En contra de la voluntad de mi hermano, su novia y la mía... Hostia... Eso sigue sonándome raro cantidad. Bueno, como decía, en contra de su voluntad, salgo del palacio con el resto del grupo dispuesto a hacer todo lo posible para que Nordella no se vaya a la mierda.
La Criaturita propuso quedarme en el palacio con la esperanza de que, si no estoy en el campo de batalla, podría evitar el sacrificio; pero hemos vivido lo suficiente como para saber que las cosas nunca son tan fáciles.
Las profecías se cumplen y si no estoy en la batalla, el destino se encargará de hacer que el sacrificio ocurra en el Reino. De eso estoy convencido y no sé ellos, pero me parece que, si logramos evitar que todos los inocentes que viven ahí, corran peligro, lo mejor es que me mantenga alejado de ellos.
Sin poderme rebatir, pues saben que tengo razón, dejan de insistir y a penas pongo un pie fuera del Reino, me arrepiento de no haberme quedado dentro porque nada de lo que hemos vivido hasta ahora, se compara con esto.
Una lluvia torrencial invade a Nordella. Los vientos son fuertes, tanto, que debo afincarme con todas mis fuerzas al suelo; algunos incluso deben sujetarse de árboles, pues hasta los autos están siendo arrastrados por las calles.
Los relámpagos alumbran el cielo haciéndolo todo más macabro y los truenos retumban prácticamente uno detrás de otro. Los gritos de terror están a la orden del día, hay humanos haciendo cadeneta unos con otros para no salir volando debido a las ventiscas.
Los postes del alumbrado eléctrico y las comunicaciones caen al suelo, algunos son aguantados por los cables antes de golpear el pavimento y otros son detenidos por algunos vampiros.
Chispas de electricidad salen de los cables reventados y hay Legnas intentando alejar todo lo que pueda entrar en contacto con ellos y ampliar el desastre.
Un portal se abre frente a nosotros y Sacarías y Ezra salen de él.
—La marea ha subido demasiado. Hay inundaciones en varias zonas y el río también está turbulento —grita Sacarías para hacerse oír sobre el ruido de la tormenta—. Se han roto dos Sellos.
—¿Dos? Pero si apenas han pasado unos minutos. —Les hago notar y Gabriel, que no sé de dónde salió, se nos acerca.
—El quinto Sello es la Tribulación, el período más crítico de la humanidad. No pasa nada y pasa todo al mismo tiempo. Es como una reacción en cadena, se abre y todo lo otro le sigue como un efecto dominó. La Tribulación implica los demás Sellos, Trompetas y Copas.
—¡Necesitamos ayuda! —grita un Guerrero—. El bosque se ha incendiado, si no lo detenemos, afectará los portales al reino y si quema los robles, las Dríadas ligadas a ellos, morirán.
—Aliz —dice Adams a mi lado y no tardo en ver a Maximiliano correr en dirección al bosque.
Voy detrás de él e interrumpo su carrera.
—Apártate, Hostring.
—¿Qué coño crees que haces?
—Salvar a mi novia, ¿qué carajos crees?
—¿Y me vas a decir cómo piensas hacerlo? Porque que yo sepa, no puedes detener el incendio.
Resopla e intenta sortearme, pero lo detengo sujetándolo de una mano. El impulso lo acerca a mí dejando nuestros rostros demasiado cerca.
—Si tú mueres, no podrás salvarla. Así que deja de ser idiota y sígueme.
Jalándolo conmigo, pues no confío en que me siga por su propia voluntad, nos acercamos al grupo que intenta, sin mucho resultado, resguardarse de la tormenta.
—Necesitamos a las Salamandras, a las Ninfas, a cada maldita hada que pueda controlar la Naturaleza —les digo—. Ninguno de nosotros tiene ese poder.
—Yo me encargo de buscarlas —dice Ezra antes de desaparecer por un portal y mientras él va por ayuda, nosotros nos aseguramos de poner a los humanos a salvo que, luego de la horda de zombis, muchos quedaron fuera de sus casas.
La tormenta parece incrementar su intensidad cada vez más, dificultándonos la tarea de salvaguarda. Todo empeora cuando algunas casas comienzan a destruirse, incluso las ramas de los árboles se desprenden cayendo sobre los techos.
No sé en qué momento me separo del grupo. Llevo vagando por tanto rato mientras hago lo posible por poner a los humanos en las viviendas con mejores condiciones que puedan resistir los fuertes vientos que, para cuando me doy cuenta, estoy frente al SENCO. Es por eso que puedo ser testigo del ejército de hadas que atraviesa sus puertas y de cómo Ezra las distribuye en portales hacia donde son necesitadas.
Cinco de ellas se quedan, ubicándose en puntos diferentes de la calle, no cerca pero tampoco muy alejadas la una de la otra. Extrañado, observo cómo levantan sus brazos y un tenue brillo se acumula entre sus dedos. Para mi mayor asombro, la tormenta va disminuyendo su intensidad. Es de forma gradual; primero los fuertes vientos, luego la lluvia. No se detiene completamente, pero al menos ya no es un desastre.
No me da tiempo a aliviarme porque un ruido, peor que el de los truenos y mucho más prolongado, se hace dueño del espacio. Es como un cuerno gigante y tan intenso que debo taparme los oídos con la esperanza de disminuir el dolor que me provoca.
De repente cesa.