pierda mi atención del debate que se desarrolla frente a mí. Busco por todos lados de donde proviene el maldito sonido hasta que doy con el celular del brujo. No tiene el número registrado.
Observo al brujo, luego al móvil, de nuevo al de los pelos locos y una sonrisa se extiende en mi rostro. Antes de que caiga la llamada, descuelgo, pero me quedo en silencio.
—¡Maldita sea, Sairus, qué difícil es contactar contigo! —Frunzo el ceño. ¿Sairus? —. ¡¿Sabes a cuántos brujos he tenido que sobornar y amenazar, no lo voy a negar, para tener tu jodido número?!
El tipo hace silencio y yo no sé si hablar o colgar. ¿Para qué mierda contesté? Ni siquiera sé si ha marcado el número correcto. ¿Quién coño es Sairus?
—¿Estás ahí, maldito brujo resentido?
—Eh, hola, el…
—Tú no eres Sairus. —Me interrumpe.
—No.
—¿Quién coño eres tú y qué haces con el teléfono de mi Sairus? —Arqueo una ceja al notar su posesividad—. ¿O acaso me taimaron y me dieron el número equivocado?
—Eh, no conozco a nadie con ese nombre.
—Cierto, ellos dijeron que usaba su apellido. ¿Es el celular de Sacarías?
¡Oh, Dios mío! Así que sí se refiere a don pelos de loco. ¿Y ese es el misterioso nombre que nadie conoce? No es la gran cosa.
Reprimo una carcajada ante la idea de haber descubierto algo sobre el brujo que me pueda servir para cuando considere hacerse nuevamente el listillo y le respondo:
—Sí, ¿quién eres tú?
—Eso debería preguntarte yo a ti ya que estás atendiendo una llamada que no te corresponde. ¿Qué relación tienes con él? ¿Eres su actual pareja? Desde ya te digo que no te ilusiones, ese brujo cascarrabias no se enamorará de ti; su corazón le pertenece a otro.
Aprieto los labios para no reír, pero se me hace bastante difícil. No sé quién carajos es este tío, pero ya me cae bien.
—¿A ti?
—Sí, aunque él no quiera reconocerlo, su corazón en mío.
—Hagamos algo —le digo—. Yo te digo quién soy y qué relación tengo con él, si tú me dices exactamente quién eres.
—Mejor hagamos otra cosa, tú me dices quién eres y luego te digo yo.
Me lo pienso por varios segundos y me encojo de hombros. ¿Qué más da?
—Soy Sam no te interesa mi apellido y digamos que soy un amigo del brujo. —Murmuro la palabra “amigo” intentando darle un poco de doble sentido solo para molestarlo.
—Espera, ¿Sam Hostring? —Frunzo el ceño—. ¿El vampiro?
—¿Cómo coño lo sabes?
—Porque hace como doscientos años conocí a tus amigos Jazlyn y Alexander.
Me acomodo en el asiento y toda la diversión se evapora de mi sistema.
—¿Cómo que los conociste?