Legnas: la profecía 2

Cap 25 Adams

La sala se sume en un silencio absoluto, tenso e incómodo y yo maldigo a Sacarías mil veces por haber sacado el tema aquí y tan de repente.

Observo a Sam quien no tarda en devolverme la mirada; frunzo los labios y luego busco a Sharon. Tiene la vista concentrada en los pequeños micrófonos sobre su escritorio, pero no hay que ser adivino para saber que quiere desaparecer de aquí, incluso llorar. Yo me siento igual.

El sacrificio es una decisión difícil. Da igual que elija, voy a lastimar a alguien. Por un lado, si escojo a Sam, yo muero y estoy seguro de que eso destrozaría a la reina; si la escojo a ella, mi hermano muere y con él, yo. No soportaría perderlo. Es por eso que hace mucho tomé la decisión, siempre que esté en mis manos, yo haré el sacrificio.

Me habría gustado poder hablarlo con Sharon, pero es difícil decirle a la chica de la que te has enamorado que vas a morir para salvar la vida de tu hermano. No sé cuál es exactamente el objetivo de Sacarías al sacar el tema ahora, aunque hasta cierto punto lo entiendo, no podemos seguir ignorando esta situación.

Suspiro profundo y me obligo a hablar a pesar de que sé que le voy a romper el corazón a mi chica. Aunque pensándolo bien, ella me conoce, estoy seguro de que se imagina cuál será la respuesta.

—Pensé que eso no era necesario aclararlo. —Mi voz afligida rompe el silencio de la estancia ganándome las miradas de todos—. No sé cómo se van a dar las cosas, pero siempre que esté en mis manos, lo haré yo.

Una risa baja, sin una pizca de humor, se escucha y no tengo que ser adivino para saber de quién se trata, aun así, no lo miro. Mi atención está concentrada en la chica que presiona el borde de su escritorio con todas sus fuerzas hasta que sus puños se ponen blancos. Tiene la cabeza gacha, pero una lágrima acaba de caer sobre la superficie rompiendo aún más mi corazón. Esto no es justo.

Trago fuerte intentando bajar el nudo de emociones atorado en mi garganta para no romper a llorar porque justo ahora y me da igual si me hace ser niño o infantil, solo quiero hacer eso. No permitiré que mi hermano muera; me rehúso porque después de todo lo que ha pasado, por fin tiene la oportunidad de ser feliz, pero… ¿Y yo qué? ¿No lo merezco?

Me obligo a concentrarme en Sam y mi piel se eriza ante la mirada carmesí que me dedica. Estoy seguro de que está haciendo lo posible por no irme arriba y lo juro, sino es porque el mismísimo Dios está en esta habitación y me cae raramente bien, lo estaría maldiciendo de todas las formas habidas y por haber. Después de tres siglos separados, cuando por fin parece que tengo una oportunidad de arreglar las cosas con él, todo está a punto de irse a la mierda.

Sam se pone de pie y camina hacia mí deteniéndose cuando nos separan dos escasos metros. Mete las manos en los bolsillos del pantalón, un gesto que siempre lo hace ver despreocupado, como si nada le importara, pero que hoy no se siente así pues la tensión en sus hombros es demasiada. Me dedica una sonrisa ladeada.

—Adelante. ¿Quieres sacrificarte? Perfecto. —Se encoge de hombros—. No te lo voy a impedir. Muere en mi lugar y desaparece de mi vida una vez más, resulta que tienes un máster en eso, ¿no? No te preocupes por mí, me acostumbré a estar sin ti una vez, podré hacerlo dos veces.

Su mirada no dejó de ser roja y amenazante en ningún momento y aunque intentó permanecer fuerte y frío como siempre, algo en el tono de su voz y en el sarcasmo de sus palabras, me deja claro que esto le lastima.

Sin decir nada más, me da la espalda y se dirige a la puerta. Doy un paso al frente.

—Sam… —Se detiene abruptamente y me mira por encima de su hombro.

—Déjame en paz; no me sigas.

Sale del salón azotando la puerta con fuerza. Froto mi sien pues el dolor de cabeza amenaza con reventarla.

—Eh… —murmura Vitae—. ¿Se enojará mucho si lo sigo? O sea, siempre me pelea porque no lo dejo solo, así que…

—Creo que ya ustedes pasaron esa etapa, Vit —responde Isabel con una cálida sonrisa—. En estos momentos, de todos nosotros, a ti es a la única que le permitirá acercarse.

—Entiendo.

—No lo dejes solo, por favor —le pido y en respuesta, sale detrás de él.

Respiro profundo y vuelvo a centrar mi atención en Sharon. Ahora revisa unos documentos, pero por el temblor en sus manos, sé que no le presta atención.

—Lamento sacar el tema ahora —dice Sacarías y yo concentro mi atención en él—. Sé que no es el mejor momento y no soy tonto, que elijan a uno o al otro, no define nada. Al final, estoy convencido de que lo que sea que vaya a suceder, será en una batalla y los conozco, son tan tontos que probablemente mueran los dos intentando salvarse el uno al otro.

—¿Entonces? —pregunto porque no le veo lógica a sacar el tema.

—No sabemos qué va a pasar, Adams, solo hay una cosa segura: la profecía dice que uno de los dos se va a sacrificar y ya tenemos claro que no lo podremos evitar.

»Cuando estuve con Jazlyn y Alexander, ella le envió un mensaje. Le pidió que arreglara las cosas contigo antes de que fuera demasiado tarde. Llevamos un tiempo donde todo está patas arriba; no sé qué va a suceder, pero me gustaría que antes, ustedes pudieran arreglar su relación.




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