Alexander:
—Y eso es todo.
Sharon me observa anonadada, intentando digerir mis palabras; desde la extraña interpretación de las runas, hasta el extraordinario parecido de Jazlyn con la esposa de Nick Holt y mi hipótesis de que la criatura que nuestro abuelo está buscando, es la chica que me trae de cabezas los últimos días.
—No tengo idea de qué decirte, Alex. Entre más respuestas buscamos, más interrogantes encontramos. Y sé que no te gusta que lo diga, pero debes hablar con Jazlyn y cuando digo hablar, me refiero a que ella responda tus preguntas, que utilices el método que sea necesario.
A pesar de que sé que tiene razón, no puedo evitar mirarla con mala cara, a fin de cuentas, me está proponiendo torturarla si es necesario.
—No me mires así, te gusta y lo entiendo. De hecho, por una parte, me siento feliz de que haya aparecido en tu vida para que ese frío corazón que tienes se ablande un poco, pero no podemos ignorar los hechos. Jazlyn no es tan inocente como dice ser, no puede ser que todo esto sea coincidencia.
Estoy de acuerdo en lo que dice, Jazlyn no es tan inocente, pero me molesta pensar que he tropezado dos veces con la misma piedra.
Cuando era apenas un niño, conocí a una humana, Amy. Fue mi primer amor, vivía loco por ella, hacía todo lo que me pedía y fuimos una especie de novios durante tres años.
Cuando cumplí los quince intenté que nuestra relación avanzara, de hecho, lo hice porque ella no paraba de pedírmelo. Lo preparé todo para que la noche fuera perfecta para ella, yo era virgen, ella no, aun así quería que ella lo sintiera especial.
Tarde me di cuenta de que solo quería hacerme un hechizo de atadura como una forma de controlarme y hacer caer al rey a través de mí. Fue criada por hechiceros y por supuesto, ellos eran los cabecillas en ese plan y si no fuera por Max que lo descubrió todo y llegó a tiempo para evitar el coito, las cosas se habrían puesto realmente feas.
El punto es que mi corazón se hizo añicos esa noche y juré no acercarme a ningún espécimen femenino, total, ni siquiera podía tener hijos así que no necesitaba consumar el matrimonio cuando llegara el momento.
Y si se preguntan cómo un adolescente en su etapa más hormonal aguantó sin tener sexo, la respuesta no la encontrarán en mis manos. Hay una runa y que conste, me avergüenza muchísimo decirlo, que usan principalmente las personas cuando ya no están funcionales. Su poder consiste en saciar el lívido; una vez que la usas, te queda la sensación de haber tenido un orgasmo.
Pero volviendo al tema principal. Después de jurarme que nunca más le abriría mi corazón a nadie, viene a gustarme otra humana y que para mayor inri, no parece quien dice ser.
—¿Sabes? Acabas de arruinar la hipótesis de Adams.
—¿Qué hipótesis? —Curioseo.
—Él pensaba en el veneno de un demonio, pero esto de la resurrección, por loco que suene, tiene más sentido.
¿Veneno de demonio? Antes de todo esto podría haber sido una opción viable.
Sharon se levanta de mi cama y camina nerviosa alrededor de la habitación. Intenta decir algo, pero se contiene y eso llama mi atención.
—¿Qué sucede?
—Adams... —Me río interrumpiéndola—. ¿Qué es lo gracioso? —Luce ofendida y yo me reprendo mentalmente por ser tan idiota.
—Lo siento, es que se siente raro escucharte llamarlo Adams. Hasta ahora siempre ha sido Adams Hostring, Hostring o simplemente lobo.
—¡Por el amor de Dios, Alex! Déjate de idioteces.
—Tienes razón, lo siento. —Resopla.
—Hostring —dice levantando las cejas retándome a decir algo, yo me mantengo serio—, encontró un remedio para el supuesto veneno de demonio, se le conoce como la Piedra Sagrada, es tan antigua como el mundo y nunca nadie la ha visto, al menos que sepamos. Es sumamente poderosa, se cree que es capaz de rejuvenecer, incluso de lograr la inmortalidad.
Mis ojos se abren sorprendidos.
—Se me ocurrió la loca idea de que eso podría ser lo que tanto buscan los demonios con las hadas. —La miro confundido. ¿Por qué piensa que están relacionados?—. Fue una idea tonta, impulsada por mi desesperación y la descarté tan rápido como se me ocurrió, pero... pero...
Traga duro y con cada segundo mi nerviosismo se va igualando al de ella.
—¿Pero qué?
—Anoche tuve un sueño raro... —Frunzo el ceño mientras ella vuelve a sentarse a mi lado en la cama—. Es todo muy confuso y no lo recuerdo en su totalidad. Solo sé que estaba caminando descalza, con un vestido blanco arrastrando al suelo, pero no había nada bajo mis pies, solo una niebla, lo mismo a mi alrededor.
»Yo... yo seguía una luz roja que aparecía y desaparecía por todos lados. Estaba a punto de volverme loca, aun así no me detenía porque había una voz en mi cabeza que no dejaba de repetir: “Ven a mí, continúa. Estoy aquí, no te detengas”. No sabría si la voz era de hombre o mujer porque sonaba como las dos al mismo tiempo, pero... yo... no sé...