Legnas: la profecía 3

3. La verdadera historia

Sam:

Antes de ir al Salón del Trono donde Vitae y el resto nos están esperando, me llevan a mi habitación para enjuagarme el rostro y gracias a Dios, con un poco de agua y el paso de los minutos, recobro la lucides. Me alivia saber que mis habilidades de curación no están totalmente arruinadas, aunque la herida en mi brazo provocada por el granizo sigue ahí, cubierta por mi enguatada y un poco mejor, pero sigue ahí.

—Hombre, me gustaría poder quitarme la borrachera tan rápido —comenta Alexander—. Las hierbas de Sharon saben a rayo encendido.

Sacarías, quien no ha dicho ni pío, abre un portal directo al Salón del Trono donde todos nos esperan. Inconscientemente, busco a Vitae con la mirada, pero ella la desvía.

—Genial —murmuro. Voy a mi silla de siempre y me siento, con los brazos cruzados sobre mi pecho, en espera de lo que sea que vaya a decir.

—Ya estamos todos, ¿no? —pregunta Rafael mirando a su alrededor. Hago lo mismo y sí, estamos todos—. Bueno, Vitae quiere explicarnos aslgunas cosas.

Observo a Vitae sentada una butaca blanca, con los Arcángeles a cada lado. Luce alicaída, más pálida de lo normal y eso me preocupa, aunque me obligo a permanecer en silencio.

—Bueno...

—¿Lo recuerdas todo? —La interrumpe Sharon desde el trono. Tiene los brazos cruzados sobre su pecho mientras la fulmina con la mirada. Vitae asiente con la cabeza—. ¿Dónde está el alma de Adams?

Directa, me gusta.

—No es momento de...

—Me importa una mierda, Gabriel —dice, inclinándose al frente—. Adams es imprescindible en esta lucha y está en algún lugar solo, no hay nada más importante en estos momentos que él y la forma de recuperarlo.

—No la hay —dice Vitae con voz seria y demasiado fría para mi gusto.

—¿Cómo que no la hay? —pregunto, asustado.

—No la hay —repite—. No sé a dónde fue a parar su alma.

—Pues búscala.

—No es tan sencillo, Sam. —Estoy a punto de seguir presionándola, pero me quedo mudo al escuchar nuevamente cómo se refiere a mí.

Sam.

¿Cómo es que una palabra tan simple y común, como mi nombre, puede lastimarme tanto?

—No tengo poder para eso, estoy débil y...

No me lo pienso. Me levanto de la silla a toda velocidad y corro hacia ella apoyando mis manos en ambos reposabrazos. Ella ni se inmuta, al contrario de Gabriel que en seguida sale en su ayuda, pero se detiene cuando ella levanta su mano.

No sé si es el agotamiento, el enojo o si el alcohol sigue en mi sistema, pero no me detengo cuando mis ojos se ponen rojos.

—Eres el puto Dios, tiene que haber una forma de que lo puedas resolver.

—No la hay. —Aprieto los reposabrazos resquebrajando la madera.

Sé que no debería hablarle así, de hecho, me siento mal por hacerlo, pero es que me enoja la indiferencia con la que lo dice, con la que me habla, con la que me mira.

Una mano se posa en mi hombro.

—Sam, por favor —dice Jazlyn—. Debes tranquilizarte.

Vitae observa a mi amiga, luego a mí.

—Sam —repite, pero no le hago caso.

—Hace menos de dos días dijiste que nos ayudarías; estabas dispuesta a sacrificar a los humanos por nosotros. Según tú, éramos familia. ¿Dónde quedó eso?

—Hace dos días no recordaba quien era, ni mi misión ni nada. Hace dos días no estaba tan débil y si no recuerdas, estoy así por ayudarlos a ustedes.

—O sea, recuerdas todo y te vuelves una insensible, ¿no? Te olvidas de todo lo que hemos vivido juntos, de que nos hemos puesto en peligro para ayudarte; que te abrimos las puertas a nuestras vidas sin siquiera conocerte. ¿Dónde coño está la Criaturita que conocemos? ¿Dónde mierda está nuestra amiga?

Evito preguntar dónde carajos está mi novia, aunque es lo que más necesito saber.

—¿Podrías regresar a tu asiento? Hay cosas importantes de las que hablar.

Sonrío, pero sin una pizca de humor.

—Sam, por favor. —Continúa Jazlyn—. Por favor.

—¿Qué sucedió exactamente? —Nuestros rostros están a escasos centímetros y esos ojos hermosos que siempre me han mirado con tanta dulzura, hoy son fríos, algo que me aterra como no se pueden imaginar.

—Su alma bajó a la Nada, Mors la retuvo mientras bajaba la de Cristopher, pero perdimos demasiada fuerza al yo intentar tomar el control del cuerpo. Intenté sacarlo, pero perdí la conciencia y se me perdió.

—¿Se...? —Me muerdo el labio intentando controlar el nudo de emociones en mi garganta y temeroso de formular la pregunta—. ¿Se evaporó?

—No lo sé, el sacrificio se cumplió, pero no por su alma. Ella estuvo el tiempo suficiente en la Nada como para darse por cumplido y el Destino aceptó el cambio por la de Cristopher. En el retorno la perdí y no sé dónde está, Sam. —Presiono con más fuerza la madera del reposabrazos haciéndola chirriar. Ese maldito "Sam" está crispándome los nervios—. Estoy débil, no puedo sentir su alma. No sé si está en el Cielo, en el Infierno o en la Nada.




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