Legnas: la profecía I

37. Alianza

Alexander:


Unas horas antes:


—Necesito un favor tuyo —le digo a mi hermana una vez salimos del Salón del Trono donde acabamos de darle un informe a nuestro abuelo de los últimos sucesos.


—Tú dirás.


—Aquí no. —La tomo de la mano e ignorando sus protestas, la llevo hasta uno de los jardines interiores del palacio—. Hoy es el cumpleaños de Jazlyn.


—¿Tanto misterio para eso? Pensé que me ibas a hablar de Lirba.


—Olvida a Lirba, desde que mataron al rey no he vuelto a soñar con él. 


—¿Y eso no te preocupa? 


—Sí, pero no quiero hablar de eso. Necesito que hagas las paces con Jazlyn; ven a cenar con nosotros esta noche.


—Estás loco, Alex. No confío en ella, menos después de lo que me has contado... Jazlyn admitió que nos oculta algo y hay grandes posibilidades de que sepa quién es el Justiciero.


—¿Confías en mí?


—Claro que sí.


—Yo confío en ella. —Mi hermana levanta una ceja—. De acuerdo, no al cien por cien, pero sí estoy seguro de que decía la verdad sobre que solo buscaba respuestas.


—No importa, Alex.


—¿Por favor? —Pongo mis manos unidas bajo mi barbilla en un gesto de súplica.


—¿Y para qué quieres que yo vaya?


—Dos motivos... uno, si la invito a cenar solo porque yo quiero, se va a negar para no tener que responder mis preguntas; dos, si queremos respuestas, si queremos que confíe en nosotros, tienes que dejar esa actitud con ella y...


—O puedo patearle el trasero y hacerla hablar; algo que por lo que veo, tú no eres capaz de hacer.


Sonrío al recordar lo bien que pelea la condenada y lo divertido que sería verlas a las dos intentando darse una paliza la una a la otra.


—Con todo respeto, Sharon, estoy convencido de que ella te patearía el trasero a ti.


La cara de mala leche que me dedica mi hermana, me dice que ese comentario no era necesario y antes de que se enoje conmigo y se marche a hacer sus labores, algo que debería hacer yo también en vez de estar pensando en un encuentro con Jaz, sujeto sus manos.


—Por favor, Sharon. Ayúdame.


—Eres insoportable. —Respira profundo—. Diez minutos en esa cena y me largo, ¿entendido?


—Eres la mejor.


Emocionado, le doy un beso en la mejilla y entro al palacio dejándola sola. 


Luego de escribir y reescribir el mensaje unas diez veces, se lo envío y con impaciencia espero su respuesta mientras pienso en el enorme oso panda que tengo en mi habitación; ese peluche que gané para ella en el juego de dardos y que por la aparición de Katrina, se quedó conmigo. A partir de esta noche, dejará de hacerme compañía al lado de mi cama, para hacérsela a ella.


Decido ir a entrenar para liberar mis nervios y poco más de una hora después, Robert, uno de los guerreros de la corte, me interrumpe avisando que el rey requiere mi presencia. Al parecer ha surgido algo importante en la Logia porque Lucio, Hostring, Marcus Calim, el otro lobo fundador de la Logia y Sacarías, se dirigen hacia aquí.


Eso me alarma. Son contadas las ocasiones en las que los miembros más relevantes de la Logia acuden juntos al Reino a no ser en una fiesta.


Seco el sudor de mi rostro, tomo agua y si perder más tiempo, me dirijo al Salón del Trono llegando justo a tiempo para ver a los lobos y el mago entrar.


—¡Hostring! —le llamo y él se detiene—. ¿Qué sucede? —pregunto cuando lo alcanzo.


—Nada bueno —responde—. Thomas Haron… El Justiciero acaba de dejarlo en la puerta de la Logia... muerto.


Adams entra al Salón del Trono dejándome totalmente fuera de juego. ¿Muerto?


Frunzo el ceño. Aquí hay algo raro. El Justiciero es un hijo de puta sin escrúpulos, ha matado a muchos Legnas intentando huir de nosotros y estoy convencido de que no son las únicas criaturas que han sido sus víctimas, pero hasta ahora, todos a los que ha dejado en la Logia para que nosotros apliquemos nuestra Justicia, han estado vivos... torturados y casi en las últimas, pero vivos al fin.

 
Lo que me lleva a pensar, ¿por qué lo mató? A lo mejor descubrió su identidad. Oh, joder, que mala suerte.


Estoy a punto de entrar cuando otra idea cruza mi cabeza. La Logia no viene cuando el Justiciero deja a alguien en sus puertas, simplemente redacta un informe y nos lo envía, lo que significa que aquí está pasando algo más.


—Ya estamos todos —murmura mi padre cuando me ve entrar. Hago una breve reverencia y me ubico en la única silla vacía de la sala—. ¿Qué sucede, señor Corad? —le pregunta a Lucio.


—El Justiciero ha dejado a Thomas Haron, la mano derecha del rey, muerto ante nuestras puertas.


Los ojos de mi padre se abren sorprendidos, pero lo alarmante es ver cómo mi abuelo se ha puesto blanco.




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