Legnas: la profecía I

47. Quiero un beso

Adams:

Un suspiro frustrado, agotado sale de mi interior mientras observo el cielo desde el patio trasero de la mansión. No hay luna, pero el manto oscuro está cubierto de estrellas incandescentes que iluminan la noche de forma mágica.

Da una sensación de paz que no está nada acorde a como me siento en mi interior.

Ha pasado una hora desde que estuvimos todos encerrados en el despacho de Sacarías intentando descifran una profecía que me hiela el alma por temor a que se cumpla.

Que Lucifer regrese a la Tierra, es cualquier cosa menos una buena idea. Es el apocalipsis, el fin del mundo y hay que evitarlo a toda costa. La peor parte es saber que Jazlyn es un elemento primordial en todo esto. ¿Cómo la protegeré? ¿Cómo hago para cumplir mi promesa?

—Ayúdame, América, dime cómo proteger a tu hija —murmuro con la loca esperanza de que sea cierto lo que dicen las leyendas de que cuando los humanos mueren, van a vivir a las estrellas y que desde allí pueden ayudar a los mortales.

Pero como es lógico, nada sucede, lo único que parpadea en el cielo es la luz roja de un avión.

Antes de que Alexander beba la sangre de Jazlyn, primero los vampiros serán inmunes al sol, tenemos que impedir que eso ocurra y la mejor forma es asesinando a Cristopher que, teniendo en cuenta que no lo vi en la batalla del reino, estoy convencido de que planea algo para hacerse con mi amiga.

Tenemos que pensar bien las cosas, huir no es una opción; hay una profecía y nos perseguirá a donde vayamos. La solución más sencilla que veo es quitando a mi padre del camino y dejándole claro al resto del Submundo y la Sociedad Sobrenatural que Jazlyn Lautner es intocable. Sin embargo, no será algo fácil de lograr.

Atacarlo es un suicidio y si aún no consigo creer que salimos del reino con vida, estoy seguro de que contra él, las cosas serían mucho peor.

Necesitamos ayuda, mucha ayuda y creo saber de alguien que podría, al menos, equilibrar la batalla, pero no contesta mis llamadas. Ni siquiera estoy seguro de que escuche mis mensajes.

Abstraído en mis pensamientos, saco mi teléfono del bolsillo y marco su número. No pierdo nada con intentarlo, pero da timbre y timbre y como es costumbre, me manda a la contestadora.

—Soy yo de nuevo… Necesito tu ayuda… Ella está en peligro, en un verdadero peligro y creo que eres el único que podría ayudarnos… No sé si estás vivo, pero quiero creer que si en las últimas dos décadas este número permanece activo y tu buzón de mensajes no está lleno, es porque sigues al pendiente.

»No entiendo por qué no apareces, pero ella te necesita. Lucifer quiere regresar al mundo y…

Se acaba el tiempo del mensaje y yo guardo mi teléfono. No pienso en completarlo, total, nunca contesta.

—¿Adams? —preguntan detrás de mí y no necesito voltearme para saber que se trata de la princesa.

No es solo su voz; desde hace unos días mi lobo reacciona a su olor, a su presencia. Cada vez que está cerca, ese maldito animal dentro de mí, se comporta de una manera extraña y eso me desconcierta porque antes no era así.

Existe una leyenda de que cada lobo tiene un único amor, le llaman “mate”, pero eso no es más que un mito. No existe ni un lobo que haya sentido ese lazo inquebrantable con su pareja, pero desde que Sharon y yo pasamos tiempo en la Gran Biblioteca investigando sobre los sueños del príncipe, las cosas han cambiado. ¿O fue antes y nunca lo había notado?

Es por eso que cuando supimos que la habían encerrado en su habitación, no lo dudé, le confié la vida de Jaz a Alex y a Sam para ir yo mismo a rescatarla. Era lo único que mi lobo pedía, ayudarla y a pesar de lo dura que fue la batalla, lo conseguí.

Entré a su habitación derrumbando la puerta con el peso de mi cuerpo. Estaba herido, pero nada grave; sin embargo, tuve que echarme en el suelo de sus aposentos para recuperar energías.

Al verme, corrió hacia mí cayendo a mi lado, me abrazó con fuerza y mi lobo se tragó el gruñido de dolor que le provocó el gesto para luego deleitarse con la calidez de sus caricias.

Eso me confundió como el demonio

Luego, al darse cuenta de mis heridas, empezó a sanarme. Me pidió que volviera a mi parte humana y creo que esa ha sido la ocasión en la que más trabajo he pasado para controlar mi licantropía en los últimos años. El idiota no quería irse a dormir, pero lo más raro fue que sentí la misma satisfacción que él mientras ella me sanaba.

Ni siquiera me di cuenta de mi desnudez hasta que ella, un poco avergonzada, me tendió una sábana blanca de su cama.

—¿Estás bien? —pregunta al ver que no le contesto.

—Sí… todo bien. —Acomodo mis gafas en el puente de mi nariz en un gesto nervioso.

—Salí a tomar un poco de aire. Allá adentro todo es asfixiante —comenta acercándose y yo no puedo estar más de acuerdo—. ¿Crees que pueda hacerte compañía?

—Es siempre bienvenida, alteza. —Me obligo a decir antes de centrar la vista en el bosque que se extiende unos metros más allá.

—Dime Sharon, por favor. ¿Puedo llamarte Adams?

—Ya lo has hecho —digo al recodar que en los últimos días, son más las veces que me llama por mi nombre que por mi apellido.




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