Lucho contra la inconciencia en una batalla ardua que no consigo ganar. Mis ojos se cierran en contra de mi voluntad y por segundos no escucho nada.
Alguien golpea mi rostro…
Gritan mi nombre…
Me sacuden y aun así no puedo salir de las garras de la profunda oscuridad que intenta hacerme su prisionero. El dolor sigue extendiéndose por todo mi cuerpo quemando mi interior. La herida arde y solo quiero arañarla hasta que esa sensación desaparezca, pero ni siquiera puedo moverme.
Voces desesperadas continúan gritando mi nombre una y otra vez; sin embargo, por más que quiero, no consigo reaccionar; al contrario… Mi mente se va nublando cada vez más, hasta simplemente desvanecerse.
~☆~
Me remuevo incómodo y una punzada de dolor se extiende desde mi hombro hacia todo mi brazo. Intento abrir los ojos, pero mis párpados están demasiado cansados y prácticamente ni los puedo mover.
—¿Saaam? —Escucho la suave voz de la Criaturita antes de sentir una delicada caricia en mi mejilla—. ¿Saaam?
Intento abrir y cerrar mis manos y aunque al inicio parecen estar entumecidas, sin responder a las órdenes de mi cerebro, poco a poco van recuperando su movilidad.
Abro los ojos o al menos esa es la idea, pero solo consigo una pequeña rendija. Vuelvo a intentarlo hasta que lo logro. No veo nada, tengo la vista nublada y eso hace que mi corazón lata asustado. Pestañeo varias veces y suspiro aliviado cuando mi visión vuelve de forma gradual.
Lo primero que veo es el rostro sonriente de Vitae; sus hermosos ojos lilas, la reluciente piedra en su frente y esos labios que tan bien se sintieron anoche sobre los míos.
—Ey, estás despierto. —Intento sonreír imitando el gesto en su rostro, pero no lo consigo.
Siento como si mi cuerpo estuviese despertando de un sueño profundo, aunque en ese caso, me sentiría descansado… Ahora me parece que me han molido a golpes.
¿Qué coño me pasó?
Hago memoria sobre los últimos sucesos y recuerdos de la horda de zombis y la lucha incesante contra ellos, llegan a mí; la llegada de los Arcángeles y el maldito hijo de puta que me mordió. Ahora ya sé de dónde carajos proviene mi dolor.
—¿Cómo te sientes? —pregunta.
Abro mi boca, pero como es lógico, no sale nada. Remojo mis labios que están secos y me aclaro la garganta.
—Espera un segundo.
La veo levantarse de la cama y desaparecer de mi campo de visión. Me obligo a menear mi cuello y gracias a Dios, aunque de manera lenta, lo voy consiguiendo. Vitae vuelve a sentarse a mi lado con una vaso lleno de sangre y un pitillo.
—Tal vez si tomas algo, te recuperes más rápido.
Acerca el pitillo a mis labios y yo frunzo el ceño mientras presiono los labios con fuerza.
Llámenme estúpido o lo que quieran, pero no me hace ninguna gracia que me vea bebiendo. O sea, es la maldita Vida por no mencionar al maldito Dios y yo soy un vampiro… Ya es bastante malo eso, como para sumarle que me vea en mi peor momento.
Creo que estoy avergonzado de ser quien soy o al menos de ser un vampiro.
—Venga, tienes que alimentarte.
Niego suavemente y ella se acerca más a mí. Con una mano me ayuda a levantar la cabeza y con la otra lleva el vaso a mis labios. El olor de la sangre despierta mis ansias y mi sed, por lo que a pesar de que quiero resistirme, no lo consigo por mucho tiempo.
Sin mirarla, bebo todo el líquido intentando no derramar ni una gota.
—¿Mejor?
—Eso creo —digo para mi sorpresa y ella sonríe.
—¿Cómo te sientes?
—Como si se hubiesen ensañado conmigo y me hubiesen molido a golpes.
—Eso no suena bien.
—Se siente peor. —Ella sonríe, pero luego se recompone.
—Me has asustado. —El recuerdo de ella desvaneciéndose luego de ayudarnos viene a mi mente.
—¿Y tú? ¿Cómo estás? También me asustaste.
—Bien; simplemente me debilité, pero ya estoy mejor. —Asiento con comprensión.
—¿Por qué fuiste allá?
—Cuando los Lautner llegaron al reino, estaban histéricos, aterrados. A duras penas nos contaron lo que pasaba. Le ordené a Gabriel…
—¿Gabriel?
—El Arcángel… el Profeta.
Arcángeles… No sé qué me parece más absurdo, si su existencia o la de los malditos zombis.
—Bueno, le ordené a Gabriel que fuera a investigar. Cuando vio lo que sucedía regresó y Mors le preguntó si había una forma en la que ella pudiera ayudar. Él dijo que a lo mejor y por eso fuimos.
—Eso fue una locura. Ustedes no pueden someterse a ese peligro.
—Estábamos con un Arcángel, Saaam; estábamos a salvo.
—Un Arcángel Profeta que apuesto lo que sea que no ha cogido una puta arma en toda su vida.
—Bueno, en eso te equivocas. El Arcángel Gabriel es el guerrero Eliot Holt.