Leo y Julieta

El primer día de clases

El sonido de las ruedas de mi maleta sobre la acera irregular de Crescent Hill resonaba como el eco de un nuevo comienzo. El aire de finales de verano tenía esa mezcla perfecta entre calor y una brisa fresca, anunciando el inicio de mi primer día en la universidad. Crescent Hill no era cualquier universidad. Era la universidad, donde todo parecía ser un sueño construido sobre colinas verdes y edificios antiguos, llenos de historia y de futuros prometedores.

Estaba nerviosa, sí, pero más que eso, estaba emocionada. Cerraba un ciclo y comenzaba otro, dejando atrás lo que fui para convertirme en lo que siempre quise ser. No más dramas del instituto. No más relaciones tóxicas, no más decepciones. Este sería un nuevo capítulo en mi vida. Aquí, todo sería diferente.

Mientras cruzaba el campus, no podía dejar de admirar lo hermoso que era. Las torres de piedra, los árboles que susurraban con el viento, los estudiantes caminando a paso ligero como si ya supieran exactamente a dónde iban. Yo, por otro lado, apenas lograba ubicarme con el mapa en el teléfono. A pesar de haber visitado la universidad una vez antes, ahora todo parecía mucho más grande y confuso.

Giré una esquina, leyendo torpemente el número de mi primera clase en la pantalla de mi móvil, cuando de repente…

—¡Ay! —sentí el impacto de alguien chocando conmigo, haciendo que mi móvil se me cayera de las manos y que yo retrocediera tambaleándome.

—Mierda… lo siento —dije, agachándome para recoger mi teléfono. Levanté la vista, y fue entonces cuando lo vi.

Al principio, pensé que lo había visto antes, pero me di cuenta de que no podía ser. No lo conocía, o al menos eso creía. Sin embargo, había algo en su rostro, algo en esos ojos oscuros que me hizo sentir como si nos hubiéramos encontrado antes en alguna parte, en algún otro tiempo o lugar.

Él se inclinó para recoger también mi teléfono, sus dedos rozaron los míos, y un escalofrío me recorrió la piel. El tipo no parecía más grande que yo, quizá un poco más alto, pero su presencia era abrumadora. Llevaba el cabello desordenado, como si no le importara nada, y su chaqueta de cuero contrastaba con la formalidad de los edificios a nuestro alrededor. No dijo nada al principio, solo me devolvió el teléfono, pero en ese segundo sus ojos se encontraron con los míos.

Había algo en esa mirada. Algo frío, distante. Misterioso. Parecía llevar el peso del mundo en los hombros, y sin embargo, su expresión era impenetrable, como si no estuviera dispuesto a compartir nada de lo que había detrás de esa fachada con nadie.

—¿Estás bien? —pregunté, aunque claramente yo era la que había terminado más afectada por el choque.

—Estoy bien —respondió, su voz baja y grave, pero sin molestarse en mirarme otra vez. Se giró y siguió caminando sin más, como si nuestro choque no hubiera significado nada. Como si yo no existiera.

Lo observé alejarse, aún sintiendo la electricidad en el aire. Era algo extraño. Por un momento pensé en seguirlo, preguntarle por su nombre, pero había algo en él que me detenía. Algo en su andar, en su energía, me decía que mantenerme lejos era lo mejor. Sacudí la cabeza, intentando volver a centrarme en mi día. No había llegado hasta Crescent Hill para distraerme con chicos misteriosos, por mucho que algo en él me intrigara.

Me apresuré hacia mi primera clase, aún con los latidos acelerados y el recuerdo de su mirada pesándome en la mente. Entré al edificio principal y me uní al caos del primer día de clases. Aulas llenas de estudiantes que, como yo, buscaban su lugar en este enorme y desconocido mundo. Tomé asiento en la parte trasera del salón, aún un poco desorientada por el choque y la sensación extraña que me había dejado ese encuentro.

El profesor comenzó a hablar, pero mis pensamientos seguían vagando. ¿Quién era él? ¿Por qué me había afectado tanto ese breve cruce de miradas? No solía quedarme pensando en desconocidos, pero había algo en él, algo que no podía sacarme de la cabeza.

Cuando finalmente terminó la clase, me levanté para salir. El bullicio de los estudiantes llenaba los pasillos, y mientras intentaba abrirme paso, oí el sonido de unas risas que me hicieron detenerme.

—¿Viste a Leo hoy? —una chica alta, con el cabello rubio perfectamente peinado, susurraba a otra a su lado.

—Sí, estaba en la fiesta el fin de semana, pero como siempre, apenas habló con nadie —respondió la otra, una chica más baja, con gafas de sol aunque estábamos dentro.

Leo. El nombre resonó en mi cabeza. Por supuesto, ese debía ser él. No lo conocía, pero todo encajaba. El chico que había chocado conmigo, el que parecía estar completamente en otro mundo.

—Es tan raro —continuó la primera chica—. Siempre está solo, y bueno… ya sabes lo que dicen sobre su familia.

—Sí, lo de la familia Montoya es súper turbio. ¿Te imaginas tener que vivir con algo así? —respondió la chica con gafas, haciendo un gesto como si hablara de algo prohibido.

Me detuve a unos pasos de ellas, fingiendo que revisaba algo en mi teléfono, pero realmente escuchando cada palabra.

—Mi hermano me contó que nadie se atreve a meterse con ellos. Es como si tuvieran un pacto o algo con los profesores. Nadie los toca.

—Sí, bueno, con el dinero que tienen, ¿quién se atrevería?

Las chicas se rieron, pero mi estómago se encogió.

La familia Montoya… Claro, había oído algo de ellos, aunque muy vagamente. Eran una familia influyente, poderosos en el mundo de los negocios, y con una reputación que iba más allá de lo que cualquiera mencionaba en voz alta. No conocía todos los detalles, pero lo poco que sabía me hizo sentir una inquietud. Parecía que Leo, el chico con el que me había topado esta mañana, no solo llevaba consigo una actitud misteriosa, sino que también arrastraba el peso de algo mucho más oscuro.

Las chicas se alejaron, y yo me quedé quieta, mirando a la multitud de estudiantes pasar. De alguna manera, todo el entusiasmo que había sentido por mi primer día en Crescent Hill se había transformado en otra cosa. En una curiosidad extraña, una sensación de que, aunque apenas acababa de comenzar, ya estaba envuelta en algo más grande de lo que podía entender.




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