Legnas: la profecía 2

Cap 27 Sam

Por suerte, cuando llego al pasillo todo está silencioso. Vacilo varias veces antes de golpear la puerta, pues, aunque ya estoy seguro de que quiero hacer las paces con él, es difícil dar el primer paso.

De más está decir que esa conversación con mi hermano es lo más difícil que he hecho jamás. Pararme frente a él, admitir que no quiero que muera, que lo necesito en mi vida, ha sido tan doloroso como liberador.

Por fin, luego de trescientos años, he conseguido dejar el pasado atrás y darle la bienvenida a un futuro en el que estemos los dos juntos, como hermanos.

En sus ojos puedo ver cómo no parece creer que por fin lo haya perdonado, es por eso que ese abrazo que nos damos, remueve todo dentro de mí. Adams es mi hermano y a pesar de todo el odio, nunca he dejado de quererlo, ahora lo sé. Creo que precisamente por eso, a pesar de que juré matarlo, nunca le di caza; lo dejé simplemente al destino.

Y resulta que ese destino, lo cruzó nuevamente en mi camino, pero no para asesinarlo, sino para darle paso al perdón.

No hay profecía que valga; no sé cómo lo vamos a hacer, pero ese sacrificio no se va a llevar a ninguno. Ya perdí tres siglos, no pienso perder ni un minuto más y cuando le digo que prefiero que muramos los dos, antes de que uno se quede solo, estoy siendo totalmente sincero.

Él está dispuesto a dar su vida por mí, yo estoy dispuesto a dar la mía por la suya, así que, o morimos los dos o no muere ninguno.

Me marcho de la habitación, la mía por cierto, luego de decirle que lo quiero y jodida mierda, decirlo termina de liberarme de esa mochila de odio, rencor, dolor, soledad y desolación que me ha acompañado por tanto tiempo.

Sonrío una vez la puerta se cierra tras de mí, pues a pesar de las lágrimas derramadas, el sentimiento en mi pecho es de felicidad, fundamentalmente porque no puedo olvidar algo que me he obligado a ocultar durante tanto tiempo: Samy y Ad.

Camino por el largo pasillo mientras los recuerdos de esa noche, sentados en una roca junto al lago dentro de los terrenos de Cristopher, vienen a mi mente.

Creo que era más de las nueve de la noche, el cielo estaba estrellado, hermoso y ninguno de los dos quería regresar a casa.

Adams —le dije y él, sonriendo, me miró—. ¿Solo los hermanos mayores pueden usar nombres cariñosos con los hermanos menores?—. Frunció el ceño sin entender a qué me refería—. Es que hoy en el pueblo, vi a un niño llamando a su hermano mayor como Clyn y resulta que en realidad se llamaba Clyntony. Pensé que eso solo lo hacían los más grandes.

—Pues no; recortar los nombres es una muestra de cariño y complicidad. Puede hacerlo cualquiera.

—¿En serio? —pregunté entusiasmado y él se limitó a asentir con la cabeza—. Yo quiero... yo quiero... ¿Cómo te gustaría que te llamara?

—No lo sé, Samy, como tú quieras. Es tu decisión.

—Es que tu nombre es pequeño, no se puede acortar. —Una sonrisa baja salió de su pecho y yo sonreí. Amaba ese sonido.

—Tu nombre es más corto y yo te llamo Samy, no necesariamente tiene que ser más pequeño.

—Ya, pero no creo que a ti te guste que te llame Adancito. —Mi hermano rio a carcajadas por mi ocurrencia y volvimos a centrar nuestra atención en las estrellas.

No sé qué pensaba él, pero yo intentaba encontrar un apodo. Pronuncié muchos y de distintas maneras en mi mente, esperando encontrar el indicado.

—¡Ya sé! —dije de repente—. Te llamaré Ad. ¿Te gusta?

—Aunque me llamaras Adancito, a mí me gustaría igual.

—¡Te quiero, Ad! —Y me lancé a su cuello. No tardó en devolverme el gesto.

—Te quiero, Samy.

Sonrío ante la calidez que me provoca ese recuerdo. Eran buenos tiempos.

Miro a mi alrededor y ruedo los ojos al darme cuenta de donde estoy.

Si inconscientemente termino ante su habitación, supongo que no puedo seguir negando que siento algo por ella. Si hace unos meses me llegan a decir que recuperaría mi relación con mi hermano; que estaría evitando una profecía junto a un grupo chismoso y medio complejo, pero extrañamente agradable; que tendría una amiga con el mismo rostro de mi primer amor; que me llevaría con la realeza Legna y para rematar, que una chica me gustaría; creo que alguien habría muerto.

El latido acompasado de sus corazones me dice que está dormida, aun así, abro la puerta intentando no hacer mucho ruido. Camino hacia su cama, sentándome en el borde mientras la Criaturita descansa tranquilamente. Sin detenerme a pensar, aparto un mechón de cabello blanco de su rostro y me sorprende ver lo ligero que tiene el sueño porque no tarda en abrir los ojos.

—¿Saaam? —pregunta con el ceño fruncido. Su voz sale ronca producto al sueño—. ¿Qué haces aquí? —Me encojo de hombros.

—No sabía a dónde ir.

—Oh… —Es lo único que sale de sus labios.

Unos malditos labios que me muero por probar, pero esta vez de verdad, sin una pizca de castidad.

—¿Puedo unirme a ti? —Señalo con mi barbilla el espacio libre a su lado y ella asiente con la cabeza.




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