Jazlyn:
—Oh, por Dios, ¡que ojeras! ¿Y ahora cómo demonios me quito esto? —protesto, indignada.
Estoy de pie frente al espejo del baño de mi cuarto, con un cabreo monumental y odiándome por tener estas ojeras del demonio y los ojos colorados e hinchados. ¿Pero a quién se le ocurre llorar por un idiota que ha visto solo una vez? Toda la puñetera noche me la pasé pensando en cómo uno de los mejores días de mi vida se fue al trasto al ver cómo esa chica lo besaba.
No sé qué demonios me pasa, por qué me siento traicionada y decepcionada. Ni cuando Camilo me dejó el año pasado me sentí tan mal. ¡Esto es ridículo!
—¿Es que eres idiota? —le pregunto a mi reflejo en el espejo cómo si eso pudiera cambiar las cosas—. ¡Lo conociste ayer! ¿Cómo puedes estar así por ese estúpido?
—¿Qué te pasa? —Me giro de golpe al escuchar una voz a mi espalda; casi me mata de un ataque al corazón.
—Por Dios, Olivia, ¡tienes que dejar de aparecer de esa forma! —le grito y sus ojos se abren desorbitados ante la sorpresa.
—Lo siento, ahora relájate. —Se apoya en el marco de la puerta del baño—. Toqué más de una vez, pero no respondiste. Te oí maldecir a gritos y pensé que algo malo te había pasado —se explica—. Y ahora que te veo, parece que tenía razón; estás hecha un desastre, hermanita.
Paso por su lado, ignorando su último comentario y me tiro a la cama con los brazos abiertos y los pies colgando en el borde.
—¿Sabes algún remedio para que mis ojos dejen de tener esta pinta? —le pregunto mientras señalo mi cara. Olivia se acerca, sonriendo, y se sienta a mi lado. Me observa durante un rato.
—Dicen que, si pones dos cucharas en el congelador y luego las colocas en tus ojos, baja la hinchazón y en cuanto a esas ojeras, en mi habitación tengo un pincel que hace maravillas.
Sonrío agradecida; si quieres lucir bien y camuflar un insomnio monumental, solo tienes que preguntarle a mi hermana.
—Ahora, ¿me vas a decir que ha pasado para que tengas esa cara y... ese genio?
—No tengo muchas ganas de hablar de eso, Oli.
—Lo siento mucho, pero mis consejos de belleza no son gratis —advierte, mientras se desparrama a mi lado en la cama.
—Tiene novia —comento después de un rato en silencio observando el techo—. Una novia hermosa con cuerpo de modelo. —Me siento en la cama, frustrada—. Es que soy idiota. ¿Cómo voy a pensar que semejante tío se va a fijar en mí? Es ridículo.
—¡Eh, que eres hermosa! Es más, si no fueras mi hermana y me gustaran las mujeres, me enamoraría de ti. —Sonrío, esta chica es idiota, pero siempre me hace reír.
—Fue un día increíble, ¿sabes? Es una lástima que todo haya terminado tan mal.
Olivia, que aún estaba acostada, se pone de pie y coloca sus manos en sus caderas.
—Ok, ya basta. Lo que pasó, pasó y como dice papá: si la vida te da palos, pues sácale la lengua y ríe porque el futuro es mejor. —Le sonrío—. Por cierto, cambiando un poco de tema, creo que a su hermana le falta un tornillo. Esa Sharon, es mucha Sharon.
Se acerca a la mesita de noche, coge la jarra con agua que tengo siempre por si me da sed de madrugada y se bebe todo el líquido.
—Resaca —explica—. Pues como te decía, esa tipa está loca. Luego de hacerme dar vueltas por todo el parque, entramos al bar de Fredy. Ya era de noche y después de pasarse diez minutos observando y poniéndole caritas a un rubio de dos metros al otro lado de la barra, el joven se acercó y le brindó una copa de ginebra. De forma coqueta, —Imita el gesto de Sharon—, le dijo “gracias”. Cuando me di cuenta, le había echado la bebida en la cara.
»El tipo la miró estupefacto, pero eso no fue todo; lo peor vino después. Le ha sonado una bofetada que todos los que estábamos ahí nos quedamos con la boca abierta. Literalmente, Jaz, con la boca abierta. Luego me cogió por el brazo y salimos corriendo del bar y cuando nos percatamos de que no nos seguían, le pregunté que por qué lo había hecho. La muy loca, solo se encogió de hombros y me dijo: “Porque tenía ganas. ¿A que ha sido divertido?”. Después no pudimos parar de reír.
Suelto una carcajada. No sé si por la historia o por la más que exagerada interpretación de Olivia, sin embargo, no puedo dejar de reír.
—Está loca. Definitivamente —le digo al fin. Olivia suspira y unos segundos después en los que ninguna de las dos dice nada, comenta:
—Vamos a hacer algo con esas ojeras para que mamá y papá no se preocupen. Te tengo una sorpresa.
—¿Sorpresa? —pregunto, asustada; no me gustan las sorpresas.
—Te va a gustar, lo prometo.
Sin decir nada más, la sigo a su habitación y luego de unos minutos donde hace su magia y, debo decir que luzco como si nada hubiese pasado, bajamos a desayunar con nuestros padres.
—Por fin bajaron. Pensé que se quedarían eternamente allá arriba —dice mi padre, intentando parecer enojado. Me río y lo abrazo. Le lanza un beso a mi hermana.