Legnas: la profecía I

12. El interrogatorio

Jazlyn:


¡Ay, jodida madre del demonio! ¿Qué hacen estos dos aquí? ¿Es que no se cansan de seguirme? ¿Por qué últimamente me los encuentro en todos lados?


A pesar de que no me caen bien y que esta situación es cualquier cosa menos agradable, ¿es muy raro que piense en lo bueno que está Alexander? Es que la vida es injusta, darle tanta belleza a un hombre es deslumbrante para los pobres ojos mortales que tienen la suerte de observarlo. Lástima que sea un idiota. 


¿Y qué demonios hacen ellos sentados en ese lugar? Esos asientos parecen pertenecerles a personas importantes, de alto rango... ¿Acaso ellos los son?


A mi mente vienen las palabras del rubio del otro día: "Altezas, abuelo rey".  ¿A qué se refería? ¿Rey de dónde? ¿Por qué tengo tantas preguntas?


Dios mío, ¿en qué lío me he metido? 


Observo a Adams; tiene una mirada fría que junto a esa toga lo hace ver más serio, más mayor. ¿No tienen calor con tanto trapo encima? Porque yo sí.


Abanico mi cuello con mis manos y despego el pelo de mi piel. Estoy nerviosa, bueno, nerviosa es un eufemismo, pero debo tranquilizarme; Adams está aquí así que no me va a pasar nada, ¿verdad?


¿Y de dónde salió el tipo ese del medio? Parece un escaparate, es enorme y fuerte, aunque no voy a negar que, si yo tuviese unos treinta y tantos años, sería mi tipo. Está bueno el condenado, aunque sus ojos son fríos y da un miedo que te cagas. 


Necesito salir de aquí. Esto no ha sido buena idea...


Pongo mis manos detrás de mi espalda, no tengo una extremidad que no me esté temblando. ¡Pero si hasta mis pies parecen de gelatina! ¿Era mucho trabajo ponerme una silla? Aún no hemos empezado y ya siento que me voy a desmayar. 


Inhalo y exhalo una y otra vez intentando calmarme, pero no creo que esté funcionando. 


—Buenas tardes a todos los presentes. Daremos inicio al Juicio de la Verdad —anuncia el escaparate con voz grave.


Trago saliva y mi corazón se desboca como si quisiera salirse de mi pecho. Eso de "Juicio de la Verdad" no suena bien. 


—¿Cuál es tu nombre? 


¿Mi nombre? ¿No deberían saberlo ya?


Serénate, Jazlyn, serénate y recuerda lo que dijo Adams. No te va a pasar nada.


Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja, respiro fuerte y respondo:


—Ja... Jazlyn Lautner. —Mi intención es decirlo con voz alta y clara, pero apenas me sale en un susurro. 


—Hable alto, señorita —me reprende y la sola intensidad de su mirada, me cala hasta los huesos. Reúno todo mi valor y grito:


—¡Jazlyn, mi nombre es Jazlyn Lautner! —Mi voz resuena por toda la estancia haciendo eco en el silencio, tanto, que incluso Adams hace una mueca rara y la tal Sharon intenta no reírse. Como me gustaría borrarle la sonrisita de un guantazo.


—De acuerdo, señorita Lautner. He leído su formulario y debo admitir que ha llamado mi atención... nuestra atención. Cuéntenos, ¿qué sucedió?


Ok, aquí vamos. Se supone que estaba asustada y uno cuando se asusta no suele recordar, así que, como dice Adams, frases cortas que demuestren que tengo miedo. Aunque eso no será un problema. Estoy que me cago. 


—Estudio Literatura en la universidad Jack Alvar. No sé si es consciente, pero determinados días de la semana tenemos horas extras de estudio de siete a diez de la noche. Fue el lunes cuando salí de la universidad. Vivo en la Gran Avenida Norte así que suelo coger el callejón que da a la calle Florencia para acortar el camino. Fue ahí donde sucedió.  


Me detengo.


Hasta ahora he narrado algo común en mi vida, lo que pasa casi a diario, pero ahora va el disparate, lo que me da risa con tan solo pensarlo.


—Un hombre apareció de repente, me dijo algo que no entendí porque llevaba los audífonos, así que me los quité. "Hueles delicioso", repitió. No supe a qué se refería y definitivamente no me dio buena espina, así que intenté pasar de largo, pero me agarró de la mochila y me hizo girar.


»Sus ojos estaban rojos. Rojos, como completamente rojos. —Abro los míos, desorbitados—. Sin dudas no era un derrame, ¡no se le distinguía la pupila! Así que me asusté... Mucho.


»Por suerte, mi mejor amigo me enseñó a luchar, así que mi primera reacción fue darle un puñetazo, pero no le di. Desapareció. ¿Cómo una persona puede desaparecer así? —Observo a Alexander, pero él esquiva mi mirada—. Miré hacia todos lados y no lo vi. No sabía qué había pasado, pero no iba a quedarme a averiguarlo y cuando me di la vuelta para seguir mi rumbo, estaba detrás de mí con la sonrisa más perversa que he visto. 


»A partir de ahí todo es confuso; me tiró un tajazo y me di contra algo filoso ocasionándome una herida en la mano. —Les muestro mi mano derecha que está vendada con una pequeña mancha roja en la zona de la palma. Resulta que ayer por la tarde me corté con un cuchillo intentando sacarle una tajada a un mango.


Nada del otro mundo, ni siquiera me dieron puntos, pero Adams me pidió que me la vendara para que diera mayor impresión.




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