Alexander:
Demonios, ¡qué dolor!
A duras penas consigo abrir los ojos; los párpados me pesan demasiado y la cabeza me duele horrores, pero lo jodidamente insoportable es el dolor desgarrador en la parte inferior derecha de mi abdomen. Inconscientemente, llevo mis manos a la zona y noto los vendajes alrededor de mi estómago.
Levanto la cabeza con cuidado y me sorprendo al ver la mancha de sangre en la blancura de la venda. ¿Qué demonios me ha pasado? Intento incorporarme, pero el dolor me lo impide así que, frustrado, miro a mi alrededor por primera vez. ¿Dónde rayos estoy?
¡Maldición!
Rememoro los sucesos del día anterior, pero salvo la cita con Jazlyn, no sucedió nada fuera de lo normal; ningún combate, nada que me pudiera herir de esta forma. Es más, ayer cuando llegué a casa fui directo a mi habitación para no toparme con mi hermana y tener que sufrir su interminable interrogatorio.
Confundido, vuelvo a reparar la estancia. Estoy en una habitación totalmente blanca, salvo algunas manchas rojas y negras en algunas de las paredes. Hay seis camas personales, contando la mía, tres de las cuales están vacías. A mi izquierda duerme un hombre con el rostro desfigurado y al fondo de la habitación un señor ya mayor, me observa fijamente. ¿Qué le pasa?
Una, dos, tres, cuatro, cinco ventanas incrustadas en nichos profundos y todas están enrejadas. ¿Qué es este lugar?
De repente, entra una joven y al verme, sonríe. Está vestida muy raro; me pregunto de qué obra de teatro habrá salido. Lleva un vestido blanco y verde, con mangas largas, ceñido a la cintura y de corte ancho hacia abajo. El pelo lo tiene recogido, cubierto con un pañuelo blanco.
Deja la bandeja que trae en sus manos sobre una mesita al lado de mi cama.
—Buenos días, Capitán —saluda la joven mientras me toca la frente —. Me alegro de verlo despierto. Mi nombre es Tina; soy su enfermera. Ya se le pasó la fiebre. ¿Cómo se encuentra?
Quiero decirle que tengo un dolor endemoniado en mi abdomen y que necesito saber dónde estoy y qué rayos ha pasado, pero no puedo hablar. Las palabras no salen y en su lugar, otra voz, un poco cortante, responde por mí.
—Estoy bien. ¿Dónde estoy?
¿Qué ha sido eso?
Mi corazón sube a mi garganta al darme cuenta de que yo no he hablado, pero mi cuerpo… Mi cuerpo sí.
¿Acaso es eso posible?
Al ver que la joven no responde a la pregunta formulada por mi cuerpo, intento preguntarle de nuevo, pero nada, las palabras siguen sin querer salir. Así que, resignado y totalmente confundido, espero a que ella decida hablar.
—Está en Morf. Fue herido durante la última batalla y su gente lo trajo aquí. Era el centro médico más cercano a su posición —responde por fin y si pensaba que su respuesta podría aclararme algunas cosas, solo consigo confundirme más.
¿Morf? ¿Batalla? ¿Qué demonios está pasando?
—Bien —dice mi cuerpo mientras mi cabeza va a mil por horas.
Si no me equivoco, Morf era un pueblo de Nordella antes de la liberación, pero eso fue hace alrededor de doscientos años. Es imposible. Actualmente, ese pueblo es una ciudad hermosa llamada Florencia.
¿Acaso viajé en el tiempo?
Mi cuerpo se incorpora en la camilla, haciendo caso omiso del dolor y yo veo la luna y las estrellas.
—No debe levantarse aún, Capitán —dice rápidamente la joven, pero mi cuerpo la ignora.
¿Capitán? Es la segunda vez que me llama así, pero yo no soy ningún capitán, soy un Legna… El futuro rey.
Un viaje en el tiempo no es del todo imposible si tengo en cuenta el mundo en que vivo. Eso explicaría la ropa de esa mujer y que esté en Morf, pero no el hecho de que estoy atrapado en este cuerpo y que siento lo que él siente. Y ahora que lo pienso, no es sólo el dolor, también siento sus emociones. ¡Esto es alucinante!
¿En qué lío me he metido ahora?
Mi cuerpo se levanta de la camilla ignorando totalmente a la joven enfermera que intenta, desesperadamente, hacerle entender que aún está muy débil. Atraviesa la puerta del fondo permitiéndonos el paso al baño.
La habitación no es tan grande y está bastante limpia. En una esquina está el retrete, nunca había visto uno igual y al otro lado hay una palangana encima de un armazón de metal con patas y unos dibujos en relieve, creo que es el lavamanos. Vierte un poco de agua en el recipiente y se lava la cara, se enjuaga la boca y, antes de terminar, se moja el cabello.
Sale del baño chorreando el agua y coge un paño blanco de encima del estante que hay cerca de la puerta. Se seca un poco, para luego coger el espejo de mano que está en el anaquel y mirarse.
¿Pero qué...?
Desconcertado; esa es la palabra que describe cómo me siento. El rostro que refleja el espejo es el mío, con pelo largo y la barba de dos semanas, pero el mío.
Es imposible. ¿Cómo puedo estar dentro de mi cuerpo y no sentirlo mío?