Legnas: la profecía I

46. Todo lo que podamos ser

Jazlyn:

Unas horas antes:

La mirada de Lohan pesa sobre mis hombros; es fría, calculadora, con una maldad que solo he visto una vez: en Cristopher. Aun así y a pesar de las pocas fuerzas que me quedan, me obligo a sostenérsela para que tenga bien claro que me importa una mierda que sea el rey.

—Pú…púdret…te.

Mis párpados pesan, quiero cerrar los ojos, pero no me lo permito por temor a que si los cierro, no los pueda volver a abrir. Necesito estar despierta, necesito esperar por él. Alex me sacará de aquí, tiene que hacerlo. Él me lo prometió.

Él me besó.

No sé exactamente qué significó para él, pero para mí fue mucho y no solo porque estoy enamorada de él. Con ese beso, Alex me regaló un lugar seguro, una pizca de esperanza y me he aferrado a ella para resistir el dolor que me ha infligido este hombre y sus esbirros. Me he refugiado en el calor que recorrió mi cuerpo, en la sensación de sus labios sobre los míos, en la delicadeza y al mismo tiempo, la fuerza con la que su lengua retaba a la mía.

—No tienes que decirnos nada, Maira lo hará. —“¿Quién es Maira?” Es lo primero que viene a mi mente, sin embargo, no puedo pronunciarlo.

El rey se arrodilla frente a mí y levanta mi cabeza sujetando mi barbilla con demasiada fuerza.

—No esperes a Alexander, él no se atrevería a desafiarme y si lo hace, hay todo un ejército dispuesto para detenerlo. Morirá antes de llegar a ti.

—¿Serías… capaz de matar… a tu nieto? —balbuceo.

—Soy el rey y él un traidor. Tú no puedes vivir y la única razón por la que aún respiras, es que te necesito, pero una vez todo acabe, no serás nada. Morirás, igual que tu madre, igual que tu padre.

Rabia…

Odio…

Ira…

Desprecio…

Son sentimientos que me embargan llenándome de una fuerza que creía ya no tener y lucho contras las cadenas que me mantienen sujetas en este lugar. Jalo y jalo sin parar, las siento ceder un poco y él da dos pasos atrás. Quiero matarlo, necesito matarlo; sin embargo, estoy demasiado adolorida, agotada y esa fuerza repentina, termina desapareciendo tan rápido como llegó dejándome a un peor.
La puerta se abre y un hombre se acerca a nosotros.

—Hesare, ha pasado un tiempo.

—Alteza —responde el otro haciendo una reverencia.

—Esta es la chica de la que te hablé. ¿Crees que puedas hacerlo?

El hombre en cuestión es bastante mayor, su pelo es largo, casi por su cintura, blanco y trenzado. Me escudriña con su mirada azul erizando cada poro de mi piel y yo sé que esto no será bueno… nada bueno.

—Por supuesto.

El rey se aleja y el recién llegado se arrodilla frente a mí. Instintivamente, empiezo a alejarme, pero no consigo moverme más que unos centímetros.

Tranquila, entre más te resistas, más te dolerá —susurra con voz grave.

Levanta sus manos y sujeta mi cabeza con fuerza y a pesar de que intento moverla para alejarme, no lo consigo.
 

“Ad hoc corpus obligo te, praesentiam tuam obtestor ac obedire praecipio. Anima tua et ipsa sit una.
Huc veni Maira…"
 

 

Repite la frase varias veces. Creo que es latín, pero no estoy segura y como es obvio, no entiendo ni mierda, pero hay una palabra que reconozco, Maira, la misma persona de la que hablaba el rey.

Una corriente de energía invade mi cuerpo. Quema, duele, arde. Siento que voy a explotar ante la intensidad. Mi cuerpo se sacude, tiembla mientras mi mente no deja de reproducir las palabras del brujo.

—Bienvenida, Maira —dice el hombre y de repente… nada…

Me despierto sobresaltada, sudando, con el corazón latiendo desesperado y con la sensación abrazadora aun recorriendo por mis venas. Intento controlar mi respiración acelerada mientras me repito una y otra vez que ha sido una pesadilla, que ya estoy bien, que estoy a salvo; sin embargo, mi nerviosismo no disminuye, mi miedo aumenta, porque sí, estoy aterrada por todo lo que ha sucedido: la pelea con Cristopher en mi cumpleaños, el secuestro, los golpes, las torturas, las inyecciones.

Miro mis brazos y me sorprende verlo limpios, sin marcas, sin los moretones negros provocados por el poco cuidado al sacarme la sangre. Supongo que Sharon ha trabajado conmigo, ahora que lo pienso, estoy agotada, pero al menos el cuerpo no me duele.

Una lágrima se me escapa, luego otra y otra, mientras a mi mente vienen los sucesos de las últimas horas. Heridas, sangre, muerte. Fue tan horroroso, tenía tanto miedo… No sé cuántos murieron en mis manos y cuando vi que estábamos perdiendo, que Sam estaba en una esquina golpeado, inconsciente mientras Sharon intentaba sanarlo y Alex y Adams rodeados, un impulso casi irresistible me llevó a formar la serta.

Y a partir de ahí, todo se fue a la mierda.

Le quité la licantropía a muchos lobos, tanto del enemigo como de los nuestros. Ni siquiera sabía que podía hacer eso; pero lo que más rabia me da, lo que más me duele, es que encerré a Sam en esa runa.




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