Legnas: la profecía I

36. Encuentro desastroso

Jazlyn:


Con el corazón aun latiendo acelerado, cierro la puerta de mi balcón y me apoyo en ella. 


¿Qué ha sido eso?


¿Me iba a besar? Sí, creo que lo iba a hacer, pero la pregunta es: ¿a mí o a Mía? 


El camino de regreso fue incómodo, desgraciadamente fue mi culpa pues al llegar él intentó hacer conversación; pero por el amor de Dios, hay que entenderme. Casi me besa un vampiro. Un vampiro condenadamente sexy, que me quiere proteger, que se siente culpable por lo que le pasó a su novia... novia con la que comparto, rostro, serta, poder y hasta ascendientes.


Creo que el rubio está confundido.


—¿Me vas a decir quién era el de la moto? —Mi corazón, que apenas estaba volviendo a su marcha normal, vuelve a acelerarse ante semejante pregunta formulada en la penumbra de mi habitación y si no fuera porque aun soñolienta, reconozco la voz de mi hermana, se me habría salido por la garganta.


—Maldita seas, Olivia, me vas a matar de un infarto. ¿Qué haces aquí? —Bosteza. 


—Te vi salir en la moto y me pasé para aquí para saber a qué hora llegabas. Tienes suerte de que a nuestros padres les guste dormir. ¿Quién era?


Camino hacia la cama mientras me desprendo de toda mi ropa y me hundo en el calor bajo mi manta.


—Un amigo.


—Conozco a todos tus amigos, Jaz y ese es nuevo. Y tampoco es Alexander.


—¿Por qué tendría que ser Alexander?


—¿Por la insistencia en conseguir tu número? ¿Quién es?


—Un amigo, Oli, solo quería felicitarme por mi cumpleaños.


—¿Sigues siendo virgen?


—¡Oh, por el amor de Dios, claro que sí! Sam es solo un amigo.


—Sam... Suena sexy. —Lo es y ella no tiene idea de cuánto—. Ok, te dejo por ahora porque tengo sueño. Feliz cumpleaños, hermanita.


Me da un beso en la frente y se acomoda contra mi cuerpo como tantas veces hemos hecho.


—Gracias.


Caigo rendida hasta que cerca de las nueve de la mañana, mis padres y mi hermana, me despiertan cantándome las felicidades con un lindo pastel en sus manos y un número veinte como vela.


Una vez aseada y vestida, bajo a desayunar con mis padres y como cada año, Adams no tarda en llegar, pero no se piensen que es porque me quiere felicitar, nop, para nada. El año pasado, luego de emborracharnos, me contó que llegaba temprano para comerse el pastel que prepara mi mamá. Y vaya que come, ahora ya sé por qué casi nunca tengo postre para el otro día, mi amigo lobo lo devora.


Saluda a mis padres y a mi hermana que no tarda en correr hacia su habitación, supongo que para asegurarse de que su imagen sea impecable. Por último, me da un beso en la mejilla mientras me tiende su regalo. Al ver el tamaño de la caja forrada con papel azul brillante y lo mucho que pesa, corro emocionada hasta la mesa y la abro.


Desde que Adams supo que mi mayor pasión era leer, me ha regalado libros cada año; la última vez fue la saga “Mírame y dispara” de Alessandra Neymar que no me canso de leer. Estoy muy emocionada por saber qué será en esta ocasión.


“Sea Breeze” de Abbi Glines.


Conteniendo la emoción, termino de abrir, no… romper la caja y los cuento… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve.


Con la sonrisa más grande que puedo mostrar me giro hacia él y sin previo aviso, salto a sus brazos.


—Gracias, gracias, gracias… Eres el mejor.


Mi amigo ríe mientras me abraza y luego me pone en el piso.


—Espero que los disfrutes.


—Oh, dalo por hecho. ¡Me encanta!


Le pido a Adams que me ayude a llevarlos a mi habitación pues pesan bastante y hay que subir las escaleras. Acepta sin protestar, aunque no se me escapa cómo observa con cara de perrito degollado el pastel y todo lo que mi madre ha preparado para mí por este día.


—Déjalos cerca del librero, yo los guardo más tarde —le pido cuando llegamos a mi habitación.


—¿Qué tienes pensado para hoy? —pregunta tomando lugar a mi lado en la cama.


—Pasar el día con la familia; tal vez salga con Olivia y algunos amigos en la noche. No estoy muy segura.


—Bueno, yo puedo quedarme toda la mañana, pero en la tarde tengo que regresar a la Logia, lo siento.


—No te preocupes, ahora entiendo tus responsabilidades. Además, podrás comerte los dulces de mamá, así que no tienes de qué preocuparte.


—¿Podrías dejarlo ya con eso? —pregunta divertido—. Si vengo aquí es por ti, no por los dulces de tu mamá, aunque sean una delicia.


Estoy a punto de contestarle cuando mi teléfono me avisa de la entrada de un mensaje. Miro la pantalla y mi corazón se acelera mientras mis ojos se abren sorprendidos.


Es un mensaje de Alexander.




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