Legnas: la profecía I

22. El Justiciero

Jazlyn:


Respiro profundo una y otra vez, mientras los latidos de mi corazón retoman su ritmo natural. Ok, esa amenaza no ha sonado bonita y sí, les tengo un poco de miedo a ese par de idiotas, pero me hierve la sangre que se crean el centro del mundo y que nadie haga nada. No me considero una persona valiente, pero cuando me pongo muy nerviosa tiendo a decir cosas de las que luego me arrepiento pues siempre terminan metiéndome en problemas.


Doy media vuelta con la intención de regresar a clases y veo a Adams observándome con los labios fruncidos. Perfecto, ahora toca la reprimenda, solo que con palabras bonitas y sin gritos.


Resoplo y miro a mi alrededor para darme cuenta de que todos me observan curiosos, como si fuera una rarita. ¿Es que nadie le habla así a esos dos? 


¡Qué les den!


Subo las escalinatas de dos en dos y Adams no tarda en alcanzarme. No dice nada, pero sé que está esperando el momento adecuado y no demora en llegar pues, de repente, me coge de la mano y me arrastra a la sala de música. Me le quedo mirando, no voy a ser yo quien hable primero.


—Jazlyn, eres una chica dulce, inteligente y educada. Deberías recordar esas cosas cuando estés con ellos. Son la familia real.


—Familia real mi trasero. ¿Quiénes se creen que son, Adams? ¿Qué sean los príncipes les da el derecho a hacer lo que quieran? Me tienen de los nervios. ¿Puedes creer que les tenga más miedo a ellos que a un vampiro? —pregunto sin parar y él solo sonríe.


—Eso es porque aún no te has encontrado con ninguno. —Bueno, tiene razón. ¿Por qué siempre tiene que tener la razón? 


Salvo el rubio, nunca me he encontrado con ninguno y aunque ese tipo destile peligro por cada uno de sus poros, después de lo de anoche ya no le tengo miedo. Al menos eso creo. Y ahora que lo pienso, ¿cómo le cuento a Adams lo de la serta si no le puedo hablar del rubio? La última vez que lo mencioné no reaccionó muy bien.


—No me gustan, Adams, son unos creídos, prepotentes, orgullosos, que se creen el ombligo del mundo...


—Lo sé —me interrumpe. ¿En serio? ¿Él también piensa lo mismo?— Pero siguen siendo de la realeza y tienes que aceptarlos. No tienes de otra y créeme, no quieres que Alexander cumpla su amenaza. 


Resoplo y me cruzo de brazos. Supongo que no tengo de otra; dulce y educada. Veamos si lo puedo recordar la próxima vez que los vea.


—¿Sabes qué es una serta? —pregunto curiosa.


—¿Una serta? —Sus ojos entornados me indican que no tiene idea de lo que hablo.


—No te preocupes, nada importante, solo es algo que leí anoche. —Sé que debo contarle al respecto, pero hasta que no averigüe cómo hacerlo sin tener que mencionarle al rubio, me parece que es mejor mantener silencio.


Aunque sé que necesito hacerlo, él es el único que me puede ayudar aparte de Sam; San Google no fue de mucha ayuda anoche.


El resto del día lo paso entre clase y clase, una más aburrida que la otra y sin poder concentrarme por tanta información intentando ser procesada por mi cerebro, más la reacción de Alexander esta mañana cuando salió del salón de Historia y esta sensación de mareo y embriaguez que me acompaña desde anoche cuando desperté mi poder. Para colmo, hoy me toca sesión de autoestudio. El día no puede empeorar.


Son las diez y nueve minutos de la noche y estoy en la parada del autobús que, desgraciadamente, he vuelto a perder. Cojo los audífonos de mi mochila y me los pongo, creo que tendré que caminar. 


Salgo de la parada como tantas veces lo he hecho en el último año y medio, pero luego de unos metros, me detengo. Los vampiros existen y yo creo en el karma. ¿Y si por mentirle a esa gente me encuentro con un chupasangre de camino a casa?


Sacudo la cabeza ante semejante tontería. He hecho este recorrido un montón de veces y nunca ha pasado nada. Los vampiros deben vivir al otro lado de la ciudad; sí, eso debe ser. 


Suspiro. No puedo creer la clase de estupideces que se me pueden ocurrir cuando quiero convencerme de algo. 


Me debato ante la posibilidad de sentarme en la banca por más de cuarenta minutos en espera de un autobús o caminar a casa y meterme en el calor de mi cama temprano. Hoy está haciendo un frío infernal y aquí fuera me congelaría en cuestión de minutos. Sé que los vampiros existen, pero también sé que no soy humana, que dentro de mí hay poder y tengo la serta y la bash en mi mochila. No sé usar ninguna de las dos, pero los vampiros no tienen por qué saberlo, además, gracias a Adams, sé luchar. Estaré a salvo.


Siguiendo esa lógica, emprendo mi camino ya más calmada. Tarareo la canción “Corazón sin vida” de Aitana y Sebastián Yatra mientras entro a la calle Florencia y solo he caminado media cuadra, cuando me detengo; no sé cuál es la razón, pero algo no va bien, lo puedo sentir.


Con el corazón comenzando a acelerarse, me quito los audífonos y miro a mi alrededor. No veo nada raro, pero esa sensación desagradable en mi estómago no se va, en cambio, aumenta. Como no estoy dispuesta a quedarme y ver qué sucede, recobro mi marcha hasta que una voz me detiene.




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