¿Como debería presentarme? Estoy insegura al respecto, se supone que esto debería ser divertido o por lo menos catártico, pero honestamente me siento atrapada en una espiral de mierda en la que yo misma me metí y claramente no estoy haciendo ningún esfuerzo por salir.
A partir de ahora me comprometo a ser fielmente indesisa, historicamente incorrecta y sustancialmente dramática.
Debería comenzar, supongo.
Mi nombre es... Una mierda. Amo a mis padres con todo mí corazón, pero tienen un gusto horrible. Tuvieron la prodigiosa idea de darme el peor nombre que se les ocurrió. Siete letras, cuatro consonantes y tres vocales ¿Quien diría que esta era la formula para el desastre? Juro por dios que lo odié desde el primer momento en que lo escuché.
"Ludmila", nunca me gustó, me parecía molesto y ridículo. Había algo en su pronunciación que era incluso más detestable, la forma en que las bocas de los demas se movían al decirlo. La lengua rizada y atrapada entre los dientes en "lud", la apropiación implícita acompañada de una sonrisa forzada en el "mi" y finalmente, otro rizo de lengua que terminaba en lo más parecido a un gemido involuntario en el "la". Ludmila era un nombre de mierda, escucharlo me hace enojar demasiado. Siempre que me presentaba, la gente me decía que era un nombre hermoso y eso solo conseguía enojarme más. Es por este rechazo inical que todo el mundo me llama "LELE".
LELE no es el mejor apodo del mundo, pero me resulta agradable. Es como el balbuceo de un tierno bebé o el sonido de gotas de agua callendo del grifo, estrellandose dramáticamente contra el frío metal de la pileta de la cocina. Es simple, solo dos azotes de lengua repetitivos que carecían completamente de significado. Ludmila significa "querida por el pueblo" y yo nunca me sentí especialmente querida o popular, no me representaba para nada, incluso me parecía una burla cruel del destino. Al contrario, "LELE" era solo mío.
Nací entre un "buenos días" y un "buenas tardes", con el sol ardiente en el punto más alto y un calor abrazador de verano. Pero no te confundas, no fue en plenas vaciones en punta del este, sino justo para la segunda semana del inicio de clases. Que es en donde quiero comenzar mi historia.
Poco recuerdo de mi primaria y aún menos de mi etapa preescolar, pero mi adolescencia es algo que tengo muy presente.
Habré tenido exactamente doce años cuando empecé la secundaria (lo sé por que a la semana siguiente cumplí trece), después de un último año de primaria desastroso lleno de problemas de adaptación, tuve que tirarlo todo por la borda por que necesitaba empezar otro forzoso periodo de adaptación... Otra vez. Pero no todo era malo.
Existía este energía llena de esperanza y emoción. Como si empezar esta nueva etapa significara dejar atrás todo lo malo de mí vida y empezar de nuevo y en parte si resultó así.
Para mi primer día no habían pasado ni tres horas de suplicio que ya había conocido al que en un futuro cercano se volvería mi mejor amigo. Antes de entrar al que sería nuestro salón de clases, todos debíamos formar una fila de menor a mayor tamaño, es ahí donde lo conocí. Yo era la tercera más bajita entre las mujeres y él era el primero entre los varones. Emanuel era su nombre, era delgaducho, muy pálido. Tenía cejas muy delgadas, usaba lentes gruesos y su pelo era marrón, opaco y rectamente cortado como a las madres les gusta.
Emanuel no era alguien muy agraciado, cuando estaba nervioso tartamudeaba y siempre tenía las manos enredadas y los ojos clavados en el piso. Supongo que me daba un poco de pena, él siempre estaba solo... Bueno, yo también pero la soledad era algo a lo que estaba acostumbrada y se me daba muy bien, pero él no parecía estar solo por gusto.
Estabamos atrapados en estas posiciones rígidas hasta que la directora terninara de dar su discurso, cave aclarar que la mujer tenía cinco hojas tamaño oficio entre sus huesudos dedos y para dos adolescentes primerizos eso era equivalente a la eternidad. Mis piernas dolían de tanto estar parada y mis nervios solo aumentaban más y más. El monólogo solo incrementaba la tensión y juro por dios, que estaba a punto de morir del aburrimiento.
El tedio estaba matandome dramáticamente hasta que escuché su voz. Sus primeras palabras no las olvidaré jamás.
— te está hablando la directora.
Confundida hasta los huesos, le dirigí mi mirada a esa masa temblorosa y asustadiza, solo para notar que todos estaban mirándome. ¿Por qué?
— ¡Pellegrini! — Me costó un par de segundos recordar que ese era mi apellido y unos cuantos otros segundos más reconocer la voz de la directora en ese llamado. Volteé a su dirección con todo el miedo del mundo y efectivamente, se veía molesta. — pellegrini, siempre dando la nota ¿No? Espero que este año se enderece de una buena vez.
Yo solo quiero decir que esa vieja y yo tenemos cierta historia. No es raro que me tuviera de punto, no después de qué organicé una huelga a mis ocho años para que cambiaran el sistema educativo después de que una maestra me dijera tonta por reprobar un examen. Recuerdo que me paré en la puerta de la directora y le reclamé por el sistema de notas, que era arcaico valorar la inteligencia de una persona por medio de un sistema numérico... Pero solo conseguí que mis padres tuvieran que venir a la escuela. Pensandolo más a fondo, tal vez está esa vez en la que me paré sobre la taza de uno de los inodoros del baño y por el peso se vino a bajo, inundando la primera planta. En mi defensa, ese baño tenía como siglos, tarde o temprano se iba a romper. Pero tal vez no sea el mal llamado "vandalismo a una sección de la institución" lo que la puso definitivamente en mi contra. Puede ser que el detonante de su ira fue una pelea que tuve una vez. Había una chica muy mal educada y tonta con la que iba a clases de teatro por las tardes. Es algo que me gustaba de mi colegio, teníamos muchas atividades extracurriculares. Esta chica siempre peleaba conmigo por mis papeles y vestuario, no era mi rival ni nada pero le gustaba molestarme. Es así como terminó abriendo mi mochila y robandome un mazo de stickers de "Valentina", la que en esa época era lo más cercano que existía a mi fashion icon. Me di cuenta de la falta en casa, demasiado tarde para poder hacer algo; esa noche lloré a mares.
Mis padres fueron a reclamar al colegio, pero la directora no le dio importancia por tres razones. Primero, por que tal vez las había perdido; segundo, por que solo se trataba de stickers y no valía la pena movilizarse solo por pedazos de papel adhesivo; y por último, por que la vieja de mierda me detestaba.
Frustrada, renuncié a tener justicia por medio de la ley y antes de que pudiera olvidar el asunto, esa tonta chica creída se acercó a mí en medio de un receso y me confesó que ella había sido la perpetradora del crímen y no contenta con eso, agregó que había disfrutado inmensamente de destruir uno por uno mis amados stickers. Ante tal hecho, me moví puramente por la lógica y me decanté por lo que a día de hoy considero la reacción más apropiada. Obviamente me lancé sobre ella y le rompí la nariz, yo me llevé algunos rasguños pero valió inmensamente cada uno, hasta que me entré de que esa chica era la nieta de la directora.
¡Mierda! Pasé por el infierno infantil más extenuante del mundo, siendo incapaz de reunirme con mis iguales en las actividades recreativas y siendo expulsada indefinidamente del club de teatro. Solo me basta decir que no me arrepiento de nada y lo haría todo de nuevo de buena gana. Esa idiota todavía me guarda rencor, eso está bien, ella tampoco es mi persona favorita.
La cuestion es que ciertamente no soy la estudiante modelo que a mis padres les hubiera gustado tener... Aunque me cuesta imaginar como la hija de un abogado ambientalista y una ex activista por los derechos y la libertad de las ballenas, debería tener ese tipo de exigencias socialmente normativas. Quiero decir, por favor, Eligieron mi nombre por una canción de Spinetta. Solo digamos que la sumisión servil no fue exctamente lo primero que me enseñaron en casa, es más, podríamos decir que la rebeldía me corre por las venas en un alocado oleaje frenético de cuestionables decisiones. Es algo muy mío surfear entre lo que debo y quiero hacer, y es mí corazón el que me guía a las costas de lo indebido.
Pese a mi mala fama, no soy una persona difícil de tratar, pero me sé defender de los que me provocan, podríamos decir que soy de las que se vengan silenciosamente y ese no era el caso de Emanuel. La principal razón por la que nos volvimos amigos es mi complejo de héroe.
Emanuel la tenía muy difícil, su baja estura y constitución débil ya lo volvían un blanco fácil, pero eran sus problemas de aprendizaje los que terminaron de hundirlo. Su principal problema era la escritura, tenía una mano muy lenta y una letra desastroza, algo que el tiempo no logró corregir del todo. Leía, escribía y respondía agotadoramente lento, el nerviosismo mismo lo lllevaba a tartamudear torpemente cuando estaba demasiado presionado. Mi pobre amigo no era el chico más listo de la escuela, pero tampoco era tonto, solo le costaba un poco más de tiempo aprender, pero aprendía. Un grupito en particular solía molestarlo demasiado, deformaron su nombre a "manuelita", implicando que era demasiado frágil para ser un hombre, sobre todo en los deportes. Pero la cosa se complicaba aún más cuando le tocaba decir algo en clase y más exponer frente al pizarrón. Esperaban cruelmente a que se trabara o tartamudeara antes de disponerse a cantar a coro la canción "la tortuga manuelita". Probablemente esa canción todavía le genera pánico.
«Manuelita vivía en pehuajo, pero un día se marchó»