Legnas: la profecía I

14. Juramento de Sangre

Jazlyn:


Esto es una locura... de hecho, es la madre de las locuras... es una locura locurísima.


Ayer cuando el juez principal, ese hombre imponente que exuda poder y respeto por cada uno de sus poros y que me tuvo aterrada todo el tiempo, anunció que oficialmente pertenecía a la Logia y que solo necesitaba hacer el Juramento de Sangre, pensé que iba a morir.


En serio, fue un shock para mí darme cuenta de que todo ese paripé no era tan paripé como yo creía. Aún me cuesta creer que los vampiros existen y cuando ese hombre me contó en qué consistía el dichoso Juramento, casi me desmayo.


Al parecer, el pacto liga mi vida a un poderoso hechizo que me impide hablar sobre todo lo que tenga que ver con lo sobrenatural. Romperlo, me provocará un dolor horrible que me hará desear estar muerta y si sobrevivo, me enfrentaré a otro juicio, pero ese definitivamente tendría como resultado final, mi muerte.


Eso me hizo pensar en algo: un hechizo implica que alguien lo hizo y ese alguien debe ser un brujo, hechicero o yo qué sé; lo que significa que no solo los vampiros existen y eso me aterró aún más. En ese momento entendí el rictus adolorido de mi amigo cada vez que intentaba decirme algo y por unos segundos, me sentí mal por él; pero luego nacieron unas ganas irrefrenables de matarlo con mis propias manos. ¿Cómo se le ocurrió meterme en algo como esto?


Estaba aterrada, replanteándome seriamente abortar la misión y supongo que el señor escaparate lo notó porque claramente me advirtió que si me negaba al juramento, mi destino sería la muerte porque su trabajo era mantener el orden. ¿Cómo te niegas a semejante amenaza?


Pasé horas llamando a Adams cuando salí de ahí y solo me contestó con un escueto mensaje: "Saben que rompí el pacto", y nada más. Así que anoche, además de aterrada, estaba preocupada. ¿Y si le pasó algo? ¿Y si lo mataron por haberme hablado de ello?, fueron algunas de las preguntas que no me dejaban en paz.


Está de más decir que no pude pegar ojo en toda la noche y que hoy he tenido que hacer uso nuevamente de ese lapicito mágico de Olivia para disimular mis ojeras.


Son las ocho y treinta y dos minutos de la mañana y ya estoy frente al SENCO. Se supone que el dichoso Juramento ese es a las nueve, pero no he podido aguantar. Estoy nerviosa. Bueno, no estoy nerviosa. ¡Estoy aterrada! A partir de hoy seré miembro de esta secta de locos. 


¿Vampiros, brujos? Madre de Dios, esto es una locura.


Ayer cuando llegué a casa, ya era de noche. Me encerré en mi cuarto y puse una pata de ajo detrás de la puerta y otra en la ventana. Coloqué el crucifijo de mi abuela bajo mi almohada y le rogué a Dios un montón para que ningún bicho de esos se apareciera en mi casa para acabar conmigo. Cada ruido que sentía me ponía la piel de gallina, incluso antes de acostarme, me fijé varias veces debajo de la cama para asegurarme que no hubiese nada. Estoy paranoica, no sé qué hacer.


Intenté convencerme de que todo había sido un sueño, o sea, esa es la mayor locura que he escuchado en mi vida. Es completamente absurdo, incluso pensé en no presentarme, pero eso implicaría no saber nada de mis padres y por más miedo que tenga, no me lo puedo permitir; además, me dejaron bien claro lo que pasaría si no me presentaba y soy demasiado joven para morir.


Inhalo, exhalo, inhalo, exhalo. Lo hago repetidamente mientras reúno el valor para cruzar la calle. ¡Es que hasta el edificio ahora me parece imponente! Antes, cuando pasaba por aquí, era una simple empresa de Arquitectura, ahora... ahora ni siquiera sé lo que es.


Intento caminar, pero mis pies están renuentes. Suelto una carcajada tensa. Dios, por favor, dame valor para hacer esto.


—No lo hagas. —Me sorprende una voz que, a pesar de que me resulta familiar, no logro identificar. Miro a mi alrededor, pero no hay nadie. 


El colmo sería que ahora esté escuchando cosas.


Una mano fría se posa en mi hombro y grito como una loca por la impresión. Me giro y casi me desmayo al ver la persona ante mí; si no es porque sus manos me sostienen, caigo al suelo como un flan.


—¿Estás bien? —pregunta. 


Observo al rubio de hace unos días completamente paralizada.


—¿Crees que si te suelto te caerás? —Me dedica una sonrisa pícara y caigo en cuenta de que aún me sujeta. Incómoda, me revuelvo y me obligo a enderezarme. 


Lo miro detenidamente, tanto que si Olivia me ve, diría que me lo estoy comiendo con los ojos. Está increíblemente guapo con ese pulóver blanco largo, con un pico que le llega casi que a su rodilla derecha y un pantalón negro ajustado. Lleva el pelo despeinado, distinto al otro día que parecía como si una vaca le hubiese pasado la lengua por la cabeza. Parece más joven.


—¿Qué… qué ha…ces aquí? —pregunto casi en un susurro. Por mucho que su imagen resulte agradable, aun no puedo olvidar el miedo que sentí la primera vez que lo vi. 


—Vengo a evitar que cometas la mayor estupidez de tu vida.


—¿A...a qué... te re...refieres?


—Entrar a la Logia es peligroso para ti. Si alguien se entera de quién eres, las cosas se van a poner feas.




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