Les Routes

Capítulo 8: No me quedaré sin hacer nada

10 de Junio, 2021

6:38 AM - Les Routes

 

Casi sin poder conciliar el sueño por la preocupación, Liz, Connor y Umi llegan temprano al instituto para hablar con Sergio. Reunidos en la entrada, sin la presencia de Carlos, Connor supone que se quedó dormido al no atender sus llamadas en la mañana.

 

—Tenemos que separarnos y buscar al profesor Quinquela, si lo encuentran llamen a los demás, no podemos perder más tiempo —mencionó Liz con cansancio, las bolsas azules de sus ojos muestran que no pudo descansar.

 

Ahora es cuando, hay que actuar. El aire fresco de la mañana invernal despierta por completo a estos jóvenes. Incluso con sus ropas abrigadas sienten la corriente de frío. Inician la búsqueda de respuestas. Los tres parten en direcciones diferentes con la esperanza de tener resultados con antelación.

 

Connor estuvo mucho tiempo revisando pasillos y salones, una y otra vez, los cuales permanecen vacíos, el instituto se ve más grande de lo usual, como torres, pero más quieto y muerto que de costumbre. Por último registra el comedor. Con cansancio, deja caer su cuerpo sobre la primera silla que se topa. "¿Cómo llegué a esta situación?" Piensa llevándose una mano a la cabeza. Masajea su nuca, sus músculos están contracturados. Como una bella sorpresa, a él llega un recuerdo. La primera vez que vio a Umi, en ese mismo lugar, pasando por la gran entrada. Sonríe perplejo, encantado en un fragmento del pasado.

El sonido de unos pasos acercándose lo devuelven a la realidad, es Estela llegando a su lugar de trabajo con el aire que la caracteriza, paz suprema y cortesía. Sin dudas, es una de las mejores personas que ha conocido no solo en Odimor, sino en toda su vida. Derrocha bondad en cada palabra, en cada gesto en su arrugado rostro y voz anciana.

 

—Pequeño Connor, ¿qué haces aquí tan temprano? —preguntó intrigada.

 

—No soy tan pequeño, Estela —suelta una leve sonrisa—, a veces siento que estoy perdido, no sé qué estoy haciendo o por qué lo hago, cómo llegué y cómo seguir.

 

—Oh, bueno, intentaré ser adivina, y supondré que hablas de Umi —coloca un delantal de cocina sobre su cuello y hace un nudo—, te prepararé algo para que desayunes mientras charlamos. Mira pequeño, Umi es una niña encantadora, ha pasado por cosas que ningún ángel como ella debería pasar, esta vieja cocinera ha visto y oído cosas que no deberían repetirse, y aunque entiendo tu desconcierto, lo único que puedo decirte es que hay cosas que están mejor enterradas, y hay veces que debes aceptar eso sin poner objeción aunque no sepas a fondo lo que sientes que necesitas saber, y... aquí está una leche con chocolate y una masita para ti, pequeño.

 

Sujeta el desayuno con ambas manos que yace sobre la bandeja y ríe ante la dulzura de la señora Estela. El plegado rostro, espalda encorvada y lento caminar de la mujer, lo que estaba diciendo quizás, eran producto de los años. Pero pensándolo bien, quizás tenía razón, en que no podemos poner objeción a lo que nos depara el destino, ¿se puede? Nuestra vida es nuestra y de nadie más, ¿por qué hay que dejarnos llevar? Si no hay un camino que seguir, hay que trazarlo, y eso solo puede hacerlo uno mismo, ¿y si no podemos hacerle frente? Es enredado pensar en ello y contradictorio si lo piensas detenidamente. Come las delicias propiciadas con placer, se siente contenido por el gesto y sonrisa apacible de Estela, lleva a Connor a pensar, que las personas más sabías pueden contradecirse en una misma oración y eso no evitaría que tenga razón.

 

—Estela, no sé si quería despejar mis dudas o agregar más, pero agradezco su gentileza. Gracias, esto está rico y... estaba buscando al profesor Sergio Quinquela para hablar de un amigo, de Ramiro.

 

—Oh, el pequeño Ramiro, sí, sí, otro ángel incomprendido. He trabajado aquí desde que tenía dieciocho años, conocí a sus abuelos y por supuesto a sus padres, hermosas personas. Tenía por seguro que iban a verlo graduado este año, nunca vi unos padres tan orgullosos de su hijo, es una lástima que vivamos en un mundo tan cruel.

 

—¿A qué se refiere? —preguntó confundido.

 

—Yo... no debería decirte esto —mira hacia distintos lados asegurándose de que no haya nadie, para luego voltear a Connor—, pero siento que quizás puedas usar esta información mejor que yo, y si alguien pregunta yo no te he dicho nada, ¿prometido? —Connor asiente con la cabeza, entonces ella prosigue—. Bueno… —susurra—, veía a Ramiro cada vez más delgado, y comenzó a llamarme la atención que venía a pedirme comida entre clases o para llevarse, cuando le pregunté por qué, me dijo que pedía permiso para ir al baño pero se dirigía aquí, quería tener en secreto lo más posible, luego se quebró. Su intención era que nadie sepa, ni siquiera sus amigos. Llamé a la directora y ella para mi sorpresa ya estaba enterada de la situación, y no dijo ni hizo nada —Connor siente que debe prepararse para algo, como un choque, lo presiente—. Resulta que hace un mes los padres de Ramiro murieron en un accidente yendo a la ciudad.

 




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