Vitae:
Esto es un desastre.
Un maldito desastre y lo peor es saber que es mi culpa, bueno, nuestra culpa. Mía y de Mors, de nadie más. Si bien no es algo que hayamos ocasionado a propósito, nuestros actos, nuestras decisiones erróneas, nuestro egoísmo, nos han llevado a este momento, a las puertas del fin del mundo y eso me aterra.
No quiero que todo acabe.
Me costó mucho esfuerzo y sacrificio construir el inicio de lo que hoy es la mayor maravilla del mundo: los seres humanos. Todos ayudaron, Miguel, Gabriel, Rafael incluso Lucifer, pues tal vez muchos no lo entiendan, pero el diablo, dentro de toda su maldad, les dio lo que ellos necesitaban para no ser simplemente cuerpos con almas perfectas. Él los incitó a pecar y, sin querer, los hizo humanos.
Hay muchas personas malas en la Tierra; seres que no deberían ni existir y, desgraciadamente, vagan libres, pues la justicia mundana no ha podido alcanzarlos; pero no podemos negar que también hay muchos buenos y me gustaría pensar que son la gran mayoría. Hay muchos que, si bien se equivocan, cometen errores, tropiezan con las consecuencias de sus propias decisiones, han aprendido de sus experiencias y se han convertido en mejores personas, han crecido, madurado y eso me enorgullece.
Los seres humanos han creado maravillas con su inteligencia, con sus propias manos. Yo los creé, les di una Tierra y una forma de vida que ellos fueron desarrollando y no me avergüenza admitir, que el mérito de lo que son hoy es de ellos y de todas las criaturas que han estado ayudándolos por los siglos de los siglos. Hablo de las hadas fundamentalmente, que se han encargado de todo lo concerniente a la naturaleza mientras nosotras dormíamos esperando a que el fatídico día en que todo se desencadenara, llegara por fin.
—Pensamientos un poco melancólicos, ¿no crees? —pregunta Mors, llegando a mi lado.
Sonrío.
Mors y yo somos una, somos Dios y nuestra conexión es abrumadora. Compartimos pensamientos, sentimientos, miedos, todo. Somos un mismo ente en dos cuerpos.
—Pues sí. —Respiro profundo—. Está cerca, Mors, demasiado cerca y estoy preocupada.
—Lo sé. Yo también lo estoy, pero debemos confiar. Todos los que están ahí fuera son buenos, podrán con esto. Vencerán a Lucifer.
—Salvo los Arcángeles, todos los que están ahí fuera pueden morir y ni tú ni yo tenemos fuerzas para regresarlos.
—Es increíble cómo en el pasado, la idea de inmiscuirnos en la vida terrenal, el intervenir para salvar a alguien, nos parecía inaudita, un absurdo total y ahora estamos dispuestas a regresar a cualquiera de ellos que perezca en el camino.
—La culpa de todo esto es nuestra, Mors. Ellos no tienen nada que ver en esta lucha y se están haciendo cargo con entereza, mientras nosotras nos escondemos como cobardes.
—No te comas la cabeza con eso, Vit. Si pudiéramos, estaríamos en primera línea en esta lucha, pero no podemos arriesgarnos. Si nos pasa algo, Lucifer ganará.
Y eso es lo más jodido.
No por nosotras en sí, no es que me dé miedo a morir, pero somos el blanco principal. Reducir el mundo a cenizas tal y como quiere Lucifer o corromperlo con su maldad, podría llevarle tiempo. La Tierra es inmensa y hay miles de criaturas dispuestas a defender su hogar, incluso humanos; por eso, estoy casi convencida de que el objetivo de él, somos nosotras. Si Mors o yo morimos, el mundo lo hará también hasta solo quedar él y su ejército de demonios.
—¿Estás preparada para enfrentarlo? —pregunta.
—¿Lo estás tú? —La miro por primera vez.
Estamos en lo alto de la gran escalinata del palacio. Salí desde hace un rato, impaciente, esperando que nuestros amigos regresaran sanos y salvo del enfrentamiento a los siete pecados capitales, pero aún no dan señales de vida.
Se encoge de hombros.
—Ojalá pudiera matarlo yo misma. Me encantaría hacerlo y de esa forma demostrarle a Miguel, Gabriel y Rafael que hemos cambiado; que Lucifer no tiene ningún poder sobre nosotras.
Suspiro profundo.
Lucifer hizo cosas horribles y no me refiero a los humanos, si no, a sus propios hermanos. La peor parte es que, por mucho tiempo, su influencia nos tenía el juicio nublado. No supimos, o tal vez no quisimos darnos cuenta de lo que sucedía y, cuando por fin lo hicimos, casi fue demasiado tarde. Lastimamos a los Arcángeles de disímiles formas y, aunque intentamos enmendarlas y conseguimos que nos dieran un voto de confianza aceptando la misión que les dimos, sabemos que temen que volvamos a ser las de antes. No confían en que hayamos cambiado y no los podemos culpar por eso.
—Tal vez...
Pero no me da tiempo a terminar mi frase porque un dolor agudo invade mi cuerpo, desgarrándome hasta el alma. El grito agónico es ensordecedor, mis piernas pierden la fuerza y caigo desplomada al suelo. Con los ojos cerrados y los labios apretados con fuerza, me hago una bolita esperando que remita, pero lejos de eso, se agudiza.
—Vitae —Escucho decir a Mors en apenas un murmullo. La busco con la mirada y la encuentro no muy lejos de mí, tirada al suelo, con su bonito rostro mancillado por el dolor y su piel blanca perlada por el sudor.