Legnas: la profecía I

13. Sacarías

Adams:


Entro al despacho de Lucio junto al resto del jurado y tengo que admitir que estoy orgulloso. Jazlyn ha hecho un trabajo fenomenal ahí fuera; si no supiera la verdad, le habría creído totalmente. Solo lo siento por ella, su cabeza debe ser un lío; enterarse de que los vampiros existen de esa forma no es fácil. Se le notaba aterrada, su miedo llegaba a mi nariz con intensidad.


Me siento junto a la princesa frente al escritorio de Lucio, dónde él también toma lugar. Sacarías se entretiene mirando a través de la ventana y Alexander, más impaciente que nunca, se apoya en la pared con la cabeza gacha.


—Creo que no deberíamos dejarla entrar a la Logia —dice el príncipe de repente, sobresaltándome. ¿Por qué no deberíamos?


—Estoy de acuerdo con Alexander. —Interviene la princesa—. No creo mucho esa historia. Además, ¿de verdad piensan que el Justiciero le va a decir que venga a la Logia? No encaja con su forma de actuar. 


—Pues yo si le creo —dice Sacarías y yo intento evitar el suspiro de alivio que amenaza con salir.


Sacarías es su apellido, su nombre nadie lo sabe y es un brujo, uno de los mejores y de los más antiguos, aunque solo aparente unos treinta y tantos años. Tiene una posición privilegiada en la Logia y a pesar de que no le gusta mucho participar en este tipo de asuntos, hay ocasiones en las que no le queda remedio. Es una persona muy sabia, por lo que, si él cree en Jazlyn, no habrá problema para que ella entre.


—Princesa, la chica tiene razón, no conocemos prácticamente de nada al Justiciero. —Aparta la mirada de la ventana—. ¿Cómo vamos a saber lo que lo impulsa a actuar? Él hace lo que quiere, cuando quiere y como quiere, así que el hecho de que esté jugando con nosotros es una opción; no podemos quitarle la credibilidad tomando como referencia al Justiciero.


»Creo que la historia es cierta en todos los sentidos, si no, es la mejor actriz que he visto jamás. —Me mira y, por algún motivo, me hace sentir incómodo—. Pude sentir su miedo, sé que usted, señoría y Adams, también lo sintieron. A los lobos se les da mejor olerlo.


—Aun así, no creo que debamos aceptarla. Esa chica no encaja para nada en este mundo. ¿Qué podría aportarle a la Logia?


¿Pero qué le pasa hoy a la realeza? ¿Desde cuándo se preocupan tanto por si alguien quiere entrar o no? 


Escucho con atención el tira y afloja de los dos Legnas y Sacarías. No intervengo, Lucio tampoco; solo nos limitamos a escuchar. 


Pienso en todo lo que sucedió en el interrogatorio, algo se me tuvo que pasar para que Sharon y Alexander no quieran que ingrese, pero todo fue perfecto. Además, las excusas que están dando básicamente no tienen sentido. Es obvio que no quieren que entre, ¿pero por qué no dan una razón de peso? ¿Por qué no dicen eso que les está rondando en la cabeza desde hace rato? Porque puedo sentirlo, tienen una lucha interna entre lo que quieren, pero no pueden hacer.


Una idea cruza por mi cabeza; la cara de asombro de Jazlyn cuando entramos no fue por mí, ella sabía que yo estaría allí. Jazlyn los miraba a ellos; se conocen. ¿De qué?


Lucio, que hasta ahora se había mantenido en silencio, se pone de pie.


—Es hora de terminar con esto —dice y dirigiéndose a mí, continúa—: Te noto demasiado callado hoy, Hostring.


Me encojo de hombros. Primero tengo que pensar que voy a hacer; si supiera al menos de qué se conocen.


—Sacarías, ¿tú estás de acuerdo con que la señorita Jazlyn entre a la Logia? —El mencionado asiente—. Y ustedes, altezas, piensan que no debería. —Asienten a la vez—. Espero que sepan que no me han dado una razón realmente contundente para afirmar su posición, pero les daré una oportunidad. Si no la hacemos miembro, ¿qué proponen ustedes?


—Creo que lo mejor es usar la Runa de Borrar Recuerdos, señoría —dice Alexander con decisión.


¿Qué? ¿Está loco? 


Sharon abre los ojos alarmada e incluso Lucio, que no es fácil de sorprender, se sorprende. Tiene que estar bromeando, ¿cómo se le ocurre sugerir tal disparate?


Me levanto y con un fuerte golpe en el escritorio que sobresalta a los presentes, miro a Alexander.


—¿Se ha vuelto loco? —pregunto, alterado. Sé que no debo reaccionar así; él es el príncipe y yo me acojo a sus leyes, pero esto es demasiado—. ¿Qué cree que diría su abuelo o sus padres si le escucharan decir esa barbaridad?


—Es la mejor opción y fíjese bien en cómo se dirige a mí.
Aprieto mis puños con fuerza.


—Escuche bien lo que le voy a decir, Alexander O´Sullivan. Usted es el príncipe de los Legnas, pero desde mi punto de vista, no es más que un crío que se cree el ombligo del mundo. Mi lealtad es para sus padres, para su abuelo, para sus leyes. He conocido a cada uno de sus ancestros en los últimos trescientos años y han sido hombres de honor, dignos de respetar.


»He compartido con ellos cosas que no se puede ni imaginar, he batallado a su lado y lo seguiré haciendo, incluso para usted cuando sea el rey; pero para llegar ahí, aún le falta mucho y eso que acaba de proponer, es una barbaridad. Es algo que viola sus propias leyes. 




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