Alexander:
¡Aaahhhh! No, no, no... ¡Aaahhhh!
Me despierto, sobresaltado, con la respiración acelerada y los latidos de mi corazón haciendo eco en mis oídos. Asustado, miro a mi alrededor… Estoy en mi habitación. Estoy a salvo.
No ha pasado nada… Ha sido otra pesadilla.
Apoyo la cabeza en la almohada, mientras inspiro hondo para calmarme y el solo movimiento hace que vea la luna y las estrellas. Me han propinado un golpe en la sien que casi me deja sin conocimiento y, además del dolor, aún estoy mareado.
Llevo cuatro noches igual, sintiendo los efectos secundarios de los sueños más intensos que he experimentado.
La primera vez que soñé con Lirba Asim me asusté pensado que había viajado en el tiempo, poco después me di cuenta de que había sido solo una pesadilla o al menos eso dice Sharon, pero sé que no es tan sencillo. Un simple sueño no te deja jadeando de dolor y sin poder mover un brazo durante horas. No, hay algo más, aunque aún no sé qué es.
Siendo un guerrero he participado en muchas batallas, pero como las tres que he presenciado en mis sueños, ninguna. Tal vez es por la impotencia de estar en un cuerpo que no obedece las órdenes de mi cerebro y que actúa por sí solo; tal vez porque no conozco sus técnicas de lucha y mi vida depende de qué tan bueno sea, pero nunca antes había sentido tanto miedo.
Hoy el sueño ha comenzado con Jazlyn, o Maira que es como se llama en esa realidad. Estábamos en un jardín, leyendo un poco y conversando; conociéndonos. Íbamos cogidos de la mano y mi camarada Lirba Asim estaba contentísimo, pero lo sorprendente es que yo también.
De repente todo se torció, un soldado apareció con un comunicado; las tropas del ejército de Torton, el país que se encontraba en guerra con el actual New Mant, habían atacado a mi campamento. No me quedó de otra que dejar a Maira y entrar en otro más que desagradable combate.
Mi hermana dice que los dolores son psicológicos, causados por la intensidad de los sueños y ya me ha dado todo tipo de medicinas para dormir bien, pero ha sido en vano. Yo estoy al volverme loco.
Miro el reloj…
Las nueve y media de la mañana… Mierda, juro que de esta me matan.
Me levanto con rapidez, ignorando los latidos de dolor en mi cabeza y entro al baño como alma que lleva el diablo para asearme. Minutos después y luego de vestirme, salgo corriendo de mi habitación que se encuentra en el segundo nivel del castillo o Casa Real, como también se le conoce. Esta planta le pertenece totalmente a la familia real, aquí están sus aposentos y los de todos aquellos que son invitados a nuestro “humilde” hogar, noten el sarcasmo, por favor.
Agradezco que los pasillos estén desiertos permitiéndome avanzar con facilidad, sin embargo, una vez bajo las escaleras, el ajetreo del día a día me recibe y, como puedo, debo abrirme paso entre los Legnas que se dedican a sus labores y que me observan con preocupación. Digamos que no es normal ver al príncipe corriendo como un loco.
La primera planta es el área común, por llamarla de alguna manera; aquí está el Salón del Trono, el de los Profetas, la Sala de los Elegidos, la Biblioteca Real, la cocina, el comedor, un gimnasio privado, una piscina, la entrada al Núcleo de nuestro Reino y otro puñado más de habitaciones útiles para nuestra misión suprema: la protección de los humanos.
Con la respiración acelerada, me detengo frente al Salón del Trono donde, de seguro, el viejo Lohan estará echando humo por las orejas. Es la segunda vez que llego tarde por quedarme dormido; como siga así, me pondrán una medida disciplinaria del demonio.
Respiro profundo y abro la puerta; Sharon ya está aquí.
Como es de esperarse, Lohan O'Sullivan, el rey de los Legnas y una de las personas más temidas y respetadas de todo el mundo sobrenatural, me observa con desaprobación desde su trono. A su lado, en las sillas menores, están mi madre y mi padre, Alysson y Edward y por sus caras, tampoco están muy contentos.
Siempre he sido muy disciplinado, pero en los últimos días mi impuntualidad se ha hecho notar. Ellos asumen que durante mi última misión en la Isla Paraíso me distraje un poco, aunque en realidad esa no es la razón.
—¿Otra pesadilla? —murmura mi hermana y yo asiento—. Estás comenzando a preocuparme.
Ja, dímelo a mí.
La miro para que se calle; lo último que necesito es que mi familia se entere de mis sueños; pensarían que estoy loco y me sacarían del campo de batalla, algo que no puedo permitir. Soy un guerrero, un hijo de San Miguel Arcángel y lo seguiré siendo hasta el día de mi muerte. Además, también sería un duro golpe para mi reputación: “el príncipe de los Legnas se ha vuelto loco”. Sería el hazmerreír de todo la Sociedad Sobrenatural y, ¿por qué no?, del Submundo también.
—Disculpe mi tardanza, alteza, prometo que no volverá a suceder. —Y para no molestarlo más, hago la mejor reverencia que he hecho en mi vida.
Odio estas cosas.
—Por tu bien, espero que así sea —dice con voz severa—. Sharon, querida mía, ¿tienes algo que informar?