Legnas: la profecía 3

14. Bienvenido a casa

Sam:

—Tío, relájate —digo, con la esperanza de que el maldito emplumado guarde sus alas y regrese a la normalidad, pero creo que no será posible.

Doy un par de pasos hacia atrás porque no soy tonto; el tipo me puede hacer añicos si le da la reverenda gana y estando fuera de control y enojado con Vitae, las probabilidades aumentan considerablemente.

—Miguel, tienes que calmarte. —Vuelvo a intentar, pero sus ojos dan la sensación de brillar aún más.

Da un paso hacia mí y mi instinto de supervivencia me dice que tengo que correr lo más rápido que mi naturaleza vampírica me permita; sin embargo, no me da tiempo a hacer nada, porque el Arcángel elimina la distancia entre nosotros. Para mi total sorpresa, me coge por los brazos y moviendo sus alas, se eleva en el aire.

¡Santa mierda! ¡Está volando y me arrastra con él!

Miro hacia abajo y es alucinante ver el Infierno desde esta altura, las almas en pena siendo torturadas, desesperadas por querer salir de este lugar, pero condenadas a permanecer aquí hasta que les toque renacer.

Miguel vuela en zigzag intentando evitar las llamas que alcanzan elevadas alturas y yo empiezo a temer porque termine soltándome, ya sea a propósito, o no. Para mi alivio, atravesamos la franja que divide el Infierno del túnel oscuro y me pregunto si no pudimos hacer esto desde un principio en vez de caminar y caminar por estos lares.

Justo cuando comienzo a ver una pequeña claridad, lo que supongo yo que es la puerta por la que entramos, el Arcángel libera la sujeción en mis antebrazos dejándome caer. Por suerte, la distancia no era muy grande y consigo aterrizar acuclillado, sin golpe ninguno. Él desciende a mi lado, cierra sus alas, pero no las guarda, solo las encoge detrás de su espalda y atraviesa la puerta. Yo lo sigo.

La intensidad de la luz me hace cerrar los ojos y cuando consigo abrirlos y acostumbrarme a la claridad, frunzo el ceño al ver el estado del lugar y a toda la manada con sus armas en las manos y en posición de batalla.

Un suspiro aliviado se extiende por toda la habitación y la Banshee pasa entre nosotros, cerrando la puerta al Infierno.

—¿Aquí que ha pasado? —pregunto, analizando los muebles destruidos, la sangre en el rostro de algunos y dos cosas gigantes y negras en el suelo. Demonios.

—Digamos que los de ahí dentro quisieron darse una vuelta por la Tierra —responde Ezra.

Estoy a punto de hacer una broma sobre lo entretenido que han estado, pero Miguel abandona su lugar a mi lado, acercándose a las Criaturitas, con esa pose amenazante y ojos brillantes que me indican que esto se pondrá feo.

La manada se va apartando a medida que él avanza. Solo Gabriel se atreve a interponerse ante su objetivo y, antes de que pueda incluso decir algo, la mano del Guerrero se estampa en el pecho de su hermano mandándolo a volar por los aires.

Las Criaturitas lo observan entre confundidas, preocupadas y temerosas.

No sé qué coño pretende Miguel, sin embargo, antes de que cierre la distancia que los separa, me encuentro corriendo hacia ellos y sí, llámenme suicida, pero me coloco en el medio. El emplumado se detiene.

—Apártate.

—No.

Miguel arremete contra mí y luego de evitar un golpe directo a mi rostro, atrapo su brazo, lo volteo a mi antojo haciendo que el emplumado chille adolorido y sin perder tiempo lo lanzo contra una de las paredes del Solón del Trono.

Escucho varios jadeos a mi alrededor y sí, estoy bastante seguro de que lo cogí desprevenido porque convencido estoy de que, en otro momento, no habría podido derrumbarlo.

El Arcángel se levanta nuevamente y esta vez, su mirada furibunda está concentrada en mí. Inconscientemente doy un paso hacia atrás, pero antes de que llegue a mí, Alexa se detiene frente a él con las manos en su cintura.

Si les soy honesto, no sé qué esperaba realmente, pero el puño de la chica estampándose en el rostro del emplumado, no lo era. Miguel lleva su mano a su mandíbula y la fulmina con la mirada.

—Eso es por aprovecharte de mí. —Enarco una ceja y el emplumado parece realmente confundido—. Me has mentido, Miguel, me dijiste solo Dios tenía poderes para devolverme los recuerdos de mis doscientos años de vida y que no sería posible porque ella estaba muy débil. Resulta que tú también podías.

El emplumado parece entender a qué se refiere y, sin decirle nada a la chica, observa a sus hermanos como si quisiera matarlos ahí mismo.

—Fue él —dice Rafael señalando a Gabriel.

—Chismoso. —Levanta las manos en son de paz—. En mi defensa, no sabía que querías ocultar la relación que habían tenido.

Oh, porque esto no es un amorío no correspondido de Miguel, fueron pareja.

Esto se pone interesante.

Observa a Alexa, que luce realmente enojada.

—¡Te has aprovechado de mí! ¡Me sedujiste! —Miguel sonríe de medio lado.

—Ahí te equivocas, preciosa, me sedujiste tú a mí porque, de lo contrario, no me habría involucrado contigo jamás. Haz un poco de memoria y verás o tal vez no te devolvieron todos los recuerdos. —Se voltea a su hermano. Aquí vamos—. Tienes esa manía, ¿no? Jugar con los recuerdos a tu antojo.




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