Legnas: la profecía I

26. El poder de los Legnas

Jazlyn:


Algo ha cambiado...


Lo supe en el momento en que puse un pie fuera del Reino de los Legnas. No sabía lo que era, pero lo sentía en mi interior y no me refiero a las mariposas en mi estómago y el acelerado latir de mi corazón por las palabras de cierto príncipe: “No lo iba a permitir porque puede que no confíe en ti, pero no consigo sacarte de mi cabeza y hasta que no averigüe por qué, no voy a permitir que te pase nada”.


No, era mucho más y cuando al montarme en el autobús para regresar a casa y detenernos en una de las paradas, escuché hablando a dos chicas sobre el tipo más sexy que habían visto en su vida, corroboré ese presentimiento que me carcomía por dentro pues era imposible que consiguiera escuchar una conversación que tenía lugar a varios metros de mi posición, eso, sin contar con el jaleo que había dentro del autobús.


Quise pensar que eran imaginaciones mías, pero cuando llegué a la casa y me encerré en mi cuarto, escuché la ducha de mi hermana abrirse, tres puertas más allá de la mía, debo recalcar, y la melosa charla con el chico con el que está saliendo llegó a mis oídos como si los tuviese al lado. Hablaban de cosas que prefiero ahora no mencionar y sí, me dejaron un poco traumada porque no me gusta imaginarme a mi hermana en situaciones tan comprometedoras. Con razón se encierra en el baño y abre la ducha para asegurarse de que nadie la escuche.


Fue en ese momento que decidí llamar a Adams, me dijo que estaba un poco complicado en ese momento, pero que le diera un par de horas y muy importante, que no saliera de la casa.


Entonces decidí bajar a merendar pues mi estómago reclamaba mi atención. Olivia no tardó en unírseme y mientras charlábamos tranquilamente sentadas en la isla de la cocina, golpeó el pomo de mostaza haciendo que cayera al suelo.


Cerré los ojos imaginando el desastre que tendríamos que limpiar, al mismo tiempo que esperaba el impacto que nunca llegó. Con suspicacia, miré en dirección al pequeño accidente y me sorprendí al ver mi brazo estirado con el pomo de mostaza en la mano a salvo. Debo destacar que no tengo ni idea en qué momento moví mi extremidad.


Me encogí de hombros ante la mirada incrédula de mi hermana y salí disparada a mi habitación apenas tuve oportunidad. 


Y ahora espero impaciente a mi mejor amigo, mientras escucho música con mis audífonos pues no me hace ninguna gracia escuchar los gemidos de placer del idiota de mi vecino y su novia tiquismiquis.


No sé qué me está pasando, pero sin dudas no me gusta.


Por un momento se me ocurre la loca idea de llamar a Sam pues es el único que realmente sabe algo sobre mí, pero descarto la idea inmediatamente al recordar que ya he hablado con Adams. Lo último que necesito es que esos dos se encuentren en mi casa.


La puerta de mi habitación se abre y mi mejor amigo se apoya en el marco mientras me observa mover la cabeza al ritmo de una canción de rock que ni sé de dónde saqué. 


Me quito los audífonos y lo invito a entrar.


Adams suelta su chaqueta sobre una silla, camina hacia mi cama y sin emitir palabra alguna se lanza sobre ella con los pies colgando y las manos debajo de su cabeza. Tiene unas ojeras horrorosas alrededor de sus dos perlas color miel y su rictus me dice que está agotado.


Observo a mi amigo detenidamente.


Desde que supe que era un hombre lobo de más de trescientos años, se me ha dificultado un poco verlo con los mismos ojos, pero justo ahora, con su pelo rubio revuelto, su pantalón mezclilla roto en ambas rodillas y su camiseta negra, se me hace imposible no verlo como ese chico que conocí años atrás en un parque mientras miraba con ojos de cordero degollado a la chica que se llevaba la última empanada con dulce de guayaba del señor cubano que siempre estaba por la zona.


Adams se me acercó y con una sonrisa dulce, partió su empanada a la mitad y me la tendió. Esa tarde conversamos muchísimo y se hizo una costumbre encontrarnos en ese parque cada día después de la escuela. Él siempre llegaba primero que yo y me guardaba una empanada para no verme triste. Fue inevitable que se convirtiera en mi mejor amigo.


—Me vas a abrir un hueco de tanto mirarme. —Sonrío.


—Estaba recordando el día que nos conocimos. No fue casualidad que estuvieses ahí, ¿no?


—Nop... Tengo un amigo, él se encargaba de vigilarte todo el tiempo, pero a veces lo hacía yo porque me relajaba mirarte en tu día a día. Pero un día me di cuenta de que te estabas haciendo muy poderosa y que no tendría más remedio que hablarte de la Logia, entonces decidí acercarme a ti, hacer que confiaras en mí.


—Me usaste —le recrimino, pero en realidad no estoy enojada.


—No, te protegí ¿y sabes qué? Acercarme a ti ha sido una de las mejores decisiones que he tomado; mi vida se volvió mucho más divertida desde entonces.


Un sentimiento cálido inunda mi pecho... hombre lobo o no, trescientos años o no, quiero a este chico. Es como el hermano que nunca tuve.


—Ahora no pareces muy divertido. —Paso una mano por sus risos rebeldes, están húmedos.




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