Legnas: la profecía 3

2. Unos tragos

Sam:

¿Cuánto creen que puede lastimar una frase?

Es una pregunta estúpida si me preguntan a mí, pero justo ahora estoy sintiendo la respuesta. Una mano invisible oprime mi corazón, ese órgano que lleva muerto desde hace trescientos años, pero que ella le dio vida de un día para el otro y, aunque hasta hace poco me gustaba la sensación de tenerlo de vuelta, ahora lo odio porque late con miedo, revolviéndome las entrañas con desazón. Miedo a haberle entregado mi corazón a la persona equivocada; miedo a volver a sufrir por ese estúpido sentimiento que me juré no volver a sentir.

Levanto las manos en son de paz mientras retrocedo varios pasos sin apartar la mirada de la chica que, hasta hace unos segundos, creí que era mi novia.

Estúpido, ¿verdad?

Debo decir que esto me ha cogido de sorpresa, realmente no lo esperaba, pero es mi culpa. Estamos hablando de Dios… ¿A quién se le ocurre que podría tener una relación con Dios? Es ridículo, soy un vampiro… Una criatura de la noche… Un asesino que juega a ser bueno en un mundo que está patas arriba.

Con la tensión a niveles incalculables, me obligo a sostenerle la mirada por varios segundos hasta que la aparta. Lleva sus manos a la cintura de Rafael y las cierra alrededor de su chaqueta. Frunzo el ceño al notar que su rostro se ha vuelto repentinamente blanco, mucho más de lo normal y antes de darme cuenta, estoy corriendo hacia ella y sosteniéndola antes de que su cuerpo golpee el suelo.

Asustado como la mierda al ver cómo ha perdido la conciencia, cruzo una mano por debajo de sus rodillas, la otra por su espalda y la cargo hasta depositarla en la cama. Gabriel corre a mi lado, pero aburrido de nuestros constantes enfrentamientos, solo lo miro con mis ojos rojos y no sé si es que nota mi enojo o qué carajos, pero retrocede sin rechistar.

Golpeo el rostro de la Criaturita con suavidad, pues no quiero hacerle daño y respiro aliviado cuando la veo intentar abrir los ojos. Frunce el ceño y no se me escapa cómo la piedra en su frente brilla con intensidad.

—Ey… —le digo cuando su mirada se posa en mí.

—No… —susurra casi sin fuerzas, pero yo sujeto sus manos cuando intenta apartarme. Acerco mi rostro al de ella.

—No sé qué coño está pasando contigo, pero si crees que me voy a alejar en el estado en que estás, es que no me conoces. Si no me quieres cerca, te aguantas hasta que estés mejor.

—Solo… Solo estoy… Agotada…

—No estás agotada, Criaturita. Estás débil, muy débil y es debido al sacrificio.

Sus ojos se abren ligeramente ante mis palabras.

—¿Lo… lo…gré? ¿Lo… salvé?

—No está muerto. —Es mi única respuesta—. Pero no te preocupes por eso ahora. Tienes que descansar.

Asiente con la cabeza y sus ojos se cierran.

Paso las manos por mi rostro y apoyo los codos sobre mis muslos sin saber exactamente qué hacer. Siento los pasos del resto de la manada moviéndose y en un minuto la habitación se vacía, solo queda Sacarías y los dos Arcángeles.

Una mano se posa sobre mi hombro y al levantar la cabeza, el brujo me hace una seña indicándome salir. Miro a los emplumados y decido que es lo mejor, de igual forma, la chica sobre mi cama no parece querer nada de mí.

Me levanto, reticente; sigo al brujo hasta afuera y, en silencio, recorremos el largo pasillo.

—¿Crees que podamos tomarnos esa copa ahora? —pregunto una vez llegamos al primer piso. Sacarías me analiza minuciosamente y frunce el ceño.

—Los vampiros no se emborrachan; lo recuerdas, ¿no?

—Lo sé, pero al menos me va a entretener un rato. —Se encoge de hombros.

—Sígueme.

Sin embargo, no hemos dado dos pasos, cuando nos encontramos con Alexander.

—Alteza —dice Sacarías haciendo una leve inclinación.

—¿En serio regresamos a estas formalidades? —Miro al príncipe—. Ni pienses que me voy a inclinar ante ti. —Alexander rueda los ojos.

—¿A dónde van?

—No es de tu incumbencia.

—Lo es si están en mi casa. —No lleva ni un día aquí y ya lo estoy odiando.

—Iremos a ahogar las penas y las tensiones en alcohol —responde Sacarías y el príncipe frunce el ceño.

—Genial, me uno.

—¿Qué? No, claro que no. Esto es algo entre el brujo y yo.

—Voy a ir, Hostring, quieras o no.

—¿Dónde dejaste a tu novia? ¿Por qué no te vas con ella o con tu hermana para que recuperen el tiempo perdido?

—Mi hermana está con tu hermano y mi novia con su familia adoptiva. Y yo voy con ustedes porque quiero y puedo, así que deja de quejarte.

Sin decir nada más, se da la media vuelta y se aleja de nosotros. Sacaría lo sigue y yo, resoplando, me les uno.

Cuando llegamos a la bodega, Alexander enciende la luz y me sorprendo al ver la cantidad de bebidas. Chiflo asombrado; aquí hay de sobra para emborrachar a toda Nordella.

—¿Qué tomaremos? —pregunta el brujo.




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