Legnas: la profecía 3

7. La profecía

Sam:

Fui un niño feliz.

Tenía una familia pequeña, un hermano al que idolatraba, una madre que amaba con el alma y un padre que… bueno, en aquel entonces no sabía que era un hijo de puta; pero, aunque solo éramos nosotros cuatro, me sentía completo, dichoso.

Luego todo se fue a la mierda.

Mataron a mi madre.

Perdí a mi hermano.

Y mi padre envenenó mi mente.

El odio, la ira y la sed de venganza fueron sentimientos devastadores que me consumieron, llevándome a un estado donde la soledad era mi mejor amiga. La disfruté por mucho tiempo hasta que llegó Mía y me abrió los ojos a un nuevo mundo; uno en el que estar solo no era una opción. Buscaba su compañía como una polilla busca la luz del sol. Luego murió y la soledad y yo, no volvimos a ser amigos.

Estaba derrotado, con el corazón hecho trizas y tuve que aferrarme nuevamente a mis deseos de venganza para poder sobrevivir, a esos a los que había renunciado por la vida que ella me ofrecía. Volví a ese bucle de odio, rabia y dolor que empeoraba con el paso del tiempo. Hice de todo para volver a ser el que era antes de ella, pero me sentía vacío, insatisfecho. La melancolía, la angustia y la ansiedad hicieron campamento en mi interior; la desesperación me embargó y no lo voy a negar, el miedo también.

El miedo a la soledad, a no tener un maldito propósito en la vida más allá de existir y ser un asesino de mierda; aunque debo decir que luego de convertirme en el Justiciero, esa sensación disminuyó un poco, aun así, no era suficiente. Miraba a mi alrededor y odiaba ver a los humanos felices, rodeados de sus familiares y amigos, mientras yo vagaba al cobijo de la luna como un alma en pena, miserable.

Cuando conocí a Jazlyn, sentí que pude respirar por primera vez en mucho tiempo, algo estúpido si tenemos en cuenta que los vampiros no respiramos. Ella se convirtió en mi luz, protegerla era mi propósito y con el paso de tiempo, a mi misión se fueron sumando otros más, incluido mi hermano, alguien a quien nunca creí que volvería a tener en mi vida.

Debido a todo el caos que me ha rodeado desde entonces, no había notado que ese vacío en mi interior, ya no está, que, incluso sin proponérmelo, me hice de un amigo. Hasta cierto punto, puedo entender que las circunstancias hayan creado un lazo entre el brujo y yo erradicando nuestras ansias de matarnos, pero lo que nunca imaginé es que la manada me considerara uno de ellos, uno más de la familia tal y como lo han expresado, mucho menos que estarían dispuestos a luchar contra un Arcángel para defenderme.

Estamos hablando de personas que intentaron matarme en innumerables ocasiones. Es un hecho inaudito, pero no voy a negar que me emociona saberlo. De hecho, aunque no creo que lo admita en voz alta alguna vez, a pesar de toda la mierda en la que estamos metidos, soy más feliz que hace unos meses. Tengo un hogar… una familia.

Sonrío mientras paso las manos por mi rostro.

Salí del Salón del Trono con intenciones de buscar a Vitae, pero el cúmulo de emociones ante la muestra de afecto y lealtad de la manada, me impidió moverme luego de haber cerrado la puerta a mis espaldas, por lo que llevo unos cuantos minutos, apoyado en la madera intentando digerir los últimos acontecimientos.

Una vez más calmado, decido reanudar mi tarea y a cada paso que doy, mis nervios van en aumento. A veces me siento como un maldito humano y eso me da rabia porque soy un manojo de sentimientos contradictorios que no consigo controlar y si algo me gustaba de ser un vampiro, era la facilidad con la que podía disimular mis emociones.

Cuando llego a su habitación, observo la puerta detenidamente mientras reúno el valor para entrar porque, si soy honesto, me da miedo averiguar quién está dentro de esas cuatro paredes: la Criaturita o Dios.

Sé que me ha proclamado como su protegido, sé que tuvimos una pequeña conversación en la torre que evidencia que seguía siendo mi chica, pero el recuerdo de su frialdad continúa latente y no me gusta.

Toco la puerta y espero paciente una respuesta que no llega.

El latir acompasado de sus corazones me dice que ahí está, así que, arriesgándome a que no le guste, la abro. Está acostada en su cama hecha un ovillo y por un momento quiero patearle el culo emplumado a Gabriel por ponerla así tan triste.

—¿Puedo pasar? —pregunto al ver que no se mueve ni un centímetro con mi intromisión. Se sienta en la cama y, para mi alivio, asiente con la cabeza.

Nervioso, tal y como sucede últimamente cada vez que ando cerca de ella, entro, cerrando la puerta tras de mí. Bajo su atento escrutinio, camino hacia la cama y me siento en el borde del colchón.

—¿Cómo estás? —Sus hermosos ojos lilas se concentran en los míos. Están alicaídos, sin ese brillo que tanto me gusta, pero siguen siendo preciosos, raros como ella.

Me analiza por varios segundos y me sorprende totalmente, cuando, sin previo aviso, luego de hacer un puchero de esos que la hacen ver tierna e inocente, se lanza a mis brazos. El impulso de su cuerpo contra el mío casi me hace caer de la cama, pero logro sostenernos a los dos.

—Ellos me odian —murmura hundiendo su rostro en mi cuello—. Les hice mucho daño y ahora me odian; les he fallado.

¿Qué se supone que debo decirle cuando no tengo ni la más mínima idea de lo que realmente ha pasado entre ellos?

Solo tengo pequeñas pistas dispersas y algo me dice que nunca seré capaz de comprender la magnitud de esa relación sin conocer toda la historia.

—No te odian, Criaturita. —Acaricio su espada intentando consolarla—. Solo están enojados, pero ya se les pasará. No conozco totalmente vuestra historia, pero por lo que entendí, han sufrido mucho.

—Todos hemos sufrido mucho. —Se sorbe la nariz para luego separarse de mi cuerpo. Su bonita mirada analiza mi rostro y un suspiro se le escapa—. Estoy agotada, tanto física como emocionalmente... ¿Puedes quedarte lo que queda de noche? —Sonrío de medio lado. Eso no tenía ni que preguntarlo.




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