Adams:
Por todos los Santos. ¿Qué habrá pasado ahora?
Estoy en mi despacho desde hace quince minutos, impaciente, mientras espero a los hermanos O´Sullivan. Hace una hora solicitaron una reunión extraoficial conmigo y a pesar de que no dijeron nada, estoy seguro de que esto tiene que ver con Jazlyn. Todo había salido demasiado bien para ser verdad.
Tocan la puerta y yo me sobresalto. Tengo los nervios a flor de piel así que respiro profundo intentando calmarme.
Camino hacia la entrada y recibo a los miembros más jóvenes de la realeza con una reverencia. En silencio entran y se sientan frente a mi escritorio.
—¿Quieren algo de beber?
—No gracias —responde la princesa, pero yo sí lo necesito así que me sirvo un vaso de whisky para luego empinarlo hasta el fondo.
Tomo asiento frente a ellos y es entonces que lo noto; están asustados. Ese aroma ácido es inconfundible, además del hecho de que están raramente silenciosos.
—¿A qué debo el honor de su visita, altezas?
—¿Qué edad tienes? —pregunta Alexander.
—Trescientos veintiuno. ¿Por qué?
—Hemos estado investigando un poco acerca del reinado de Hazir. Solicitamos ayuda de Lucio debido a que no existen fotografías sobre aquella época, pensábamos que en vuestros registros podía haber algo. Resulta que nos hemos enterado de que durante la caída del Rey usted estuvo en Morf y se vio obligado a participar en la batalla. Está en su libro de vida.
El libro de vida es como un diario para los hombres lobos. En ellos plasmamos todas nuestras vivencias, para que el que venga atrás, aprenda a través de nuestras experiencias.
—Lo sé, ese libro de vida lo escribí yo. ¿Qué quieren saber?
—Lirba Asim. ¿Lo conoció? —¿Qué si lo conocí? El punto es de qué lo conocen ustedes.
—Lo vi solo una vez… —miento, en realidad lo vi un montón de veces. Ese mal nacido bastantes problemas que dio—. Cuando fue proclamado rey.
—¿Eso fue después de salvar a la princesa y casarse con ella? —pregunta Sharon y yo simplemente asiento.
Están nerviosos, temerosos, incluso me atrevería a decir que vulnerables. Sé lo que quieren preguntar, pero no se atreven y que se enteren al respecto no es bueno, pero tampoco los va a matar. Lo que realmente me importa es, ¿cómo lo supieron?
—Hagamos una cosa. —Los dos pares de ojos me observan atentamente y odio verlos así de asustados; terminaré cogiéndoles aprecio y no quiero—. Yo les doy la respuesta a esa pregunta que me quieren hacer y no se atreven, pero ustedes me tienen que contar como lo averiguaron.
Sorprendidos ante mi propuesta me observan atentamente y Alexander, que hasta ahora había estado sentado con los codos apoyados en sus rodillas y las manos sujetas impacientes, cambia su semblante y se pone de pie. Y aquí está el Alexander de siempre.
—Nos estás hablando como si fuéramos dos niños. ¿Olvidas quiénes somos, Hostring? ¿Dónde están sus respetos?
Suspiro profundo.
Alexander me observa desafiante y debo admitirlo, es un idiota, prepotente, creído y orgulloso, pero tiene algo que me hace respetarlo y no es que sea el príncipe. Su fuerza y ese poder que emana de él, como no lo he visto en ningún otro Legna, hacen que cualquiera le respete, incluso un viejo lobo como yo. Sin embargo, no se lo voy a demostrar porque eso solo sería darle más alas a ese carácter odioso que tiene.
—Usted ha venido a obtener respuestas de mí, alteza. Yo solo quiero lo mismo… respuestas. Me parece un trato justo.
—De acuerdo —interrumpe Sharon. Alexander la mira a modo de advertencia, pero ella ni se inmuta—. Ah, no, hermanito, sabes que conmigo esa mirada no funciona. Si él nos puede decir lo que necesitamos, cualquier trato me parece justo. Tiene mi palabra, señor Hostring.
Sonrío. La princesa es otro personaje; la única que no le tiene miedo al poderoso Alexander O´Sullivan. Una creída y presumida, pero que al final se comporta como la hermana mayor. Su consuelo. Su ángel guardián.
—Sí, la respuesta a tu pregunta es sí.
Alexander me mira confundido.
—¿Cómo sabes cuál es mi pregunta si aún no te la he hecho?
—¿Por qué otra razón estarían aquí? ¿Por qué razón te interesaría la historia de esos seres insignificantes que crees que son los humanos?
—En ningún momento he dicho que son insignificantes, que conste.
—Cierto, usted dice que son aburridos y predecibles. No se desvíe, alteza. Lo que le interesa, Lirba Asim y usted, tienen el mismo rostro. Son idénticos.
Sus piernas se aflojan hasta sentarse en la silla y la sangre se escurre de su rostro dotándolo de un color blanquecino realmente alarmante. Sharon coge unas hojas de mi escritorio y le echa un poco de aire mientras le pone un dedo debajo de la nariz. Yo busco un poco de agua y se la doy.
—¿Se encuentra mejor? —pregunto y él asiente.