Sam:
Recorremos el palacio en silencio, uno del lado del otro, pero sin tocarnos; sin embargo, por ahora, eso es suficiente para mí.
Cuando llegamos al segundo piso, ambos Arcángeles nos esperan en la puerta del salón del trono. Gabriel con los brazos cruzados y Rafael con las manos en los bolsillos.
—Tardaron —gruñe el primero.
—Supéralo. —Sin decir nada más, paso entre los dos, golpeándolos por los hombros y entro al salón.
El silencio se hace ante mi llegada, sin embargo, eso no me preocupa; lo que realmente me llega al alma, es ver cómo Jazlyn esconde su rostro entre sus manos para que yo no la vea.
Me maldigo una y otra vez por haber sido tan imbécil hace un rato.
Revuelvo mi cabello y voy directo a ella. Me arrodillo al frente y Alexander tiene la buena idea de apartarse para darnos espacio.
—Ey —susurro—. ¿Jaz? —Tomo sus muñecas y con cuidado de no hacerle daño, la obligo a descubrir su rostro. Desvía la cabeza—. Mírame. —Ella niega por lo que la tomo de la barbilla hasta que nuestras miradas se conectan.
No voy a mentir diciendo que verla no me causa nada. Todos saben que lo que me hizo acercarme a ella y darle mi protección sin dudar fue su parecido con Mía, pero tampoco es un secreto que, precisamente esa similitud, es lo más difícil en nuestra amistad.
—Lo siento —murmura.
—¿Por qué? —Se encoge de hombros y hace un puchero que me llega al alma porque, maldita sea, Mía lo hacía cada vez que estaba triste. Me obligo a calmarme.
—¿Porque nos parecemos?
—Estoy bastante seguro de que tú no tienes la culpa de eso. —Sonrío para hacerla sentir mejor, pero en su lugar, sus mejillas se llenan de lágrimas. Se lanza a mi cuello y por un segundo no sé cómo reaccionar hasta que le devuelvo el abrazo.
—Lo siento, lo siento. Juro que me voy a teñir el cabello de nuevo. Lo siento mucho, Sam. —Tomo una amplia respiración intentando calmar las miles de emociones contradictorias en mi interior y cuando estoy seguro de que no me voy a romper, pues siendo honesto, todo lo que ha pasado me tiene al borde del colapso mental, me separo un poco de ella. Acunando su rostro, la obligo a mirarme.
—Tú no tienes que disculparte de nada, ¿entendido?
—Gabriel dice que Maira es nuestra Doppelganger, pero somos como una especie de primas en diferentes épocas.
Lo digo, nuestras vidas son una jodida mierda loca.
—Eso es culpa de él por dejar su semilla regada en diferentes épocas. —Me gano una risa baja de su parte. Sonrío—. Escucha, Jaz, no tienes que teñirte el cabello, no tienes que hacer nada. Es raro, no te voy a mentir y, vale, duele un poco, pero solo debo acostumbrarme, ¿ok? Ya lo hice una vez, lo haré de nuevo. No te preocupes por eso.
—Pero…
—Pero nada, todo está bien. En serio. —No parece muy convencida—. No es tan malo, ¿vale? Sí, eres un recordatorio constante, pero puedo vivir con eso; lo que me sacó de control ahora… fueron otras cosas… Lamento lo que te dije.
Se sorbe la nariz.
—No importa. De igual forma me gusta el pelo rosa. —Me río.
—No te voy a hacer cambiar de opinión, ¿verdad?
—No.
Con toda la delicadeza de la que soy capaz, seco sus mejillas y me sorprendo cuando Alexander golpea mis manos.
—Una cosa es que acepte la amistad entre ustedes que, en serio, sigo sin entender cómo te ganaste su cariño; pero otra muy distinta es permitir que la manosees. Apártate.
Para mi propia sorpresa, solo me río. Estoy convencido de que lo ha dicho de verdad, pero al mismo tiempo no. Él sabe que entre ella y yo solo hay amistad, que no tiene nada de qué preocuparse o al menos espero que lo sepa; sin embargo, estoy casi seguro de que ha intervenido solo para aligerar el ambiente.
—El que no entiende cómo carajos se enamoró de ti, soy yo. Eres insoportable, O´Sullivan. —Se encoge de hombros.
—Soy un hombre afortunado.
—Menos mal que lo sabes.
Aprovechando que Jazlyn sonríe medio divertida con nuestro intercambio, les doy la espalda. Mi mirada se encuentra con la de Vitae que luce preocupada. Baja la cabeza y yo me dirijo a mi lugar, pero me detengo al ver los trozos de mi silla cerca de la pared.
Me rasco la cabeza, incómodo y miro a mi derecha cuando un brazo se cruza sobre mis hombros. Observo a Sacarías que analiza la silla o lo que queda de ella.
—Te he dicho un montón de veces que no pagues tus frustraciones con los objetos. ¿No ves que luego somos nosotros los que tenemos que arreglar tus desastres? Ya he perdido la cuenta de cuántas cosas he arreglado luego de que las hayas destruido y eso que no llevamos mucho de amigos.
Abro los ojos, sorprendido, ante su última palabra. ¿Amigos?
¿Me considera su amigo?
Lo observo detenidamente mientras, con una sonrisa, mueve sus dedos, murmura algo y la maldita silla se recompone sola. Me mira y yo sigo sin poder reaccionar.
—¿Qué? —pregunta, pero sabe claramente qué me ha dejado fuera de juego.