Les Routes

Capítulo 15: Agonía

10:20 AM - Casa de Sergio 

 

Otra mañana fría azota no solo a Odimor, sino también a sus alrededores, al país entero. El cielo se estremece tornándose negro pero no cae una gota. Ramiro se levanta de su tibia cama bostezando con pereza. En pijama, calza sus pies abrigados con medias de lana sobre pantuflas blancas. Ha dejado sus anteojos sobre la cómoda de la habitación. Lentamente va al baño. La rutina. Lava su rostro, limpia sus dientes y peina su cabello para atarlo con una coleta debajo de la nuca. Al salir baja las escaleras y prepara un café en la cocina. El vapor de la taza de café es denso, se mezcla con el aire acondicionado dentro del hogar. Una cucharada, dos, tres de azúcar, y revuelve haciendo un eco sonoro del metal contra la porcelana. Cuando se acerca a la sala de estar como todas las mañanas, Sergio ve las noticias sentado en el sillón. Toma un sorbo del café aproximándose a él. La taza calienta sus manos. Se sienta a su lado, somnoliento. Lo mira. El hombre está completamente pálido y rígido con la vista clavada en el televisor y la mandíbula a medio caer. Parece un maniquí.

 

—¿Te pasa algo? No te ves muy bien, Sergio.

 

—¿Tú… —tartamudeando, contesta con temblor en sus cuerdas vocales y un mal presentimiento—, estás completamente seguro de que Umi está en Ocañydorp, cierto?

 

La confusión proclama terreno sobre Ramiro que gira la cabeza hacia la televisión con un desorden de ideas. Se aproxima a la pantalla hasta que es claro, están pasando un reportaje y al leer el título quien se apodera de él es el pánico.

 

-Urgente, desastre en Ipagnam, docenas de muertos, cientos de desaparecidos y heridos tras una fatal inundación-

 

Imágenes y vídeos de la tragedia son reportadas y reproducidas con testigos e involucrados que buscan a seres queridos o se despiden de ellos a gritos desconsolados. Nunca había pasado una catástrofe natural de esta magnitud. La playa bajo el agua, los edificios colapsados con personas atrapadas. Bomberos, policías y voluntarios en botes extraen cuerpos y víctimas con vida pero débiles de las calles. El agua salada está a dos metros por encima de la superficie. Algunos individuos saltan de los edificios al abismo con la esperanza de que el agua amortigüe la caída y salir de ese averno.

 

Ramiro corre a buscar su celular en la habitación. Llama sin parar una y otra vez a Connor, luego a Umi. Ninguno contesta. Vuelve a intentarlo pasados unos segundos, el resultado es el mismo. Lo vuelve a hacer. Marca con fuerza sobre las teclas. Respira con déficit y su corazón palpita raudo. Una y otra vez lo hace sin logro. Siente desespero. “No puede estar pasando” Piensa. Tras darse por vencido, toma sus anteojos, baja las escaleras a la sala de estar torpemente con expresión desolada en su rostro y sudor frío en su frente. Sin saber qué decir o hacer, expresa lo primero en su mente.

 

—Sergio… ninguno atiende.

 

La puerta principal se abre, María y Lily vuelven de pasear a Peluche. “¿Cómo podría explicar esto?” Piensa un padre preocupado. Antes de generar una alarma innecesaria pero sin perder el tiempo, se encamina a hablar con los padres de Connor pidiendo que lo sigan. Siembra desconcierto sobre ellas. Sin mediar palabra o dar explicaciones, solo la prisa de actuar efectivamente y con rapidez. Ramiro intenta calmarlas por el momento y solo los sigan. Si dicen algo equivocado pueden caer fuera de cualquier razonamiento lógico. Y eso ruegan, que Connor y Umi no atienden porque están ocupados. Es lo único en sus mentes frenéticas. Esperan una llamada asegurando su bienestar. Tenían que estar equivocados con sus presentimientos, ellos debían estar bien. Necesitan calmarse pero eso es imposible cuando no saben si la persona que quieren está a salvo.

 

Al llegar a la casa de los Ceballos, incesantes llamadas de todos abundan en el día. Sin respuesta. Ahora piensan que es necesario alarmarse. Incluso Carlos, Félix y Liz se enteran de la situación e intentan ubicarlos mediante llamadas telefónicas y mensajes. No saben qué más pensar, qué más hacer. Lily llora tras la posibilidad de que su hermano este envuelto en la tragedia. El día los rebasa, los segundos se convierten en horas. La esperanza decae. Nadie contesta, nadie responde. Pierden el tiempo contando minutos, pegados al teléfono pero no quieren moverse en caso de que alguno llame.

 

Hasta que cae la tarde. Sergio y María vuelven a su casa y junto a ellos se reúnen Carlos, Félix, Ramiro y Liz, dejaron a Peluche en casa de los Ceballos para que consuele a Lily. Aunque sea una falsa alarma, y eso es lo que todos todavía esperan, quieren permanecer unidos en caso de que lo peor se presente.

 

Descartan opciones, especulan. Idean ir a Ocañydorp para buscarlos y de no encontrarlos, ir a Ipagnam pero alguien debía quedarse por si vuelven a Odimor. Suena el teléfono luego de la angustiosa espera, atiende Sergio con ilusión. Es la voz de la señora Ceballos.

 

—Hola, nos llamaron de un hospital de Ipagnam. Connor está en urgencias, estamos yendo para allá.

 

Sin nada más que acotar, con poca información corta la llamada deprisa. Algo es algo. Camino al hospital de la ciudad llevan esperanza y consuelo. Suspiran felices. Los padres de Connor llamaron a la profesora Jara para que cuide de Lily y Peluche en la casa durante su ausencia. En el auto de Sergio se apresuran a subir María y él en el frente, Ramiro y Liz atrás. Félix corre junto a Carlos a su casa y suben a su auto. Pero todos tienen un nudo en el corazón, el mal presentimiento sigue ahí, persiste y no entienden. Algo no cuadra. Como si algo estuviera incompleto, faltando. En marcha, parten camino a Ipagnam añorando que sus heridas sean mínimas. 




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