Legnas: la profecía I

30. Mismo anillo

Sharon:


Son las cuatro de la mañana. 


Debido a lo ajetreado que han estado estos últimos dos días, he dejado a Adams por su cuenta en nuestra investigación, pero ya es hora de que vuelva a la misión.

 
Los sueños de Alexander están empeorando. No quiere presenciar la muerte del rey, no es porque tenga miedo de lo que pueda ver porque estoy cien por ciento segura de que ha visto cosas mucho peores. El problema es, aunque él no quiera admitirlo, que estar en el cuerpo de Lirba y no poder hacer nada lo hace sentir culpable, lo sé, soy su hermana. Nadie lo conoce mejor que yo.


A hurtadillas logro salir al exterior del castillo. No es que necesite permiso para irme, pero no quiero tener que dar explicaciones.


Una sombra llama mi atención. 


A unos metros de mí, un hombre me observa apoyado en un roble. Al estar en la oscuridad, no consigo identificar de quién se trata, pero cuando decide acercarse, es imposible no reconocerlo. Su caminar es inconfundible. Alexander.


Una sonrisa comienza a formarse en mi rostro, pero se esfuma cuando, al pasar por debajo de un farol, veo su estado. Sus ojos están hinchados e irritados, rodeados por unas ojeras enormes. Luce demacrado.


Algo va mal… terriblemente mal y solo necesito un segundo para darme cuenta de qué se trata: el rey, no puede ser otra cosa.


—Dios Alex, ¿qué te sucede? —pregunto alarmada.


—Es bueno verte. Esperaba a que amaneciera para ir a buscarte.


—¿Qué sucedió?


—¿Tienes tiempo para una buena historia? —Asiento con la cabeza y le sigo hasta acomodarnos bajo el mismo roble en el que se encontraba.


—El rey ha muerto esta noche —dice con una sonrisa amarga y a mí se me eriza la piel—, pero en realidad eso es lo que menos me importa. No fue tan malo como pensé, eso, o estaba demasiado ocupado hablando con Lirba Asim.


—¿Qué? ¿De qué estás hablando?


Se pasa ambas manos por el pelo alborotando las mechas que caen sobre su rostro. Necesita un corte nuevo. 


Me cuenta sobre cómo Lirba sabía sobre su existencia y cómo conocía su nombre. Habla de la traición de Maira y de cómo juntos pretenden someter, no solo a los humanos, sino también a los Legnas. Con cada palabra mi estómago se retuerce y verlo derramar unas lágrimas me rompe el corazón. Tengo un nudo en la garganta que no me deja hablar. ¿Qué puedo decirle para hacerlo sentir mejor? 


Me aclaro la garganta y antes de poder abrir la boca me interrumpe:


—Ahora que lo pienso, hay algo que pasé por alto durante el sueño por estar tan sorprendido de ver a Maira… Tiene el mismo anillo que Jazlyn, lo vi mientas se quitaba la capucha que llevaba… No solo se parecen físicamente, Sharon, tienen el mismo anillo y no es un anillo muy común, además, ya no creo en las casualidades.


—Ok, esto definitivamente es de locos y la verdad, no puedo imaginarme como está de liada tu cabeza en estos momentos, pero se acabó. Basta de darle vueltas al asunto. Sean lo escalofriantes que sean, no van a poder contigo. Tú eres fuerte y esos no son más que sueños. Pueden ser raros, es cierto, pero son pesadillas, nada más y no pueden hacerte daño. No pienses más en eso, buscaré una solución. No te preocupes, soy tu hermana. Lo solucionaré.


—Otra cosa...


—¿Hay más? —le interrumpo. Me dedica una sonrisa a medias.


—No sé cómo sucedió, pero pasamos por alto la lectura de las Siete Runas. Hemos intentado un montón de cosas y eso nunca se nos ocurrió. 


—¡Las Siete Runas! Es cierto. ¡Eso es genial! —grito esperanzada.


—Bueno, ya lo intenté anoche y la verdad es que la respuesta no fue lo que esperaba.


—¿Qué reveló?


—Las voy a mencionar en el orden en que aparecieron, ¿de acuerdo? —pregunta como si estuviese tanteando el terreno. Asiento con la cabeza.


—Historia por Terminar, Doble Vida, Alma, Bucle, Muerte, Vida y Destino.


Creo que no he escuchado bien, o sea, no puedo haber escuchado bien. Eso es absoluta y completamente imposible… Es absurdo… No pueden aparecer las Siete Runas Principales así sin más. Tiene que estar bromeando, tiene que ser eso.


—¿Me estás tomando el pelo? —Niega con la cabeza—. Hablas en serio… Madre de Dios y de toda su descendencia… Esto no puede empeorar. ¿Cómo se supone que debemos tomar esto? ¿Cómo siquiera desciframos esa lectura?


—Estaba pensando en Isabel, sin dudas ella nos puede ayudar. También podemos confiar en ella, ¿no?


—Sí, Isabel es nuestra mejor opción.


Durante unos minutos, un silencio tenso se cierne sobre nosotros. Se me está haciendo tarde. Miro el reloj y por supuesto, a mi hermano no se le escapa ese detalle. Por primera vez en la noche me observa detenidamente. Me está analizando.


—¿A dónde ibas?


—Necesito salir un rato, el castillo me está asfixiando.




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